Su nombre no es muy conocido, pero Tillie Olsen es un mito de la literatura y más especialmente de la hecha por mujeres: una verdadera pionera en la vida y en la escritura. Dime una adivinanza fue su primer libro publicado --allá por 1961-- en el que narraba en distintos cuentos las desventuras de una familia de clase trabajadora a través de los años. En todos ellos las protagonistas eran las mujeres: sus trabajos, sus esfuerzos, sus pensamientos, la diaria labor para mantenerse a flote en una economía de recursos extrema y una posición vital muy difícil, en la que no había tiempo ni espacio para dedicarse a nada más que criar y sobrevivir. Es sorprendente que este libro haya sido escrito hace sesenta años y que gracias a su rescate por editorial Las afueras de España podamos leerlo y ver hasta que punto esta autora tiene tanto para decirnos, precisamente hoy, que la Argentina acaba de aprobar la histórica Ley de Interrupción voluntaria del embarazo y las mujeres nos volvimos un poco más dueñas de nuestros destinos.
Hay que saber que Tillie Olsen nació en 1912 en Nebraska, hija de una familia de activistas políticos rusos que había tenido que emigrar luego de participar en la revolución de 1905. Una vez en Estados Unidos, se inscribieron en el partido socialista, donde su padre fue secretario. Tillie era la segunda de seis hermanos y a pesar de ser una alumna brillante tuvo que dejar los estudios para trabajar. A mediados de los años 1930, se afilió al Partido Comunista y empezó a colaborar en medios de izquierda de la época como Daily Worker y New Masses. En esa década comenzó una novela sobre una familia obrera en la Gran Depresión, Yannodio: From the Thirties, pero tuvo que interrumpir su escritura para dedicarse a criar a sus cuatro hijos y trabajar a tiempo completo. Fue empacadora de carne, empleada de hotel, lavandera, camarera, soldadora; siempre sosteniendo su activismo sindical, feminista y de izquierda. Durante el Macartismo, Olsen y su marido --trabajador naval y líder sindical-- la pasaron mal. Atravesaron persecuciones que incluyeron dos estadías en la cárcel y graves dificultades económicas. Hasta que finalmente, en 1955, una beca de la Universidad de Stanford le permitió abocarse a la escritura sostenida. Gracias a eso, tiempo después llegó su primer libro, Dime una adivinanza. Olsen tenía cincuenta años. Había tenido que esperar mucho para poder escribir. Y la literatura norteamericana también había esperado mucho para encontrarse con una mirada tan nueva como la suya, conformada fuera del contexto burgués del que proceden la mayoría de los escritores. Pero no fue tiempo perdido. Fue tiempo pensado y atesorado, para luego poder contarlo en estos cuentos, como un destilado de una belleza y una potencia conmovedoras.
La edición actual tiene un prólogo de Jane Lazarre y epílogo de Laurie Olsen, hija de la escritora. Ambos textos dan un marco de lectura que permite dimensionar la importancia del libro y pensarlo a través del tiempo. Desde su publicación ha cosechado elogios y admiración de escritoras de la talla de Alice Munro, Margaret Atwood y muchas más. Está compuesto por cuatro cuentos, o más bien tres cuentos y una nouvelle que es la que titula el conjunto. Todos ellos tienen un lazo familiar entre sí, personajes que se cruzan a distintas edades, en distintos relatos, cumpliendo roles diversos. Como si dijera, en la clase trabajadora, a lo largo de las generaciones los sufrimientos se repiten pero las personas cambian, la historia de la opresión y la supervivencia no es del todo cíclica, es posible aprender y esto se hace a fuerza de empatía y de lucha.
En el primero y el último relato, son madres las que hablan. El primero “Aquí estoy, planchando” es un largo monólogo de una mujer acerca de su hija mayor, criada en las inmensas privaciones de la Gran Depresión. Trama íntima y trama social se entretejen, se interrogan y se explican mutuamente, porque no hay modo de separar las condiciones de la vida, de lo que la vida es. Un cuento muy triste y a la vez muy lúcido, de corte realista, regado de la culpa de una madre que hizo todo lo que pudo y aun así, quizás no haya sido suficiente. Tristeza y fuerza se conjugan en frases que quedan resonando, como esta: “Aunque todo lo que hay en ella no vaya a florecer, ¿en cuántos llega a hacerlo? Ya le da para vivir. Solo queda ayudarla a comprender, darle una razón por la que entienda que es algo más que un vestido sobre una tabla, desamparado, antes de que lo planchen.”
El cuento que le sigue “¿Qué barco, marinero?”, también es un monólogo, complejo y alucinado, que tiene como protagonista a un marinero en tierra. Su forma de percibir y de hablar esta atravesada por el influjo del alcohol. Mientras visita a una familia de amigos de juventud, su mismo estado produce que a su alrededor todo se torne enloquecido. Es un hombre roto, sin esperanzas. Pero el modo en que ellos lo comprenden y lo respetan por lo que fue –un luchador, una persona de principios--, es lo que lo mantiene con vida. En “Oh sí”, el relato siguiente, a los conflictos de género y clase se suman los raciales. Transcurre en “la Iglesia de los negros”, donde una madre y una hija blancas van a presenciar el bautismo de una amiga de la niña. Aquí se profundiza el precioso trabajo con el lenguaje que realiza Olsen, en el que la oralidad se hace presente no solo en cuanto al léxico elegido, o la construcción de las frases, sino también a través de la incorporación de otros usos de la palabra, como plegarias y canciones, que vuelven la trama poética y desbordante.
El último texto, “Dime una adivinanza” es una pieza magistral. Una mujer de casi setenta años al borde de la muerte debido a una enfermedad terminal, hace un repaso durísimo por todo aquello que dejó para sostener a su familia. Su interés por la lectura, por la política, reaparecen como una cuenta pendiente que ya no hay tiempo de saldar. Su marido es un extraño, sus hijos no la comprenden y únicamente en su soledad encuentra esa calma anhelada. Medio sorda y adormecida por los calmantes, se ve rodeada de sus viejos sueños que aparecen en forma musical. “Canciones infantiles, canturreos maternos, serenatas de amor, tormentas de Beethoven, canciones de borrachos, lamentos funerarios, himnos obreros”. Así se despide de la vida.
Tillie Olsen murió en 2007, pero volver a su vida y a su obra en estos tiempos, es conmovedor. No es muy difícil imaginarla contenta por el triunfo conseguido por las mujeres de este país, después de décadas de lucha. Las mismas que ella peleó para cambiar las cosas, sin jamás apaciguarse. Como le hace decir a Eva, la protagonista de “Dime una adivinanza”, mientras piensa en el pasado y mira hacia el futuro: “Hemos salido de nuestro pasado salvaje y ya no somos salvajes, eso es lo que hay que enseñar. Mirar atrás y aprender qué es lo que humaniza a los hombres. Eso hay que enseñar”.