Alto muestrario de poesía antipatriarcal resulta esta edición ampliada del federalísimo libro Martes verde, cuya publicación es por el momento solo virtual y tan gratuita como la IVE cuando se reglamente. Forjada en la antesala de la primera media sanción conseguida en 2018, la agrupación Poetas por el Derecho al Aborto Legal no podía anticipar la importancia de lo que seguiría en términos históricos -inédito para un movimiento poético feminista-, cuando convocó a un martes de lectura en la puerta del Congreso. Lo que siguió fue una serie encuentros por los que desfilaron varias de las poetas porteñas y más tarde, un primer registro en papel que consiguió una gran difusión.
A las 54 que integraban aquella antología concretada gracias al esfuerzo de una alianza entre editoriales independientes comandadas por chicas, no cesaron de sumarse en estos dos años voces de todo el país. Ahora son 200 las que hacen de Martes verde un hito en la historia del feminismo y de la poesía. Esta compilación da cuenta de una diversidad de discursos, abordajes y tópicos, todas de estilos variadísimos, acerca de la marea feminista; intergeneracional, interprovincial e inter por donde se lo mire, la deconstrucción se logra a coro, en un gesto político individual y a su vez colectivo.
El libro reúne autoras de trayectoria como MaríaTeresa Andruetto, Alicia Genovese, Andi Nachon, Liliana Ponce, Mercedes Roffé, Luciana Reif, Gabriela Borrelli Azara, Anahí Mallol, o la recientemente fallecida Nini Bernardello; destacadas activistas también poetas como María Alicia Gutiérrez, referente de la Campaña por el aborto legal, Valeria Cervero, Flor Codagnone o Laura Arnés, una de las curadoras de los tomos de la Historia feminista de la literatura argentina; editoras como Gabi Luzzi, Vanina Colagiovanni o Dafne Pidemount; poetas que son periodistas feministas como Flor Monfort e Ivana Romero; y muchísimas otras, jóvenes e inéditas, cuyos textos recién empiezan actualmente a circular (o al menos empezaban a hacerlo en el 18, si integraron la primera versión).
En algunos casos no son nombres propios los que firman estos textos, como es el Jam feminista de Resistencia, Chaco, autor de: “Cuantos lazos/ rompí con los dientes/ cuantos nudos desaté/ para recuperar/ mi corazón”. Estos versos, que sintetizan el camino de pérdida de seguridades y de encuentro con la dificultad que la mayoría hemos hecho para recuperar lo arrebatado por el patriarcado, conmueven por su franqueza. Hay poemas fotográficos, visuales, estampas de la clandestinidad, versos que sacan a la luz la experiencia invisibilizada de la IVE.
Poemas que pueden suponerse biográficos como el de la jujeña Zaida Kassab, que, reduciendo a objeto al yo poético, escribe: “En aquella silla otra se sienta. En una cama quitan un cuerpo colocan el mío”. Hay versos que eligen atestiguar lo padecido por un cuerpo que no es el propio, o lo es merced a la sororidad: “Te veo caminar hacia el fin de un pasillo. En la sala de espera. Subir a una camilla. Ahí donde ahora mismo sos una urgencia quieta”, escribió Ana Laferranderie. Tamara Padrón Abreu, limeña nacida en 1980, resume con contundencia el origen de la violencia postcolonial: “Nuestros cuerpos germinados fueron el pilar fundamental de esta violencia llamada Patria”. Y la argentina Marisa Negri, mirando a los ojos a esa entelequia patriótica, la de la tradición clasista y machista, dice: “hemos escuchado la voz equivocada/ soy dueño de tu cuerpo/ es un cumplido que el patrón elija/ no serás nadie/ sin estos favores”.
Estos doscientos poemas o más (algunas de las autoras han incluido más de uno) fueron ordenados según el orden alfabético de los apellidos firmantes estableciendo el mismo criterio de horizontalidad que se ve en el diseño de tapa, donde figuran retratadas todas las poetas que integraron la versión del MV original. En este hilo lírico y no tan lírico que se extiende a lo largo de las páginas de la versión ampliada, la libertad, el dolor, la furia, la celebración, la lucha plantan bandera en muchos casos desde la más absoluta claridad. La porteña Carla Sagulo es un ejemplo de esos que definen perimetralmente el territorio donde ningún macho podrá entrar: “no voy a ser tu madre/ no voy a ser tu esclava/ no vas a lastimarme/ voy a parir si quiero”.