Como un pescado muy rabioso venía mordiéndome a dentelladas los recuerdos. De cuando estábamos todos juntos y éramos felices y sanitos, sobre todo sanitos, vealé, usted, de cuando no andábamos con los barbijos puestos con 40 grados y de cuando nos juntábamos veinte a tomar de un solo mate con un solo termo.

La puta que ha cambiado el mundo, decía mi abuela, que no entendía, todavía, la diferencia entre pesos, pesos argentinos y australes, y mucho menos cuando le empezaron a pagar la pensión con los bocon.

Papanatas éramos todos, felices y contentos de tontolear todo el tiempo con el telefonino en la mano, de mandarnos fotitos, videos y demás, contándonos, entre los amigos, ¿qué estás haciendo ahora? 

El tema es que cuando nuestro jefe, nos salió con la misma pregunta, a cualquier hora, en cualquier lugar, mandándonos, también, en un video, o peor, una videollamada, todo lo que tenés que hacer, te alcance el tiempo o no te alcance, porque, ahora, conectados estamos todos, conectados todo el día, no sea cosa de que alguien tenga alguna urgencia y tenga que salir en apurada hacia el hospital o sanatorio más cercano, entonces, ya que estamos, trabajamos todo el tiempo coordinando reuniones en zoom en plena hora de la cena o mientras le damos la teta al bebé, total, trabajo es trabajo, y es mejor cuidarlo, porque si mucho de eso no había, después de este año, mucho no va a quedar.

Aprendimos a hacer todo lo que pudimos, recetas impensables, artesanías preciosas, cursos y más cursos, tanto de un lado como del otro de las pantallas, corrimos en el parque como locos y aprendimos a bicicletear de lo lindo. Después de todo, quién dijo que la pandemia era una caca…. 

Aprendimos a restaurar muebles, pintamos de todo, imaginamos un mundo nuevo, incansable, inabarcable, a través de las pantallas más cercanas. Nos hicimos devotos del Netflix o de alguna serie de algún canal, y siempre, en ese horario, ahí estábamos, che, firmes como poste de teléfono, aunque, tengo que reconocer, que nunca hubo nada igual a cuando pasaban El rey del ganado, por la televisión abierta, a las 21. En fin, tiempos son tiempos y entre Metzengas y Berdinazzis y entre Montescos y Capuletos todo está podrido y estropeado (¿o no?)

Nada enamora más que lo prohibido, confesó un párroco, y bueno, forma parte de nuestro karma. El amor sigue vericuetos insospechados en cualquier momento y en cualquier lugar, porque antes que nada somos humanos y porque el amor, la ternura, las caricias, el mirarse a los ojos en el fondo del alma, es lo que nos sostiene, nos enamoremos de quien nos enamoremos, ¡carajo!

El 28 de diciembre de 2020, el Día de los Santos Inocentes, nos dejó, entre mareas de pérdidas irreparables, la mejor voz de todas, quien supo cantarle al amor la vida entera; falleció a los 86 años, víctima del Covid, esta peste maldita, Armando Manzanero.

Poeta, compositor y cantante ilustre, dedicó su vida al bolero, género del amor, si los hay.

Honremos su más preciada memoria y en su honor, y en el honor de todos los inocentes que mueren, cada día, por los tan mentados “ajustes de cuentas” respetémonos un poco más y dejémonos de aniquilarnos a los tiros todo el tiempo. Por favor. 

 

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