River tiene con Marcelo Gallardo un ciclo brillante, indiscutible, lleno de éxitos y triunfos resonantes, sobre todo en los cruces con su archirrival. También tiene algunas caídas estrepitosas que sorprenden: el 1-2 contra Flamengo en una final que parecía liquidada; el 2-4 contra Lanús después de haber sacado una ventaja notable; el 0-3 contra el Barcelona que le hizo precio; la recaída en los últimos encuentros del torneo local dejándole servido el título a Boca, y este reciente e inesperado 0-3 contra Palmeiras, en una de las semifinales de la Copa que lo tenía como principal candidato en la consideración de todo el país. 

River, tan acostumbrado a ganar todo lo que juega, pierde poco, pero cuando le toca suele llamar la atención. Sin embargo, esta ultima caída, aunque dolorosa, no es definitiva ni mucho menos. Hay sobradas razones para suponer que el resultado se puede revertir en este partido de 180 minutos.

Lo primero que se debe entender es que el encuentro de ida fue muy raro; que River fue ampliamente superior en los primeros 25 minutos; que parecía encaminado a una nueva victoria de las de su sello cuando ocurrió la desgracia del primer gol, y empezó a transformarlo todo. Es cierto que Armani cometió un error al rechazar con los pies una pelota que no entrañaba demasiado riesgo, pero también es verdad que tuvo la mala suerte que la pelota cayera mansita en los pies de un rival, y que el remate de este se desviara en el cuerpo de De la Cruz impidiendo que el arquero se reivindicara, porque evidentemente iba a atajar ese tiro. 

Sin ese eslabón de casualidades seguramente ese partido dibujaba otra historia. Primer dato a favor: River demostró que es capaz de generarle muchas situaciones de gol a Palmeiras, aunque meta mucha gente en el fondo. Se dirá que no supo concretar y es cierto, pero si se revisan una a una esas jugadas, se deberá admitir que algunas no terminaron en gol por centímetros.

Otro dato clave para suponer que Palmeiras no puede cantar victoria es que en San Pablo no habrá multitudes alentando al equipo, y presionando al árbitro. En este endemoniado fútbol en tiempos del covid, los escenarios no pesan. Son siempre canchas de 105 x 70, metros más metros menos en los partidos que se juegan a nivel del mar. Y tampoco hay diferencias sustanciales en el clima entre San Pablo y Buenos Aires. 

O sea, da más o menos lo mismo jugar acá o allá. Y si a River le pesaron mucho en el ánimo los dos primeros goles recibidos porqué no pensar que a Palmeiras le puede ocurrir algo parecido. Imaginemos un tempranero gol visitante y preguntémonos cómo podría llegar a asimilarlo su rival. Gallardo sabe (y lo dijo, inclusive) que no se trata de ir a atacar a lo loco, pero también que jugado por jugado va a ir al frente como siempre o más que eso. 

Y como tiene a Borré, Matías Suárez, Ignacio Fernández, De la Cruz , Montiel como un delantero más, y eventualmente a Julián Alvarez su poder ofensivo es enorme. Cuando River pega primero suele sacudir a sus rivales, y cuando huele sangre acrecienta su poder mortífero.

La parada no es sencilla, obviamente. No tiene en defensa la solidez que tenía con Martínez Quarta, en un nivel elevadísimo antes de su transferencia. El equipo había encontrado una variante de importancia con Angileri (no está para jugar y Casco no parece estar entero), tiene dificultades ahora para armar la línea de fondo, pero del medio en adelante le sobra paño.

River va a intentar la hazaña aunque asume muchos riesgos porque está en su naturaleza, y porque no se va a conformar con una actuación digna. Debe hacer cuatro goles (y no importará que los brasileños metan uno) para pasar a la final, o tienen que meter tres para llegar a los penales. Otros equipos darían por cerrada la cuestión, River no. Y se la va a jugar.