“No creo que tengas nada de qué preocuparte: no sos su tipo de mujer”, le dice el gerente de recursos humanos de la compañía a Jane, una joven asistente que está dando sus primeros pasos en la industria del cine, aplicada a un empleo raso en una oficina de Manhattan. Hace muy poco que trabaja allí, apenas cinco semanas, pero ese día algo la empuja a hacer una visita imprevista a la persona que la contrató. Unos aros de mujer hallados en el piso del despacho del jefe, reuniones a puerta cerrada cuando el resto del personal ya se ha retirado, entregas por correo de una importante cantidad de inyecciones de alprostadil, y la gota que rebalsa el vaso: la llegada de una nueva y joven y bella y algo ingenua asistente, a quien Jane debe llevar de inmediato a un hotel cercano, antes de comenzar sus tareas cotidianas en el espacio laboral. Algo está pasando, insinúa la protagonista de The Assistant (La asistente) sin animarse a decirlo de frente, pero la respuesta del personaje interpretado por Matthew Macfadyen es tajante. A ella no le va a tocar, no es “su tipo”, seguido de un “acabás de empezar tu carrera y hay docenas de personas que querrían estar en tus zapatos. ¿Presento una queja o seguimos como siempre?”. La lógica detrás de esa escena, que ocurre ya muy avanzada la ópera prima de ficción de la realizadora Kitty Green, encierra gran parte del sentido total del relato: un pacto de silencio alrededor de las actividades de acoso y más que posibles abusos sexuales del mandamás de la productora cinematográfica donde Jane presta servicios. Hacer la vista gorda, mirar para otro lado, comentar por lo bajo, nunca explicitar las sospechas. Mucho menos denunciarlas. Cuando The Assistant se presentó a comienzos del año pasado en festivales como el de Berlín y Sundance los comentarios no se hicieron esperar. Indudablemente, el film estaba basado, aunque libremente, en Harvey Weinstein, el otrora poderoso productor de Hollywood, fundador de la compañía Miramax junto a su hermano Bob, y la primera pieza en caer gracias a las denuncias de muchas de sus víctimas a lo largo de las décadas, asimismo punto de partida informal del movimiento #MeToo. La propia Green, realizadora y guionista, confirmó esa raigambre en el caso real, aunque la película –que acaba de lanzarse en la plataforma Amazon Prime Video– se encarga muy inteligentemente de evitar las declamaciones bombásticas y el morbo, a partir de un trabajo de destilación narrativa casi minimalista y, en cierta medida, abstracto.

Quien está detrás de las puertas de la oficina principal, quien llama por teléfono con sonoros retos y luego escribe emails conciliatorios con algo de psicopático, quien todo el tiempo está presente pero nunca es visto en pantalla podría ser Harvey Weinstein, pero también cualquier otro hombre poderoso con actitudes abusivas. Jane es Julia Garner, para muchos la revelación de la serie Ozark, aquí en un rol complejo de construir y de sostener precisamente por todo lo que no revela a partir de los diálogos o los gestos expansivos. La decisión de Kitty Green de limitar la historia a poco menos de veinticuatro horas en la vida de la protagonista es ideal para el planteo narrativo y el esquema visual propuesto por el film. Jane se levanta muy temprano, como todos los días desde hace semanas, y es siempre la primera en llegar al pequeño edificio. Sin dudas ha dormido poco y el nivel de exigencia laboral y stress consiguiente hizo que olvidara el cumpleaños de su padre. Es de noche y todavía faltan un par de horas para que el reloj marque las 8 AM, punto de inicio de las actividades. Ordenar el despacho del jefe (allí está ese arete, tirado junto a una mancha de origen dudoso), imprimir copias de la agenda del día, prender las luces, organizar varias cosas antes de que lleguen sus primeros colegas. Más tarde, cuando las voces de los compañeros de planta anticipan los primeros llamados telefónicos de la jornada –arreglar el horario de un vuelo, reservar dos habitaciones más, combinar con el chofer la recogida de tal o cual visitante– será su turno de atender los reclamos de la esposa del jefe, furiosa ante la imposibilidad de usar las tarjetas de crédito. ¿Por qué su turno? ¿Por qué siempre ella? ¿Acaso porque es mujer y recién ingresa a ese universo y tiene/debe que pagar un derecho de piso tácito? ¿Por qué limpia los restos de la comida si hay personal de limpieza dedicado a esos quehaceres? ¿Por las mismas razones? Las relaciones tóxicas entre Jane y los empleados varones van haciéndose evidentes de a poco. El resto de los hombres, en su mayoría poderosos –o algo así, o no tanto, aunque siempre vestidos de impecable traje– entran y salen de las oficinas y se pasean por los pasillos con un aire de superioridad más que evidente. A veces con miradas desaprobatorias, otras sin reconocer a quien se tiene delante. Sobre todo a Jane, que por momentos parece invisible. O casi. Y siempre, varias veces al día, la salita de la fotocopiadora, ese fastidio mecánico y gran metáfora del nuevo mundo de Jane.


