De lejos se los ve: están sentados en la mesa de un bar sobre la vereda, Juncal y Rodríguez Peña. Enfrentados casi simétricamente –nariz con nariz, los barbijos bajos–, se despliega la fantasía de un espejo que atrasa o adelanta. Moris y Antonio Birabent parecen dos vaqueros anacrónicos que se miran con la serena seguridad con que sólo se mira un padre con su hijo. Cada uno en su sitio, se vampirizan: Moris se nutre de la vitalidad de Antonio; Antonio, de la reposada sabiduría de Moris. De lejos se los ve, como si habitaran una canción de cualquiera de los dos: el bar, colectivos que pasan rozando gente, hombres y mujeres con máscaras antivirus, el consumismo nervioso de las Fiestas, mendigos de Barrio Norte, chicos de la calle que respetuosamente venden curitas o pañuelos descartables mesa por mesa, no se sabe si educados o prematura, definitivamente vencidos.
A casi diez años del extraordinario Familia canción, los Birabent reinciden: acaban de dar una de las pocas buenas noticias del 2020, justo antes de su fin, con la edición de La última montaña. Los dos discos se pueden escuchar como un álbum doble: son las mismas temáticas, las mismas obsesiones, un mismo ADN. Savia común de guitarras callejeras. La última montaña tiene el plus de la participación de Inés González Fraga, mujer de toda la vida de Moris, madre de Antonio, artista plástica. Su aporte específico es visual, profundamente simbólico: para la portada los Birabent eligieron un cuadro colgado en el living familiar, una pintura en la que se ven tres montañas. Al fin y al cabo, cada uno a su manera, los tres pintan. ¿Qué es, por caso, “Nocturno de Princesa” sino un cuadro impresionista del post franquismo madrileño? Sería perezoso conjeturar que las tres montañas son Inés, Moris y Antonio, pero así planteado es la tapa perfecta de un álbum urbano y crepuscular, que proyecta una extraña belleza. Si Familia canción fue un abrazo, La última montaña es acaso un largo, amoroso adiós. Al menos el mundo tal como lo conoció Moris –y también, finalmente, Antonio– no existe más. Esta montaña postrera es un eco erosionado del siglo pasado, un estertor; canciones beatles, proletarias, aguerridas, existencialistas, de alguna manera cansadas.
“El tema es el tiempo. Se acaba. El tiempo es un enigma... ¿cómo fue que pasó? A mi edad es más lo que se piensa que lo que se puede hacer. Por suerte está Antonio, que tira del carro. Yo lo sigo”, dice Moris. “Todo se dio sin pensarlo”,retoma Birabent Jr. “La pandemia, muchos meses de interiores, la posibilidad de contar con más tiempo para hacer cosas... Cuando te querés acordar, tenés canciones, proyectos, ganas renovadas”.
–¿Después de Familia canción habían conversado de un segundo disco juntos?
Antonio: No, para nada. Ocurrió que la pandemia, paradójicamente, potenció la comunicación. Fueron saliendo canciones, que nos pasábamos por teléfono. ¡Teléfonos fijos! Trabajábamos alguna letra de papá que yo le ponía música, y también el proceso inverso. Yo mientras hacía otras cosas, otros discos, otros textos.
Moris: Yo también estaba en otra.
–¿En cuál?
Moris: En la mía. Hace algunos años solía salir de noche. Volvía a casa a cualquier hora. Arrancaba carteles de publicidad para después hacer collages, o me iba al boliche La Pérgola, enfrente de la Plaza Dorrego, en San Telmo, a tocar la batería hasta muy tarde. El dueño de La Pérgola, Gatillo, es muy amigo mío, y siempre me gustó vagar por ahí. Pero últimamente me guardé: me dediqué a leer biografías, a escuchar música clásica y a ver películas y videoclips en casa. Hasta que Antonio me preguntó: “Papá, ¿y si hacemos otro disco?”
Antonio: Es que esa pregunta me la hicieron a mí nuestros productores de siempre, Lolo Micucci y Víctor Volpi. Cuando les fui pasando temas, preguntaron si no daba para llegar a un disco. Y dio. Pero no fue algo planificado.
