Si el eje de la guerra es quebrar la voluntad de resistir del adversario, la pandemia ya ganó media batalla. Mientras la población de riesgo permanece a la defensiva, la mayoría de la gente abandonó las políticas sanitarias de precaución y sólo quedó la heroica resistencia del personal de salud que se sostiene con la esperanza de la llegada pronta de la vacuna.
Tras ver las escenas de apiñamiento en las playas de Pinamar o en balnearios de las sierras cordobesas, el anuncio del Gobierno para reinstalar medidas preventivas sonó a tibio. La contundencia de esas imágenes arrasa con las medidas que se proponen. Incluso los intendentes de esas localidades se niegan a imponer restricciones que eviten esos centros masivos de infección.
La población de riesgo es así abandonada a su suerte por la mayoría de la sociedad. Es una actitud antisocial que se puede explicar por distintas causas: el cansancio, la penuria económica o la irresponsabilidad. Pero el hecho definitivo, --la imagen de los argentinos que quedará plasmada de esta época-- será la de un acto sacrificial reflejado en las frases “la vida es corta y hay que vivir la libertad” y “que se mueran los que tengan que morir”.
El acto de mayor hipocresía quedó plasmado en el documento de Juntos por el Cambio, al decir que no están dispuestos a permitir “que se restrinjan las libertades”. Un semáforo rojo restringe la libertad. Obliga a frenar contra los deseos, la libertad del conductor que quiere seguir su marcha. Pero sabe que si no frena corre el riesgo de matar a otras personas y de ir preso. Todos los ciudadanos serios y “decentes” --como le gusta decir al macrismo-- respetan la luz roja del semáforo y nadie piensa la estupidez de que restringe su libertad.
Esa imagen también es la pandemia. Con la diferencia que la mayoría de la población que pasa con luz roja, maneja un camión mastodonte y se cargará al colectivo más frágil de la población de riesgo.
A nadie se le ocurre decir que el semáforo restringe sus libertades, pero es lo que dice Juntos por el Cambio cuando el semáforo de la salud pública se pone rojo. Es oportunismo político que se monta sobre una situación de vida o muerte. Acusan al Gobierno de ser confuso al comunicar sobre la pandemia, y puede ser que tengan razón, pero en vez de intervenir para aclarar, lo hacen aprovechándose de la confusión.
Como desde el principio de la epidemia, el gobierno quedó aprisionado entre las medidas de prevención y la necesidad de mantener encendido el motor de la economía. Desde marzo del año pasado, la epidemia se ha cobrado casi 45 mil vidas. Pero si además la economía se derrumba, la cantidad de víctimas sería aún mayor y el costo y el tiempo de recuperación también aumentarían.
La encrucijada es la misma, pero la extensión de la enfermedad en el tiempo redujo los márgenes al máximo. El Gobierno no podría declarar la cuarentena estricta de aquellos primeros días que salvó numerosas vidas. En este momento, con picos de contagios que llegan a los 13 mil por día, semejantes a los peores de la primera oleada, el Gobierno está presionado por gobernadores e intendentes, presionados a su vez por la necesidad de la industria y el comercio y de los mismos trabajadores.
El médico sanitarista José Carlos Escudero sigue las estadísticas que publica el Washington Post sobre la pandemia y las publica en su muro de FB. El 6 de enero indicaba que la tasa de mortalidad en Argentina a lo largo de toda la pandemia había pasado del puesto número 11 al 22.
Con el relajamiento de la cuarentena, las convocatorias de la oposición a las calles, las fiestas clandestinas y demás transgresiones sanitarias, en octubre el país ocupó el puesto número 11 en cuanto al índice de mortalidad. El 9 octubre se verificó el pico más alto con 515 víctimas de Covid y en la semana previa se había producido un promedio de 370 decesos diarios.
Escudero comentó también los índices que publicó The New York Times pero correspondientes a la última semana, en los que Argentina figura en el puesto número 52.
Los índices demuestran que, de números muy bajos durante los meses que se cumplió la cuarentena, se pasó a picos muy altos a medida que ésta se fue relajando. En este momento, los contagios son tan altos como en aquellos meses, pero disminuyó el índice de mortalidad. Esta diferencia puede obedecer a múltiples razones, pero la lógica indicaría que mientras el grueso de la población dejó de cuidarse en forma sistemática y aumentan los contagios, en contrapartida la población de riesgo mantuvo y profundizó los cuidados, lo cual bajó el índice de mortalidad.
La mayoría de los países ha impuesto toque de queda, algunos más estrictos que otros. En Europa empezó la tercera ola de contagios. Todo el mundo pensó que la epidemia duraría tres o cuatro meses, pero a partir de su velocidad y facilidad de contagio, el virus logró mantenerse infeccioso a lo largo de todo el año pasado.
Nueva York y Londres reconocieron que el virus está fuera de control y que los servicios de salud están al borde del colapso. En las dos ciudades comenzó la campaña de vacunación. Es una carrera entre la vacuna y la tercera ola. En Argentina ya se vacunaron 107.542 personas con lo que es el país que más ha vacunado en América Latina. Pero la vacuna es preventiva, no cura la enfermedad, sino que evita el contagio. Y además llega en forma espaciada, o sea que hasta que se termine de vacunar al personal de salud y a los esenciales, es difícil que la población de riesgo empiece a vacunarse antes de fines de febrero y a partir de allí el resto de la población.
Tras la primera ola de contagios, cuando empezó a bajar la intensidad de la epidemia, las escenas en las playas europeas fueron similares a las que se ven hoy en Argentina. Pero la furia de la segunda ola de contagios que desataron con esos amontonamientos disciplinó a las sociedades europeas que, ahora, en la tercera ola de contagios, acepta sin protestar las rígidas medidas sanitarias que están adoptando los gobiernos.
Los anuncios que hizo el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, quedaron bastante relativizados con la aclaración de que se trataba de sugerencias a gobernadores e intendentes y que cada uno aplicará esas medidas según los requerimientos de cada localidad. Dicho así, daría la impresión de que el Gobierno apuesta a mantener los índices como los que se muestran en estos días: mantener la tasa de mortalidad lo más baja posible con la población de riesgo encuarentenada de hecho, aunque aumenten los contagios en el resto de la población. Se trataría de sostener esa ecuación hasta que se lance de lleno la campaña de vacunación. Es una carrera contra el tiempo, porque en algún momento, el aumento de los contagios puede llegar también a la población de riesgo.
Una hipótesis de la biología dice que cuanto más se reproduce y se extiende una especie, se hace también más vulnerable a sufrir por catástrofes climáticas o sanitarias. En 1947, el científico W.M. Stanley publicó en la Chemical and Engineering News que “Si hoy apareciera por mutación un nuevo virus mortal... nuestros rápidos transportes podrían llevarlo a los más alejados rincones de la tierra y morirían millones de seres humanos”. Es evidente que el mundo estaba prevenido, pero no preparado. “Los hombres van y vienen, pero la Tierra permanece”, dice la Biblia.