Las vacunas contra la Covid-19 se realizaron en menos de un año y eso establece un auténtico precedente en la historia universal de la ciencia. Son tecnologías con que muchos países del mundo --incluido Argentina-- iniciaron los procesos de inmunización masiva en un escenario signado por un incremento notable de casos. Nuevas variantes, rebrotes y segundas olas pintan el retrato de buena parte de las naciones, con independencia de si son poderosas o si son pobres. El conflicto que las farmacéuticas advierten, en un escenario de emergencia sanitaria, es que lograr la inmunidad de rebaño (con el 70% de la población inoculada) llevará varios meses y que cumplir con el volumen de producción pactado parece ser más difícil de lo que se aventuraba. Entonces, los interrogantes que se plantean son los siguientes: ¿cómo hacer para aprovechar de la mejor manera posible las dosis disponibles al momento para que alcancen a un mayor número de personas? ¿Estaría bien que los países cambien la estrategia y vacunen a más gente con una sola dosis y retrasen el suministro de la segunda para los que ya se dieron la primera? En definitiva, ¿cómo hacer para salvar a más gente?
“Son preguntas que se está haciendo el mundo y en algunos lugares ya se están contestando. La situación pandémica en muchísimos países cambió de manera drástica, de una forma muy negativa, con números de infectados que son tremendos de digerir. En Reino Unido y, dentro de éste, en ciudades puntuales como Londres, la covid está fuera de control. Entonces, la estrategia que han decidido es, antes que nada, tratar de inmunizar a la mayor cantidad de población posible”, describe Daniela Hozbor, bioquímica e investigadora principal del Conicet en el Instituto de Biotecnología y Biología Molecular de La Plata. Luego, continúa con su razonamiento: “De esta forma, piensan en extender el plazo entre la primera y la segunda dosis. Algunas farmacéuticas, sin embargo, se niegan a eso porque no tienen el dato acerca de la eficacia en caso de extenderlo más allá de lo estipulado, que en general va de los 21 a los 28 días”.
Dilemas morales, pero que deben ser comprendidos a la luz de la evidencia científica. Cada una de las naciones deberá decidir qué estrategia de salud pública desplegar y, sobre todo, analizar, evaluar y reflexionar qué beneficios y que problemas podría implicar cada camino tomado. Uno de los nudos de la cuestión apunta a pensar si, en base a los ensayos clínicos realizados por los diferentes laboratorios a cargo de las diversas plataformas vacunales, es recomendable retrasar el suministro de la segunda dosis. Más teniendo en cuenta que, en algunos casos puntuales, las segundas dosis ofrecen componentes de protección distintos, como la Sputnik V, que trabaja con dos adenovirus específicos y complementarios. Desde Pfizer y BioNTech informaron que solo tienen evidencia de que su droga es eficaz cuando se administra la primera y la segunda dosis con 21 días de diferencia; mientras que para la de Moderna, el lapso correcto es de 28. No se responsabilizan si las aplicaciones se realizan fuera de término.
Reino Unido, por ejemplo, es el país con más mortalidad de todo el continente europeo y, azotado por una variante del Sars CoV-2 distinta, se acerca a los 70 mil casos diarios. Como nadie está exento de problemas logísticos --y aunque ya aplica las de Pfizer, AstraZeneca y ya autorizó Moderna-- su gobierno ha decidido que optará por vacunar a la mayor cantidad de población posible con la primera dosis y que la distribución de la segunda podría extenderse aproximadamente por 90 días. Con eso, según sostienen, podrían brindar inmunidad a una mayor cantidad de gente.