La chica del bar reconoce a Antonio por el programa de televisión La cueva, que se daba por Telefé hace casi treinta años en el medio del éxito inusitado de la película Tango feroz. De hecho, desde los los archivos del aquel programa, Antonio aparece entrevistando a varios popes del rock argentino en la docu-serie de Netflix, Rompan todo. ¿Es posible trazar un paralelo entre el cacareo que provocó Tango feroz en tiempos en que la globalización estaba en pañales y este Rompan todo panamericano? Ninguno de los dos vio el documental, pero lo sobrevuelan como restándole importancia. “¿Está bueno, che?”, pregunta Antonio. “El pasado me importa poco, me interesa el presente”, dice Moris y gira la cabeza. “Mirá, ahí viene mamá”, señala hacía Callao. El detalle es cotidiano, barrial. Nada desentona con versos de hace medio siglo, del estilo “Miro las fotos de ayer, ¡mamá qué joven que estás! Linda la vieja, lindos sus ojos...” Se percibe una armonía en la tarde, un delicado equilibrio entre la hostilidad de la ciudad y el encuentro de hombres y mujeres. Elegante, avanza la menuda y moderna figura de Inés doblando la esquina. Está de paso, haciendo compras. Saluda, su presencia es cautivante.
Se conocieron en Villa Gesell. Fue, dice, un romance instantáneo. “Yo supe enseguida que íbamos a vivir juntos, que íbamos a tener hijos… Vi todo”, dice Inés. “Fueron años muy lindos. El me venía a buscar a Bellas Artes, me esperaba en La Rábida. En setiembre de 1967 firmamos en el Registro Civil para dejar tranquila a mi madre... ¡que por supuesto no se quedó tranquila! A partir de ahí vivimos de todo. Las relaciones son difíciles, y todos somos difíciles. Nos queremos mucho. Moris es un testigo de mi vida, y eso cuenta mucho. Yo además nunca creí en la exclusividad, ni en la pertenencia”.
–Debe ser especial ver a tu hijo y a tu marido haciendo música juntos.
–Muy especial. Me encanta verlos compartir todo esto. Yo le agradezco a Antonio. Si fuera por Moris se quedaría todo el día en un café, viendo el mundo pasar.
–¿Intervenís en los discos?
–No, no, casi nada. En ninguno de los dos. Lo único que le pido siempre a Moris es que no se olvide de todos los temas inéditos que tiene.
–¿Quién eligió la pintura para la tapa de La última montaña?
–Antonio. El cuadro está en casa, pertenece a una serie de paisajes de colores grises, con pocos elementos. La verdad es que me gusta mucho que ahora salga a la luz. Nadie se interesa realmente por los cuadros, los que pintamos lo sabemos. A uno se le va la vida buscando un color, una forma, un lenguaje propio.
LA MONTAÑA ES LA MONTAÑA
La primera canción que se escucha en el nuevo disco es “Porque el sol”, un envolvente tema beatle –para ser preciso, el carácter tiene más que ver con el Lennon solista, con campanadas y todo–, letra de Moris y música de Antonio. El tema es viejo, figura en un inconseguible libro de Moris de principios de los 70, Ahora mismo: “Hoy es el único día de sol/ Donde el hijo será padre y el padre será muerto/ Escuchen todos: ciegos, ricos y sabios/ Hasta el árbol agradece siempre el agua/ Hasta el perro reconoce su amo/ Los pájaros del cielo ya lo saben”. La última canción es la que titula el disco y la frase final, cantada por Moris, estremece: “Pero yo no vuelvo más”. Son planteos fuertes que ellos toman con naturalidad. Dice Moris: “La muerte siempre está ahí. Y bueno, hablábamos del tiempo. Algunos quieren ver en un hijo o, incluso, en una canción, la posibilidad de trascender. Yo lo veo diferente. Igual, fijate qué loco: ‘Porque el sol’, que es el tema que habla del ‘hijo será padre y el padre será muerto’, es una letra de 1970”. Apunta Antonio: “Y el ‘ya no vuelvo más’ de ‘La última montaña’, yo lo linqueo con el último tema de Ciudad de guitarras callejeras, ‘De aquí, a dónde iré’”.
La canción que cita Antonio, de un disco de 1974, revela la obstinación de su padre por ciertas encrucijadas filosóficas y sociales. Moris, como los buenos escritores, siempre gira en torno de su propio eje, hablando de tres o cuatro cuestiones: “Mis hijos vendrán y también se irán... es la vida ¿De aquí a dónde iré? ¿Qué vueltas daré tan solo? También moriré, un día me iré no sé adónde, ¿Será más allá? ¿Qué me esperará?...”
La metafísica de los Birabent apunta al misterio de la existencia y a la soledad. Y, como efecto colateral, a la alienación, el latido de las ciudades, el mercantilismo... Pero hay en ese pensamiento un matiz descontracturado que los salva de la solemnidad de las canciones testimoniales. La mirada es más oblicua que dogmática. “Yo creo que este disco es más existencialista que el anterior”, dice Antonio. “Familia canción le cantaba mucho a Buenos Aires: aquí nos permitimos algunas reflexiones. También es urbano, pero sin especificar qué ciudad”.
–Una diferencia que se observa entre ustedes es la producción. Vos Antonio sos más de publicar...
