Un amigo hindú me hace saber que en su país se habla de “comunovirus”. ¿Cómo no haberlo pensado? ¡Es la evidencia misma! Y qué admirable y total ambivalencia: el virus que viene del comunismo, el virus que nos comuniza. Hete aquí que es mucho más fecundo que el irrisorio corona que evoca viejas historias monárquicas o imperiales. Por otra parte, es para destronar, cuando no decapitar, el corona por lo que debe emplearse el comuno.
Es realmente lo que parece hacer según su primera acepción, puesto que en efecto proviene del país más grande del mundo cuyo régimen es oficialmente comunista. No lo es solo a título oficial: como lo declaró el presidente Xi Jimping, la gestión de la epidemia viral demuestra la superioridad del “sistema socialista con características chinas”.
Si el comunismo, en efecto, consiste esencialmente en la abolición de la propiedad privada, el comunismo chino consiste –desde hace una decena de años- en una cuidada combinación de la propiedad colectiva (o estatal) y de la propiedad individual (de la que no obstante está excluida la propiedad de la tierra). Esta combinación, como se sabe, permitió un crecimiento notable de las capacidades económicas y técnicas de China, así como su papel mundial.
Aún es demasiado pronto para saber cómo designar la sociedad producida por esta combinación: ¿en qué sentido es comunista y en cuál introdujo el virus de la competencia individual e incluso de su sobrepuja ultraliberal? Por el momento, el virus Covid-19 le permitió mostrar la eficacia del aspecto colectivo y estatal del sistema. Esa eficacia incluso se afirmó tan bien que China viene en ayuda de Italia y luego de Francia.
Por supuesto, no dejamos de hablar largo y tendido sobre el aumento del poder autoritario de que se beneficia en este momento el estado chino. De hecho, todo ocurre como si el virus viniera en el momento oportuno a ratificar el comunismo oficial. Lo que es molesto es que, de esa manera, el contenido de la palabra “comunismo” no deja de enredarse, precisamente cuando ya era incierto.
Marx escribió de manera muy precisa que con la propiedad privada la propiedad colectiva debía desaparecer, y que ambas debían ser reemplazadas por lo que él llamaba la “propiedad individual”. Con esto no entendía los bienes poseídos por los individuos (es decir, la propiedad privada) sino la posibilidad para el individuo de volverse propiamente él mismo. Se podría decir: realizarse.
Marx no tuvo ni el tiempo ni los medios de ir más lejos en ese pensamiento. Por lo menos podemos reconocer que solo ese pensamiento abre una perspectiva convincente –aunque muy indeterminada- a un propósito “comunista”. “Realizarse” no es adquirir bienes materiales o simbólicos: es volverse real, efectivo, es existir de manera única.
Es entonces la segunda acepción de comunovirus la que debemos retener. De hecho, el virus nos comuniza. Nos pone en un pie de igualdad (para decirlo sin dar muchas vueltas) y nos reúne en la necesidad de hacerle frente juntos. Que esto deba pasar por el aislamiento de cada uno no es más que una manera paradójica de experimentar nuestra comunidad. No es posible ser único sino entre todos. Es lo que constituye nuestra más íntima comunidad: el sentido compartido de nuestras unicidades.
En la actualidad y de todas las maneras, la copertenencia, la interdependencia, la solidaridad nos interpelan. Los testimonios y las iniciativas en este sentido surgen de todas partes. Añadiendo la disminución de la polución atmosférica a la reducción de los transportes y de las industrias se obtiene incluso un encantamiento anticipado de algunos que ya creen llegada la perturbación del tecnocapitalismo. No desdeñemos una euforia frágil, pero preguntémonos de todos modos hasta qué punto tenemos un conocimiento más profundo de la naturaleza de nuestra comunidad.
Se apela a las solidaridades, varias se activan, pero globalmente lo que domina el paisaje mediático es la espera de la providencia estatal, justamente aquella que Macron tuvo ocasión de celebrar. En vez de confinarnos nosotros mismos nos sentimos primero confinados por fuerza, así fuera providencial. Experimentamos el aislamiento como una privación, mientras que es una protección.
En un sentido es una excelente sesión de corrección: es cierto que no somos animales solitarios. Es cierto que necesitamos encontrarnos, tomar una copa, y hacer visitas. Por lo demás, el brusco aumento de las llamadas telefónicas, de los correos electrónicos y otros flujos sociales manifiesta necesidades apremiantes, un temor a perder el contacto.
¿Acaso estamos en mejores condiciones para pensar esa comunidad? Es de temer que el virus siga siendo su principal representante. Es de temer que entre el modelo de la vigilancia y el de la providencia permanezcamos librados únicamente al virus, como bien común.
Si así fuera, no progresaremos en la comprensión de lo que podría ser la superación de las propiedades, tanto colectivas como privadas. Es decir, la superación de la propiedad en general y en la medida en que designe la propiedad de un objeto por un sujeto. Lo propio del "individuo" para hablar como Marx, es ser incomparable, inconmensurable e inasimilable, inclusive a sí mismo. No es poseer "bienes". Es ser una posibilidad de realización única, exclusiva y cuya unicidad exclusiva, por definición, no se realiza sino entre todos, y con todos; contra todos o a pesar de todo, igualmente pero siempre en la relación y el intercambio (la comunicación). Se trata aquí de un "valor" que no es ni el del equivalente tradicional (el dinero), ni por tanto tampoco el de una "plusvalía" arrebatada, sino de un valor que no se mide de ninguna manera.
¿Somos capaces de pensar de manera tan difícil y hasta vertiginosa? Está bien que el comunovirus nos obligue a interrogarnos así. Porque solo con esa condición, en el fondo, vale la pena ocuparse de suprimirlo. De otro modo nos volveremos a encontrar en el mismo punto. Estaremos aliviados, pero tendremos que prepararnos para otras pandemias.
*Artículo publicado en el libro Un virus demasiado humano, de Palinodia.