Quizá la única (o mejor) enseñanza que nos deje esta experiencia inédita en nuestra historia inmediata sea una nueva relación con la muerte. Nunca morirse fue una posibilidad tan cercana. Nunca estuvo tan cerca la muerte de amigos y parientes. Y, sobre todo, nunca existió una posibilidad semejante de desafiarla, de mandarla a la mierda, de reírse de ella.

Otros ya lo habían entendido y hace rato que aprendieron a cantar y a beber con y por ella. De ahí el Día de los muertos en México, San la muerte y otras formas de convivir con lo obvio: el final de las cosas.

La primera reacción es aferrarse a la vida, comprender mejor que nunca la frase del Quijote en la voz de Sancho: “Hasta la muerte, todo es vida”. Pero basta escuchar la radio o conversaciones en la verdulería para ver que morirse es una posibilidad real. Números y datos de muertos, y sobre todo nombres. Es la muerte pura y dura. Ya no la muerte anónima de los pobres, de los que cruzan el Mediterráneo en una barcaza, de los que reciben una bomba en la cabeza sin saber por qué. Es la muerte del vecino, del amigo.

Tan impactante es esta forma de morirse que abolió esa mirada mágica sobre la muerte que proponen las iglesias y los animismos. Acá no hay cielos ni purgatorios. Y mucho menos resurrecciones. Ya nadie ofrece milagros así porque sí.

Y esta relación con la muerte es la confirmación de que la vida imita al arte, de que se puede vivir dentro de una película catástrofe. Es “La máscara de la muerte roja” de Poe hecha realidad. Es bailar con la muerte como compañera de baile negando el peligro porque el baile emborracha los sentidos. Solamente así se podría explicar las imágenes de esos pibes que no pueden dejar de ir a fiestas sin que les importe que a su regreso puedan matar a sus mayores.

O tal vez es otra cosa. Es enfermarse pero para que se mueran los otros, los débiles, los viejos, aunque sean los viejos que tenemos en casa. Hubo quiénes le llamaron a esto “otra forma de fascismo”. Un fascismo cool, lindo, joven, desenfadado, y con música de fondo. Es como la genial explicación de Gombrowicz (cito de memoria) cuando dijo que Nietzche proponía que en una granja hay que dejar morir los animales débiles para que sobrevivan los fuertes. Y murieron muchos viejos y enfermos, es verdad. Pero la granja está demasiado convulsionada y peligrosa como para que pueda ser visto como un alivio, como un triunfo de la fortaleza y la juventud.

Ese mismo fascismo cool, aunque con otras intenciones, se lo vimos practicar a argentinos con poder, con medios, con votos. Los vimos ponerse del lado de la muerte sin atenuantes. Los vimos hacer campaña contra ¡una vacuna!, en una de las peores bajezas de la historia. Y eso en una historia que incluye repetidos apoyos a genocidas.

Esta muerte cercana también logró eso: hacer visibles a sus barones, a sus adláteres y alcahuetes. Ya lo sabíamos. Ahora tenemos pruebas sobre las pruebas.

Todos los días cae un avión lleno de gente conocida, de amigo de amigos. Contamos a los muertos por cientos, por miles. Y apenas se nos altera el pulso. Ayer nomás murieron mil personas en un día en Inglaterra y otros tantos en Alemania. ¡Mil personas! Llevamos décadas hablando de los tres mil muertos de las torres gemelas y es la misma cantidad que murió ayer en EEUU por Covid. Y quizá hoy. Y mañana.

Por eso sería una pena no aceptar esta enseñanza que podría modificar las relaciones del futuro en cuanto a la muerte. Aprender a bailar con ella, quizá. Aprender a reírse. A escribirle canciones burlonas y desenfadadas. A aceptarla sin tantas vueltas. Por suerte, ciertas cosas indican que hacia allí vamos. Sin ir muy lejos, España aprobó en estos días la ley de eutanasia, palabra prohibida hace poco. Hoy no asusta a nadie. Estamos aprendiendo que la sobrevida exagerada, la sobrevida contra toda lógica, no es un triunfo. En todo caso, no es solo un triunfo.

Y no todo es bajeza y ganas de que se mueran los otros en lugar de uno. También hay un resquicio para la valentía. Salir a la calle sin temer a la muerte no es solo inconciencia. También es valentía. No solo de los que combaten al virus sino de aquellos que tratan de seguir adelante porque hay que trabajar, que comer.

Esta peste nos ha dado la posibilidad de ser parte de una épica menor pero épica al fin. La muerte camina entre nosotros. Baila entre nosotros. Mejor aceptarlo y seguir viviendo. Porque hasta la muerte, todo es vida.

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