–Antonio: Puede ser. Sí. Para mí la cuarentena fue bien productiva... Saqué un disco, El interior del volcán, estoy en un proyecto con Ariel Minimal. Ya tenemos un disco de canciones nuestras, y un EP con covers, entre los que está “De nada sirve”. Sigo con Marcelo Filippo y nuestro dúo Flores En Versalles, tengo la idea de hacer con Víctor Volpi un disco con quinteto de cuerdas, y además estoy escribiendo un libro...
-Moris: Yo soy un ermitaño. La cuarentena no cambió mi vida. Hago lo que me gusta. Soy productivo pero no publico. Mirá:
Apoya sobre la mesa un libro –Las mejores anécdotas del tango, de Héctor Angel Benedetti– y un cuaderno espiralado. El libro tiene apuntes en birome en cada hueco blanco; el cuaderno estalla en tinta azul, con caligrafía urgente. “Tengo ocho de estos blocks. Cada tanto los miro y pienso si puedo sacar alguna canción de acá. Pero no es facil. Soy tremendamente autocrítico. Siento que ya dije casi todo”. Toma con parsimonia el cuaderno y lee. La imagen define una puesta en escena que parece preparada: podría ser La Perla, el Moderno, la década del 60, podría estar en sandalias y ante un café con leche como uno de Los Beatniks. Moris lee –circunspecto, en voz alta– en un bar. “La mitad del mundo no sabe qué pasa, y la otra mitad vive en la amenaza”. Y sigue leyendo: sobre los ciclos de Buda, sobre el apocalipsis. Cada tanto sorprende con sentencias insólitas: “La pandemia es como la bohemia, pero con la careta del Zorro”. Mira a los ojos, como esperando una reacción ante la frase.
–Hay un tema del disco que se llama “El Zorro”...
Moris: Sí, yo cada vez que puedo lo veo por televisión. Además, me gusta mucho la música de la serie. El tema es una vieja letra mía; la música es de Antonio. Es un rock, medio en joda, juguetón. El Zorro justiciero y como sinónimo del inconformismo.
–“Ciudad extraña” es otro rock.
Antonio: Sí, esa es letra mía y música de papá. Nos salió medio Memphis La Blusera. La escribí en San Pablo. Estaba en un hotel, en medio de la promoción de la serie Epitafios.
–Después sigue “No somos dueños de nadie”. Una declaración de principios.
Antonio: Es todo mía, pero remite creo yo a una de papá, que se llama “Nada a nadie”. Y no, no somos dueños de nadie ni de nada. Todo es provisorio.
–“Nieva en Buenos Aires” tiene la voz de Litto Nebbia. Es increíble, pero es la primera vez que graban juntos Nebbia y Moris.
Antonio: Tal cual, es la primera vez.
Moris: Litto tiene un corazón gigante. Y ama tanto la música. No conozco a nadie que ame más la música que Litto. Y su voz se integra de maravillas con la de Antonio y la mía.
A: Es una vieja letra, del 9 de julio de 2007, cuando nevó en Buenos Aires. La música es de papá. Tiene una armonía bien “rock nacional”, si cabe la expresión. Y cómo entra Litto en la canción... ¡parece Steve Wonder!
–Hay una canción con una letra muy sugestiva, “Mil hombres y mil mujeres”.
Moris: Es mía, viejísima, de la época en que yo era vendedor de productos químicos. La escribí en la puerta de Massalin, la fábrica de cigarrillos, en Barracas. Me sorprendí al ver la automatización de los trabajadores, el sonido de la sirena, ver a los obreros salir todos juntos de la fábrica.
-Todo el álbum es muy descriptivo, muy contemplativo.
Moris: Creo que es muy cinematográfico. Y tiene emoción. A mí cuando alguien me pregunta qué me gusta, le digo: ¿por qué no me preguntas qué me emociona? Eso es lo complicado, emocionar.
-¿Qué te emociona?
Moris: Mozart, Tchaicovski, Schubert... la música clásica en general. El jazz de los años 30 y 40. Las voces: Nino Bravo, Frank Sinatra. Me emocionan las historias, las buenas biografías: vengo de leer la de Madame Curie, la de Picasso, la de Beethoven. Me emociona Sherlock Holmes.
Los dos están terminando sendos y demorados libros, que serán publicados este año por la editorial Planeta. El de Moris se va a titular El imperio del tiempo. “Escribí mi vida. Desde que tenía 12, 13 años, cuando me expulsaban de los colegios. Y después, cuando iba a los cabarets de la calle 25 de Mayo. Y los boleros, y lo que era Plaza Italia, Palermo...”. El de Antonio es un libro de observaciones con un inquietante título tentativo: Un padre mira a su padre. “Son los apuntes de un tipo que camina, que cuenta lo que va viendo. Están mis viejos, claro, y está mi hijo Oliverio. La edición es de quién es a mi juicio uno de los mejores escritores argentinos, Juan José Becerra”.
