En la madrugada del 7 de julio de 2016, durante las fiestas de San Fermín, en España, cinco amigos violan a una joven. Ellos se hacen llamar “La Manada”, y con ese nombre trascendió el caso que conmovió al país y al mundo y marcó un punto de inflexión en el tratamiento de la violencia sexual.

Escrita por el dramaturgo catalán Jordi Casanovas, Jauría es la pieza de teatro documental que reconstruye el desarrollo del juicio que tuvo lugar entre 2017 y 2019, a través de una compilación estremecedora de fragmentos de declaraciones de los acusados y la denunciante, y las interpelaciones de abogados defensores y jueces, publicadas en diversos medios de comunicación. Y por primera vez en Buenos Aires, el Teatro Picadero (Enrique Santos Discépolo 1857) sube a su escenario la versión local (jueves a sábados a las 20), con dirección de Nelson Valente y las actuaciones de Vanesa González, Gastón Cocchiarale, Lucas Crespi, Martín Slipak, Julián Ponce Campos y Gustavo Pardi.

La obra indaga en los mecanismos de la justicia patriarcal que revictimizan a la mujer agredida, y da cuenta de las condenas que recibieron en distintas instancias José Ángel Prenda, Ángel Boza, Antonio Manuel Guerrero, Jesús Escudero y Alfonso Cabezuelo. En abril de 2018, los jueces hicieron pública su sentencia a nueve años de prisión por abuso sexual, absolviéndolos de agresión sexual, lo cual provocó una enorme movilización especialmente del movimiento de mujeres. Finalmente, en junio de 2019, se emitió un fallo definitivo y unánime que condenó por violación a los cinco autores, y elevó la pena a quince años.

“Sebastián Blutrach vio Jauría en España, y me invitó a ver la versión dirigida por Miguel del Arco que se presentó en un festival de Montevideo. Me pareció que era un texto que había que hacer y ahí nos pusimos a trabajar”, recuerda Valente sobre los inicios del montaje que esperaban estrenar el 26 de marzo de 2020, pocos días después de que se decretara el aislamiento.

En medio de ese proceso, Vanesa González fue la elegida para interpretar a la denunciante, la única sin nombre propio en la puesta. “Cuando supe que iba a actuar en la obra, antes de leerla, me daba un poco de miedo pensar en una escena de violación, porque me parecía un golpe bajo. Y cuando la leí, me pareció más fuerte que en lugar de eso simplemente hubiera testimonios desde los distintos puntos de vista. Porque termina siendo más crudo escuchar lo que cuenta la chica y lo que opinan estos chicos sobre lo que ella relata”.

Por su parte, Martín Slipak es uno de los encargados de ponerse en la piel de uno de los atacantes, y al mismo de tiempo de encarnar la voz de la justicia a través de un abogado defensor y un juez. “La obra te podría llevar muy fácil como intérprete a ponerte en un lugar determinado y a juzgar a los personajes, porque como individuos tenemos opiniones sobre lo que estamos haciendo. Y en ese sentido, fue muy inteligente la dirección de Nelson al tratar de objetivar todo el tiempo esa mirada, y no ser obvios en la interpretación sino que el público pueda ser quien determine. Eso me parece que es mucho más interesante”, reflexiona el actor, que agrega: “El trabajo que propone el director está buenísimo porque es un espacio de mucha libertad, compañerismo y amor. Y me parece que es la única manera de encarar un proyecto que tiene que ver con la necesidad de mostrar algo. Porque creo que es mucho más importante hablar de esta obra y hacerla que la obra en sí misma”.

-¿Qué les sorprendió del material teniendo en cuenta que nada de lo escrito es ficción?

Nelson Valente: - Cuando vi la puesta me pregunté todo el tiempo: “¿a quién se le puede ocurrir escribir esto?”, que es lo mismo que pienso cuando veo algún texto de autor que no está basado en testimonios reales. Porque algunos textos me resultaban inverosímiles y, aun sabiendo que se trataba de un caso real, no podía creer que lo que se decía en la obra se había dicho por fuera de la ficción.

Vanesa González: - Me pasó algo similar. Me sorprendió mucho leer que, frente a las preguntas que se les hacía en el juicio, los acusados sintieran que se estaba invadiendo su intimidad. Ellos decían: “Nosotros hacemos lo que queremos. Es nuestro grupo y nuestra vida”, porque su postura es que lo que hicieron formaba parte del ámbito de lo privado.

Martín Slipak: - Yo vi la obra en España, por casualidad, antes de saber que la iba a hacer. Y quedé muy conmocionado, no sólo con la puesta sino con lo que se generaba en el público. Por eso fue muy significativo para mí que Sebastián me invitara a formar parte del proyecto. A mí, lamentablemente, no me sorprende lo que cuenta la obra, porque poner a la víctima como una incitadora del hecho o dudar de ella son métodos muy recurrentes por parte de la defensa de los agresores y también de la sociedad. Y eso, más que sorprenderme, me preocupa. Esa idiosincrasia de decir “algo habrá hecho” uno la sigue viendo en los medios o escuchando en boca de conocidos. Y en eso me parece que la obra trabaja de una manera muy astuta y brillante.

