En los confines del mundo 7 puntos
Tabi no owari sekai no hajimari; Japón, 2019.
Dirección y guion: Kiyoshi Kurosawa.
Fotografía: Akiko Ashizawa.
Música: Yusuke Hayashi.
Intérpretes: Atsuko Maeda, Shota Sometani, Tokio Emoto, Adiz Rajabov, Ryo Kase.
Duración: 120 minutos.
Estreno en la plataforma Mubi como To the Ends of the Earth, con subtítulos en castellano.
Casi desconocido en las salas de estreno de Buenos Aires, el cine del excelente director japonés Kiyoshi Kurosawa –sin relación alguna con el gran Akira– tuvo su primera aproximación al público porteño en una retrospectiva organizada en el 2000 por la Sala Lugones y luego en una actualización de aquella muestra que llevó a cabo el Bafici 2004, en la cual el propio Kurosawa presentó personalmente sus films. En ambas ocasiones se pudo constatar que se trataba de un cineasta fuera de norma, que venía a reactualizar la vieja teoría del cine de autor: Kurosawa probaba ser capaz de moverse dentro de las estructuras del cine industrial de bajo presupuesto –en su caso, las películas de la yakuza y del llamado “J-horror”– para reformular esos clisés en función de su visión personal, hasta configurar un mundo propio, de un profundo pesimismo, cuando no directamente apocalíptico.
Desde entonces, Kurosawa nunca dejó de filmar con regularidad y con un alto nivel de calidad, mientras ampliaba su paleta de temas y colores, al punto de que ya tiene 50 títulos como director a su nombre. Obstinado perseguidor de los yurei, el nombre con el que en Japón se conoce a los fantasmas de los muertos apartados de su pacífico descanso debido a algún hecho traumático ocurrido en vida, Kurosawa siempre tiene al pasado muy presente en su cine. Y aunque sin duda es su película más atípica, To the Ends of the Earth (que la plataforma cinéfila Mubi estrenó esta semana) no es la excepción a la regla.
El pasado escondido en el presente también es, de algún modo, el tema medular de esta penúltima realización del director (que en la Mostra de Venecia de agosto pasado ganó el León de Plata por su flamante Wife of a Spy). Un cineasta siempre sorprendente y que se rehúsa a ser encasillado, Kurosawa propone en To the Ends of the Earth una película híbrida, desconcertante incluso, de tonos muy diversos y en donde nunca se sabe qué va a suceder de una escena a la otra.
La trama, sin embargo, no podría ser más simple: un equipo de la TV japonesa se encuentra en Uzbekistán, haciendo uno de esos programas de viajes que privilegian el dato curioso y la banalidad por encima de cualquier otra consideración. Yoko, la conductora del show (Atsuko Maeda, una cantante estrella del J-pop en la vida real) es extremadamente profesional y hace todo lo que le pide el director, desde sumergirse en un lago donde se supone hay un pez monstruoso (los planos de Kurosawa sugieren la posibilidad de que aparezca) hasta dar vueltas hasta el desmayo en una precaria atracción de feria. Pero su verdadera vocación es la música, que ella siente está relegando por esa tarea vacua con la que se gana la vida.
Todo en Uzbekistán la atemoriza: las calles abigarradas, los hombres, las comidas y las costumbres, de las que todo lo ignora. Pero en medio de esa otredad, que por momentos se vuelve ominosa por el solo hecho de ser distinta a la de su cultura, la chica da por casualidad con un teatro lírico, al que ingresa como en un sueño, un poco como en El hombre que sabía demasiado (1956), de Alfred Hitchcock, el hijo secuestrado de James Stewart y Doris Day se reencuentra con sus padres, siguiendo el hilo de una voz.
Ese hilo –como el que Ariadna le regala a Teseo— le permitirá a Yoko salir del laberinto en el que se encuentra. Y descubrir que ese hermoso teatro de Tashkent fue decorado hace más de medio siglo atrás por artesanos japoneses, que a pesar de haber sido prisioneros de guerra y mano de obra esclava, dejaron allí las huellas de su arte, para quien supiera encontrarlas. De una u otra manera, el pasado siempre reaparece y se resiste a ser olvidado.