El problema de este modus operandi, sin embargo, está a la vista. Los ensayos clínicos que realizaron las farmacéuticas con miles de voluntarios siguieron un protocolo muy estricto: las dosis, según los casos, debían ser suministradas con 21 o 28 días de diferencia. La eficacia (más del 90% en la mayoría), por tanto, fue probada con dos dosis y con ese lapso entre medio; pero no siguiendo el esquema que el gobierno británico pretende poner a funcionar. Las autoridades sanitarias de otros países como España y Alemania lo están discutiendo por estos días. “En un contexto como este todo resulta un desafío y todo es susceptible de ser repensado. Desde la vacunología, en tiempos excepcionales como éste, se plantea utilizar una menor cantidad de sustancia activa para alcanzar a más población. Durante la pandemia de H1N1, en el 2009, se hicieron estudios para saber si con la mitad de la dosis era suficiente para inmunizar a las sociedades. Se decidió una estrategia escalonada que apuntó a la priorización de grupos, pero no se redujeron las dosis estipuladas previamente en los ensayos. Las discusiones siempre están porque el objetivo es que se salve la mayor cantidad de gente, pero lo fundamental es que haya evidencia científica”, plantea Hozbor. De lo contrario, los debates transcurren en el aire, sin argumentos robustos.
¿Qué ocurre, entonces, si solo aplica una sola dosis? Algunos laboratorios realizaron estudios al respecto. Con la primera dosis, Pfizer y BioNTech aseguran un 52% de eficacia, el asunto es que no saben por cuánto se prolonga ese efecto si no hay una segunda dosis de refuerzo. AtraZeneca, en cambio, ha comunicado resultados más prometedores: con una sola dosis podría alcanzar el 73% de eficacia. Kiril Dmítriev, director general del Fondo Ruso de Inversión Directa (RDIF), que financia el desarrollo de Sputnik V, anunció que podría poner a disposición, en algún tiempo, una versión “light” con el propósito de poder satisfacer la demanda que el producto tiene. Tendría, según anticiparon, un menor nivel de protección. Desde aquí, Hozbor, referente del Comité Asesor del Ministerio de Salud y de la Comisión de Seguridad de las Vacunas (ambos de la provincia de Buenos Aires) desarrolla un planteo sobre la eficacia de las vacunas con una sola dosis o con versiones “light”. “Hay algunas que tienen más del 60% de eficacia. Entonces, dada la incidencia que tiene la enfermedad en varias regiones, es un porcentaje bastante aceptable o, al menos, se puede considerar como beneficioso. AstraZeneca ha reportado que con una dosis alcanzó el 73% de eficacia y Gamaleya ha anunciado que su Sputnik V llega al 85%”. Después sostiene: “Lo que creo que debería hacerse es que, al menos en el peor de los contextos, los grupos con mayor riesgo, como los adultos mayores que cuentan con un sistema inmunitario más debilitado, puedan acceder a las dos dosis”.
En Estados Unidos, el país más perjudicado por la covid, también sacan cuentas. Algunos epidemiólogos locales propusieron diluir las dosis, con el objetivo de que las ya disponibles pudieran cubrir a un número de personas más importante. Pero la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, el ente regulador equivalente a Anmat en el país) salió al cruce, dijo que era prematuro sugerir modificaciones de esta índole y desestimó la opción porque se desconocen los efectos que podrían ocasionar al colocar en riesgo a la salud pública. La Agencia Europea del Medicamento (EMA) desaconsejó retrasar más de 42 días la segunda dosis de la vacuna de Pfizer-BioNTech. Si no hay estudios previos, probar sobre la marcha no resulta un horizonte muy atractivo. Tomar decisiones a las apuradas y sin respaldo académico de ningún tipo puede ser mucho más perjudicial de lo que se cree. Es como echarse a volar sin saber qué tan bien funciona el paracaídas.
La gran mayoría de los gobiernos continúan apoyando la aplicación de dosis precisas en tiempos precisos. Mientras tanto, además de la vacuna, las otras herramientas fundamentales que ya son bien conocidas y que pueden servir para frenar la pandemia con eficacia probada son el barbijo, la distancia social y la higiene. Hay que esperar.