Diego Maradona es el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos. Se habla de él en presente, como se habla de Dios, o porque se habla de Dios. Su muerte temprana llena al mundo de dolor y actualiza las alegrías que generó con la pelota, con la camiseta de la Selección y con toda camiseta que llevó con orgullo, con compromiso y con magia. Caras y Caretas dedica su edición de enero, que estará mañana en los kioscos como compra opcional junto a Página/12, a Diego, Dieguito, el Diez, barrilete cósmico, D10s.
En su editorial, María Seoane evoca el famoso partido del Mundial 86 contra Inglaterra: “Mientras veíamos saltar en los festejos al 10, al barrilete cósmico en el campo de juego y abrazar a sus compañeros, también nosotros saltábamos y gritábamos y llorábamos. Y nos abrazamos. Y nos vengamos de los ingleses, de Malvinas, de la dictadura, y entonces grité: ‘¡Este tipo es Beethoven, es la Novena sinfonía, es el Himno a la alegría!’”. Felipe Pigna, en tanto, sostiene que “con sus defectos y contradicciones, el Diego es parte de nosotros, siempre estuvo con su pueblo”.
Desde la nota de tapa, Ariel Scher destaca la cualidad maradoniana por excelencia: ir al frente. “Resulta difícil que el mundo sepa qué les dijo Diego a sus compañeros en el entretiempo de un partido del Mundial de 1986. La Selección argentina mandaba en el marcador pero andaba en retroceso en el campo. Diego, el 10, el capitán, Dieguito, el crack entre los cracks, Maradona, interrumpió todo con una síntesis, con su ley: ‘Todas las tácticas que quieran, pero siempre para adelante: para atrás, nunca’. Ese era Diego. Ese era y ese es: siempre al frente. Quienes aún se pellizcan para creerse el avance argentino en el Mundial de 1990 aseveran que jamás Diego fue tan al frente como sobre los suelos italianos de esos días para quebrar las lógicas de la cancha. Quienes recontrajuran que moraron en las tribunas del estadio de Argentinos la tarde del miércoles en la que se estrenó como jugador de Primera predican que, en ese rato de debut, marchó al frente en cada movimiento como si supiera que desde entonces los 20 de octubre tornarían en aniversario insalteable. Quienes cohabitaron la infancia en Fiorito ni dudan en contar que ahí, no sólo fue invariablemente al frente sino que aprendió que jugar, de verdad jugar, y vivir, de verdad vivir, es ir al frente.”
“Cuentan que Goyo Carrizo, otro purrete de Villa Fiorito, convenció al pequeño Diego para que fuera a probarse con él a Argentinos Juniors a fines de 1969, cuando Francis Cornejo examinaba a quienes querían integrarse en los equipos infantiles. Viajaron juntos, jugaron juntos, fueron las figuritas del partido y Cornejo les hizo el ofrecimiento concreto.” Así comienza la nota de Alejandro Fabbri, sobre “la prehistoria del mejor futbolista de todos los tiempos”.
Alejandro Wall escribe sobre la participación del Diez en los mundiales 86, 90 y 94: “Diego jugó México 86 como ningún otro futbolista argentino jugó un Mundial. Y aunque no pudiera tocar la pelota durante buena parte de los partidos, sería vital en los momentos en que le llegara. Hay que volver a ver el partido con Alemania. Maradona es asediado como nunca. Cada vez que aparece le sigue la sombra alemana. Pero siempre está el hueco. Y en el hueco vendrá el pase a Jorge Burruchaga. Parece poco después de tantos ingleses y, sin embargo, fue una enormidad”.
Federico Amigo aborda el período de Maradona en el Napoli; Pablo Llonto destaca los valores humanos de Diego; Damián Fresolone narra el episodio de Punta del Este que casi le cuesta la vida; Francisco Yofre reconstruye la relación del Diez con la política; Sebastián Varela del Río refiere su rol como DT de la Selección, y Roberto Parrottino escribe sobre los últimos años, de Dubái a Gimnasia. Alejandro Apo, en tanto, lo recuerda como “el inventor de la pelota”.
Con perspectiva de género, Virginia Poblet da cuenta de los grandes amores de Diego y de la compleja relación con sus hijos. Roxana Sandá reivindica su figura en contra de los feminismos punitivistas: “Como al peronismo, al Diego que nos tocó no se lo justifica, ni se lo padece, ni se lo disciplina. Se lo vive”. Mónica Santino escribe sobre Diego como jugador (“Volver a significarlo, a llevarlo como bandera, hoy nos acerca a los feminismos populares”) y Lucrecia Álvarez refiere su relación con el deporte femenino.
Juan Piterman da cuenta de las repercusiones de su muerte a nivel internacional; Guillermo Courau reseña las películas, series y documentales sobre Maradona; Gabriel Plaza escribe sobre Diego y la música; Juan Pablo Urfeig retrata el fenómeno de los murales; Pablo Galand reflexiona sobre sus frases; Ricardo Ragendorfer relata un extraño episodio en el contexto del caso Coppola, y Ana Jusid lo recuerda desde la China.
El número se completa con entrevistas a Víctor Hugo Morales (por Ricardo Gotta); Julio “Vasco” Olarticoechea (por Claudio Gómez); Fernando Signorini (por Pablo Galand) y Alejandro Dolina (por Jeremías Batagelj). Un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.