“Quería estar segura de que la representación de su lugar de trabajo fuera precisa”, declaró Green en una entrevista con la revista digital slashFilm durante las proyecciones en Sundance. “Las escenas de la fotocopiadora tienen tanto peso y ocupan tanto espacio como aquellas en las cuales Jane limpia el sillón, que podrían verse como más espeluznantes o sensacionalistas. La idea era que todo se desarrollara realísticamente, como un día cualquiera para una mujer en esa posición. La monotonía, la banalidad del mal, era el tema general que buscábamos”. En esa y otras conversaciones con el periodismo, la australiana Kitty Green evitó hablar específicamente de Harvey Weinstein. La razón parece clara: la obra no es un típico caso de película “basada en hechos reales”, sino una reconstrucción de situaciones e interacciones que pueden extrapolarse a otros nombres propios y a otros ámbitos. Para la realizadora, todo está conectado “a la idea de la cultura del silencio, en lugar de hablar sobre esas cuestiones. En lugar de intentar descifrar qué es lo que está ocurriendo, hagamos chistes sobre ello. Es más fácil. Es una manera de lidiar con algo ante lo cual se siente impotencia a la hora de detenerlo. La protagonista, Jane, intenta comunicarle sus impresiones a alguien y simplemente la hacen callar. Los comportamientos de abuso sólo pueden continuar cuando no son abordados frontalmente. Esa era la idea con la cual queríamos jugar”. Ese peso específico, el de querer hablar y no poder hacerlo –por miedo a perder el empleo, a ser humillada, a quedar como una paranoica– tiene su contraparte en el único momento en el cual Jane toma la decisión de comunicarle a un superior sus sospechas. El resultado es el esperable y su corolario indirecto no es otro que una nueva capa de silencio, coronada por la idea de que, en el fondo, las cosas tal vez así sean y no hay nada qué hacerle. Consecuente con ese estado de repetición sin inflexiones ni cortes enfáticos, Green evita la música incidental hasta los últimos minutos de proyección y la puesta en escena apuesta por la idea de reiteración y chatura, con una protagonista atrapada entre marcos geométricos que le dan a su jornada un aspecto asfixiante.

“Jane se hunde y se hunde cada vez más en el cuadro. Eso fue algo que decidimos a la hora de jugar un poco con los encuadres. Julia tiene el rostro más expresivo que pueda imaginarse, así que podíamos quedarnos con los primeros planos sin problemas, antes de pasar a encuadres más generales”. En ese sentido, The Assistant es un largometraje radicalmente distinto a la reciente El escándalo, la película con Charlize Theron, Nicole Kidman y Margot Robbie basada en el caso real del jefe de Fox News Roger Ailes y sus abusos sexuales en el último piso del edificio de la cadena de noticias. Allí donde el film de Jay Roach adoptaba un tono declamatorio y quizás un tanto condescendiente, Green encara una estrategia mucho menos explosiva pero, por esa misma razón, más potente. En palabras de Green, quien confiesa haber hablado con mucha gente que trabaja o trabajó en la industria del cine, “muchos me contaron historias muy locas sobre Cannes y los yates de la gente más poderosa del negocio. Pero me interesaban más las historias ordinarias y que, por ello, podían trasladarse a cualquier ámbito laboral. Espero que todas las mujeres puedan identificarse con la posición de Jane. Creo que funciona, porque luego de las proyecciones muchas espectadoras que han trabajado en agencias de modelos o en compañías cosméticas, e incluso en empresas de navegación, me han comentado que algo así les había ocurrido a ellas o a alguna compañera en sus lugares de trabajo”. 

La descripción de la realizadora tiene aún más sentido cuando se piensa en su última película –la primera de producción completamente estadounidense– como una continuación de su obra previa como documentalista. Ukraine Is Not a Brothel (2013), rodada en Ucrania en plena eclosión del movimiento Femen, describe el rol de las activistas feministas de la ex república soviética, quienes llegaron a las tapas de los periódicos internacionales gracias a sus actividades y marchas en las calles, siempre con los pechos desnudos. La denuncia, “Ucrania no es un burdel”, forma parte esencial del documental, pero Green también destaca la participación del promotor Victor Svatsky como líder del grupo, poniendo en primer plano las tensiones y contradicciones de muchos movimientos feministas contemporáneos. En Quién es JonBenét (2017), que puede verse en Netflix, la directora se metía de lleno en el terreno del true crime de una manera extremadamente particular: a partir de una serie de audiciones para una película o una pieza teatral inexistente, Green detallaba las mil y una teorías –las factibles y las conspiranoicas– alrededor del asesinato en 1996 de JonBenét Ramsey, una niña de seis años que se hizo famosa por participar en concursos de belleza infantiles con poses atrevidas y definitivamente adultas. “Siento que los hombres malos ya han tenido suficientes películas. Demasiado tiempo en pantalla”, declaró la cineasta en la presentación de su última película en Sundance. “Lo que más me interesa es reflexionar sobre las razones por las cuales las mujeres siguen sin poder acceder a muchos espacios de poder”. Más allá de su universalidad, tal vez esa sea la mayor virtud de The Assistant: sin gritos ni ampulosidades, representar en pantalla un estado de las cosas que, de a poco, parecería estar cambiando.