Al día siguiente de la entrevista, Becerra manda un mensaje: “Antonio es extraordinario mirando. Capta las frecuencias del ambiente. Las explícitas y también las que no se dejan ver. Tiene un talento muy refinado para detenerse a mirar. Siempre está mirando, y si está mirando es porque, en realidad, está pensando. Tiene mucho de niño sabio en su manera de relacionarse con las cosas, como si las creara”.
HEREDEROS DEL SIGLO XX
Entre Moris y Antonio se percibe un puente tendido que constituye, ni más ni menos, un legado. Es sutil, hay que tener el oído atento para advertirlo. El puente también está hecho de silencios. Cuando se le pregunta a Moris por el significado de La última montaña no responde: abre el cuaderno y lee, vuelve a leer. “Herederos del siglo XX, de otros cantantes. Emociones e intenciones. Letras urbanas y valerosas”. Después sí, levanta la vista y completa: “Creo que es un disco muy valiente”. “Lo que nos define a los Birabent es lo descriptivo y lo sentimental”, dice Antonio. “Los padres y los hijos tienen relaciones que van y vienen. Para mí lo importante, con él, es haber compartido un momento de sensibilidad y comunicación. Yo no podría haber hecho estas canciones solo”.
La conversación se abre como un delta. Moris dice que escuchó el tango de rebote, de chico: “Le gustaba mucho a mi madre: Carlos Di Sarli, Marianito Mores. Yo, qué querés, estaba loco por Little Richard. Aunque me gustaba Julio Sosa y, de antes, Gardel, Corsini y Magaldi. El bolero me llegaba más: ¡cómo cantaba Daniel Riolobos! También Mario Clavell. Y qué voz la de Luis Miguel. Soy muy de las voces: si me preguntás por voces argentinas, hoy te digo Sandro, Adrián Barilari y Jairo”. Ante el paisaje de deterioro social, se habla de “Dónde irán a dormir”, una de las canciones mas inspiradas de La última montaña, con un gran trabajo de vientos de Micucci y Volpi, y una letra desoladora que escribió Antonio en los bares viejos de su ex-barrio, San Telmo, “donde todavía se lee el diario de papel”. Moris dice de pronto que cada tanto habla por teléfono con Javier Martínez, con Pipo Lernoud. Y refiere a la importancia de “la odontología” para colocar bien la voz. “Una vez le preguntaron a Sinatra cuál es el secreto de su canto y respondió: ‘Un buen micrófono y un buen dentista’”.
La entrevista se diversifica aún más. Cuentan que quieren presentar el disco, que están hablando “con Ciudad y con Nación”. Ante una pregunta de su hijo (“¿Por qué en aquellos años estaban tanto tiempo sin dormir?”), Moris se explaya: “Teníamos 20 años, Antonio. No era necesario tomar drogas, eran las hormonas de la edad. Cuando estás dos días sin dormir, empezás a ver el mundo desde otra perspectiva. De esa perspectiva salieron temas como ‘De nada sirve’”.
–Mucho de lo que planteaste en ese tema tiene vigencia.
–¡Una vigencia total! Con el ritmo de “Fever”, que nosotros habíamos conocido por Elvis, la gran cuestión de “De nada sirve” es la soledad. Son pensamientos sobre el mundo, pero desde la desesperación que solo te da la conciencia de la soledad. Y la soledad es invencible.
Moris mueve las manos. Tiene inscripciones, como tatuajes. En un par de dedos se lee “On”: Moris los invierte. “¿Ves? Queda No. On, No”, ríe. Se leen dos leyendas más en su piel: “Dejame pensarlo” y “Good manners”. “Otra vez, Sinatra. Frank le preguntó a la reina de Inglaterra cómo hacía para resolver los conflictos que se le planteaban diariamente. Y ella respondió con esas dos palabras: Good manners”.
–Los Birabent manejan las buenas maneras...
Antonio: Sí. Somos bichos raros. Nos movemos en lo simple y en lo complejo. En muchas cosas somos iguales.
Moris: Yo cada vez me siento más tranquilo. Otra vez, las hormonas: corresponden a un tipo de mi edad. Tengo una mirada más compasiva... Antes podía tener una mirada acusatoria de un montón de cosas. Ya no. Entiendo la fugacidad de las cosas.
–¿Y qué te provoca haber llegado a esa conclusión?
–Paz. Llevo una vida monacal. Leo, escribo, me acuesto temprano. No arrastro mi pasado, vivo el presente y lo único que necesito no lo puedo tener.
–¿Qué es?
–Tiempo. Más tiempo. Mucho más tiempo.