“1000 m2 de deseo. Arquitectura y sexualidad” es el título de la exposición curada por Rosa Ferré y Adélaïde de Caters en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, que próximamente visitará también París. Ya antes de entrar en la muestra es obligado preguntarse acerca de la dimensión del deseo en metros cuadrados. Nos lo aclara Rosa Ferré: “Son los metros de que disponemos. En París, se titulará: 800 m2 de deseo”. No podía ser más adecuado el carácter móvil de la designación de la muestra, que es justamente un recorrido por algunas de las arquitecturas (metros) imaginadas y conseguidas para el deseo -deberíamos decir, sí, deseo sexual, deseo de los hombres, deseo occidental, deseo de los económicamente bienestantes y, casi en exclusiva, heteronormativo. Ferré y Caters parecen decididas a mostrar que nuestra sexualidad, la de todos y todas, sigue profundamente marcada por las líneas -arquitectónicas, ideológicas- de quienes han detentado el poder (hombres ricos heterosexuales).

La exposición está dividida en tres grandes apartados: Utopías sexuales, Refugios libertinos, Sexografías. La muestra procura a quien la visita un nuevo espacio de pensamiento. Se observa de cerca la relación directa entre erótica y entorno, poder y arquitecturas, visibilidad y secreto. Se comprende la falta de lugar para todas las formas alternativas del deseo, entendiendo en este caso por formas alternativas las que no responden a un esquema heteropatriarcal -es decir, las que no obedecen a la estructura heterosexual, ni a la supremacía masculina. 

UTOPÍAS SEXUALES

¿No sería necesario investigar acerca de los espacios (ocultos) del otro deseo y dedicarles también una muestra? Se me ocurren los baños de las escuelas, los probadores de los negocios de ropa, los vestuarios, los parques de noche, los garajes de noche, los autos de noche. Los bares gays de puerta cerrada, las habitaciones alquiladas por hora. Lugares lejanos a la megalomanía, por muy utópica que fuera, de los burdeles ideales de Restif de la Bretonne o de las casas del placer de Ledoux. Lejos también del panóptico de Jeremy Bentham, el personaje más incendiario de la muestra. Lejos, por fin, de los falansterios de Fourier. 

REFUGIOS LIBERTINOS 

¿Hablarían de refugio quienes siempre se sintieron en peligro? Aquí, más que de refugios podría hablarse de escondites lúdicos, esos espacios elitistas dedicados al disfrute del sexo por parte de quienes lo deciden, los hombres, y de sus objetos, las mujeres. “Petites maisons” a las afueras de París, prácticas voyeuristas facilitadas por arquitecturas cómplices, literatura libertina (Crébillon, Sade, Boyer d’Argens) y, ya en el siglo XX, casas “alternativas” como las del naturópata Philp Lovell, o el súmmum del lugar creado a medida, la arquitectura Playboy, esa propuesta de construcción a favor de la soltería seductora masculina que se teje alrededor de una de las revistas más famosas de la historia, en que la mujer está a la altura decorativa de cualquier mueble. 

SEXOGRAFÍAS

La última parte de la exposición nos acerca a la sexualidad contemporánea, muchas veces situada en espacios virtuales facilitados por la Red. En esta sección se encuentra una de las pocas referencias a los lugares de la homosexualidad -masculina, por supuesto-.  

Al salir a la calle, después de un paseo por tres siglos de imaginario sexual ajeno y de los espacios arquitectónicos que lo albergaron o pudieron albergarlo, no queda duda sobre el acierto de la afirmación de Oscar Wilde: “En la vida todo es sexo, menos el sexo que no es sexo sino poder.” Está todo por hacer. Y esta exposición lo deja claro.

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