La noche presumiblemente indiscreta del año 2017, ideal para fundar una nueva droga, en la que Halloween coincidía con la Noche de los Museos: nació Mabel. Fue una idea, un refucilo, una aventura nocturna entre dos amigas a las que un sábado las encuentra con ganas. Un poco en chiste y otro poco explorando el oficio del montarse para una cita, aquella primera noche Mabel cruzó una parte de la ciudad de Buenos Aires para llegar a tiempo al CCKirchner, y tararear desde el salón algunas canciones de Bife.

Muy de a poco fue construyendo esa otra implicancia más real sobre ella misma: ¿quién es efectivamente Mabel? ¿Cuál es su sentido?, ¿qué texturas, qué colores, qué movimientos realiza?

Venus abortera

En 2018, a raíz de una publicación donde emulaba la obra de Botticelli y se proclamaba “Venus abortera”, un ejército de TERF ejecutaron sus ataques cibernéticos y viralizaron el escarnio público acusándola de “varón”. En la performance inmediatamente posterior, Mabel inauguró su “chocho”, la versión nudista y literal de su tuck, el falso desnudo de una concha irreal pero que se convirtió en la herramienta discursiva de presencia. Aquella intervención que se llevó a cabo en La Confitería remataba con un pronunciamiento manuscrito que ella leía y llevaba como título  “Feminismo Interseccional”.

Mabel es “una pendeja judía y atrevida”, apenas pasó los 20 años, pero flashea señora. Feminidad errante, una artista que contiene en esa subjetividad el registro estético y político de hacer de su no binarismo una búsqueda artística para trascender lenguajes. Fue una de lxs artistas convocadxs a los últimos proyectos del colectivo Ópera Periférica, cerró la exhibición “Panorama, semana de las galerías de arte en Argentina” en Munar con su perfo “Realidad Fantasía”. También es DJ, sacó su single “Me caigo”, producido y mezclado por Matt Montero y estrenado durante la era pandémica en todas las plataformas. Mabel reivindica la decisión de llevar su performance a otros espacios, pero no piensa ni quiere dejar la noche.

¿Cómo surgió el abordaje artístico de Mabel desde una perspectiva de un judaísmo queer?

Fue un planteo que me hice en 2019, me parecía que el drag, en general, y el arte, es un espacio donde se pone en juego todo lo que es hereditario, donde no podés no tocarlo, no podés dejar que pasen por un costado, lo siento así. Entonces fue encontrar qué había quedado en mí de todo el judaísmo que me atraviesa y me atravesó toda mi vida; en Mabel, qué tenía Mabel de todo eso. Que si bien no nació necesariamente como eso, me tardó un tiempo descubrir que hay un montón de posibilidades y de cuestiones simbólicas que me interesan ver, trabajar y empezar a torcer. Y también introducir, hay muchas personas que no conocen o que no entienden, o que asocian el tipo de judío a ese judaísmo ortodoxo. Me parecía interesante poder abrir el diálogo sobre qué es ser judía y cómo habito yo mi judaísmo.

Poniendo también en tensión el binarismo…

Me pasó que hace poco me mandaron un texto que produjeron estudiantes de Artes Escénicas de la UNA en donde analizaban mi performance y la relacionaban con sus autores, y habían visto un montón de cosas en la perfo que yo no las había pensado tan así. Nunca me propuse a decir: voy a mezclar costumbres que en el judaísmo están bien marcadas y diferenciadas para un hombre y para una mujer. En la perfo está el payot, la kipá que en algunos judaísmos es solo de los hombres; las velas que es la bendición que hace la mujer. Yo había agarrado simbolismos que me parecían interesantes y estéticos, y que funcionaban. Pero no me había puesto a pensar en lo no binario que aparecía. Yo creo que no me doy cuenta lo mucho que trabajo el no binarismo todo el tiempo.

¿Tenías alguna referencia de algunx artista que justamente intervenga desde un “judaísmo queer local”?

Sí, Effy Beth fue de mucha inspiración. Ella fue una artista trans y performer muy importante del arte judío queer argentino. Hizo performances que involucran el Estado de Israel y su argentinidad, y su “israelidad”. Effy fue para mí de inspiración en un nivel muy profundo.

¿Resulta complejo para unx artista drag ir más allá de la noche y el antro?

Es por un lado el camino que está dado, el que más se asocia. Es el histórico: el primero que te da una posibilidad de alguna forma. Para mí, y creo que para muches, encontrar fiestas y espacios disidentes fue súper valioso para descubrir mi performance.

¿Y dónde empezó a producirse ese descubrimiento?

En 2018 empecé a conocer la movida de La Plata, me parecía que había una cuestión como de comunidad queer en la que las mostras, las góticas, las artistas, algunas hippies, fueron tramando una dinámica de encontrarse y compartir en los espacios, compartir fiestas, compartir el after. Ahí conocí La Gran Fiesta, que es donde empecé a performear y a darme cuenta de todo lo que conllevaba el maquillaje, el peinado, el vestuario. Y que no podía sostenerse por sí sola sin una performance. Yo no podía montarme para hostear, por ejemplo, eso fue algo que decidí en ese momento. Si no hay perfo, si no puedo construir un momento performativo en el que pueda plantear algo en el escenario: no me interesa. Me di cuenta que no era el vestido, no era el pelo, era el escenario.

Y justamente fuiste resignificando ese escenario y lo llevaste a espacios asociados más al arte.

En parte creo que haber laburado con Ópera Periférica fue lo que me permitió ver que hay muchas más posibilidades en lo que yo venía trabajando y planteando que era la performance y crecer como performer. Lo de Ópera Periférica me ayudó a verme y decir: puedo darle mucho más concepto y más trabajo artístico, y pensarlo como un arte, porque lo es. A mucha gente le gusta decir que el drag es un arte, pero después no lo ves en las galerías, o muy poco. Quizás como una situación en la que un artista se monta. Pero después, ¿cuántas drags artistas o que crean en eventos se ven? Es difícil eso.