-Además del “algo habrá hecho”, en la obra se muestra otro tipo de acusación como el hecho de estigmatizar a la víctima por no haberse resistido, como ella mismo declaró…

M.S.: - Sí. Y eso justamente es algo que rescata la fiscal en el juicio, porque hubiese sido muy fácil para ella exagerar los hechos, y sin embargo fue sincera con lo que pasó. Por eso es paradigmático en este caso la aparición de la figura de prevalimiento, que quiere decir que hay una serie de condiciones que no son explícitas ni claras, pero que analizadas en su conjunto hacen que para la víctima sea imposible defenderse. Y es muy importante esta figura porque permite mirar de otra manera los abusos, ya que aun en los casos donde la violencia no es explícita se advierte que no hay una capacidad de defensa.

-¿Indagaron en las particularidades del caso, más allá de la dramaturgia?

N.V.: - Accedí a material periodístico para observar a los personajes. Y además, como tengo familia en España, conversé un poco con ellos, y ahí encontré todas las opiniones. Este es un caso que dividió a la sociedad española, y me interesaba acercarme a eso y escuchar distintas posturas.

M.S.: - A mí me interesó indagar en la cobertura de los medios, y cómo los acusados se posicionaban ahí porque me parecía que ver cómo se paraban frente a las cámaras era una clave de cómo nosotros, haciendo esos personajes, teníamos que pararnos frente al público. Hubo una decisión detrás de cómo ellos se mostraban, que tomaron con sus abogados y sus familias, y eso era un buen puntapié para la actuación que me sirvió, porque ellos apelaron mucho a la victimización.

V.G.: - Yo no busqué información, porque preferí no acceder a demasiadas imágenes de algo que tenía que reproducir. Para mí lo que cobra más valor en este oficio es la diversión que nos da, y siento que eso no tiene que perderse. Porque aunque este sea un texto comprometido y complejo, nuestro trabajo también es pasarla bien actuando, y hay algo de eso en lo que creo que esta obra colabora, sobre todo el trabajo inteligente que hizo Nelson, que respetó el material tal como está. La obra no pretende decir cómo fueron las cosas. No hay opiniones ni una bajada de línea. Sólo hay testimonios crudos, y eso hace que sea algo dinámico.

- ¿Cómo imaginó esta puesta?

N.V.: - Cuando vi la puesta española me pareció interesante y muy contundente. Eran cinco sillas y una pared de fondo. Y cuando empezamos a pensar la escenografía nos propusimos hacer algo distinto para que pudiéramos trabajar con múltiples espacios y armar así una puesta que nos permitiera otro tipo de juego desde la imagen para poder dejar la potencia del texto como lo importante. Encaramos una escenografía que nos permitió un trabajo rico de puesta sin tener que meternos a armar escenas que fueran de representación de lo que sucedió. La obra es un relato y eso lo respetamos.

- ¿Y de qué manera trabajaron sus personajes?

M.S.: - En esta ocasión, más que obsesionarnos en la composición del personaje para que fuera creíble, la importancia estaba dada en el testimonio. Cada obra pide algo diferente. Y en este proyecto no había algo que crear por encima de lo que ya estaba. Las declaraciones del juicio son muy contundentes, tanto de parte de los acusados, como de parte de la defensa y de los jueces. Entonces el trabajo consistió en ser claros en relación a lo que se dice y que el público coloque eso en el lugar que quiera. A partir de eso, los personajes se construyeron un poco solos.

V.G.: - Nuestra tarea es contar y explicar la obra. Los testimonios son clarísimos. Están bien estructurados y bien elegidos, y nosotros somos solamente elementos de la puesta. Lo que decimos sobre el escenario ya es suficiente.

- ¿Cómo creen que va a dialogar Jauría con el contexto local en el que la violencia de género es una problemática creciente?

V.G.: - La obra es súper actual, y es una pena que lo sea, pero esto va a ser así durante mucho tiempo. Hace poco, hubo otro abuso en manada a una chica, por parte de un grupo que planificó violarla en su fiesta de 15 años. Ojalá que nuestro trabajo sirva para algo.

M.S.: - Cuando en marzo dejamos de ensayar, supimos que un fiscal había hablado de desahogo sexual en el marco de una causa por violación, y ahora que estamos por estrenar nos enteramos de ese caso de una niña de 15 violada por 9 personas que la dejaron en terapia intensiva. No cambió nada. Entonces me parece que la obra es un eslabón más dentro de la lucha que se está dando, y que tiene cada vez más fuerza, para terminar con la violencia patriarcal y con una justicia que defiende al hombre. Y por eso intuyo que va a resonar mucho.

N.V.: - Como sociedad, muchas veces, nos confiamos y cometemos el error de creer que estas cosas ya cambiaron. La verdad es que, en este sentido, cambiamos muy poquito y parece que cuanta más oposición hay contra la violencia machista más reacción se genera. No hay que descuidarse. Falta un montón. Y por eso esta obra es necesaria.

La mirada de Jordi Casanovas

Cuando en España transcurría el juicio a “La Manada”, y comenzaban a publicarse las transcripciones en los medios gráficos, el dramaturgo Jordi Casanovas supo que ahí había una historia para contar. La escritura comenzó en 2017, y en 2019, antes de la sentencia definitiva, se realizó el estreno en Madrid. Desde allí, la pieza fue reconocida con el Premio Cultura Contra la Violencia de Género 2019, otorgado por el Ministerio de Igualdad por su contribución a la erradicación de la violencia contra las mujeres; el Premio Ercilla 2019 a Mejor Creación Dramática y los Premios Max 2020 a Mejor Adaptación Teatral y Mejor Espectáculo Teatral.

“Este caso era muy mediático, y por eso en un principio pensé que no era interesante hacer algo con eso. Pero al ver que se estaba produciendo el juicio a puertas cerradas, pero que se publicaban las transcripciones, empecé a leer y me di cuenta de que algunos detalles se habían pasado por alto y que algunas cosas que se contaban en esas declaraciones definían más las características del caso y de los personajes protagonistas que lo que los medios publicaban en los titulares”, cuenta Casanovas, quien decidió poner el foco de la dramaturgia en el tratamiento de la justicia en relación a la víctima.

“Me interesó mucho ver que los abogados trataban a la denunciante como si ella fuera culpable de alguna cosa, y que el sistema judicial la dejaba en una posición de desamparo. Leyendo las transcripciones me di cuenta de que se terminan conociendo más detalles de esa mujer que de los acusados. Y eso me colapsó, porque me dije: ` ¿cómo puede ser que alguien que hace una denuncia por violación acaba teniendo ese interrogatorio y esa fiscalización sobre su vida cuando no debería ser así?´”.

-¿Por qué decidió abordar desde la dramaturgia este caso tan resonante en España y en el mundo?

-Es un caso que marcó un antes y un después porque, por primera vez, se determinó que era un delito aquello que muchos hombres consideraban que era lícito y que formaba parte del juego sexual. Esto es un cambio que seguramente no se hubiera producido sin este caso. Aquí en España, y en una buena parte de la población masculina, se produjo una transformación y una conciencia social. Y creo que esos cambios también van a marcar al mundo, porque la necesidad de reflexionar sobre la modernidad de la justicia, y su rol a la hora de juzgar casos como este con sesgos machistas, es universal.

-En la obra, usted menciona que en ninguna ocasión se añadió texto ficcionado. ¿Cómo fue ese trabajo de escritura?

-Tomé todas las transcripciones, las puse en un documento, y ahí me enfoqué en dos situaciones que me interesaban especialmente. Por un lado, el interrogatorio de los abogados a la denunciante, que se convertía en una segunda violación de su intimidad, y por otro también detalles muy pequeños como el hecho de si los acusados se habían despedido o no de ella después de lo ocurrido. Porque todos insistían en que a ella no le habían hecho nada y que estaban jugando, pero cuando se les pregunta si le dijeron adiós, dicen que no. Y eso es algo que no se subrayó en los titulares de los periódicos, pero para mí teatralmente era muy potente porque definía el carácter de esos individuos mucho más que todas las acusaciones previas y los detalles de la propia violación en los que intenté no profundizar. A partir de esos dos puntos construí el resto de la obra.

-¿De qué manera repercutió este material en España, siendo que el caso movilizó y conmocionó tanto a la población?

-Jauría nos ha cambiado un poco la vida a todos, porque los hombres que hemos estado involucrados en este montaje, y que pensábamos que éramos muy feministas, descubrimos que aún albergamos rastros de machismo y que debemos trabajar mucho para quitarnos de encima esta cultura machista de violación y de prejuicios sobre la mujer. La obra aún está girando y ha recibido varios premios, y en ese sentido también sabemos que ha sido curativa precisamente para la denunciante. Eso ha sido emocionante, porque meterse en un caso muy sensible y delicado podía hacer que cometiéramos muchos errores, pero por fortuna sabemos que hemos provocado el bien.

-¿Qué puede aportar llevar el juicio de este caso al teatro?

-Creo que este material moviliza de formas distintas a hombres y mujeres. A ellos les hace poner en duda lo que consideran que es normal, y ellas de algún modo descubren que forman parte de una lucha compartida y que los temores que a veces son particulares en verdad son colectivos. Porque para el público de la Argentina este caso está geográficamente alejado, pero temáticamente está muy cercano. La creación de colectividad a nivel global es positiva para luchar contra este tipo de situaciones. Y cuando estas historias entran por las emociones, a través del teatro, son mucho más duraderas en la conciencia del espectador que si las leen en algún periódico o ensayo.