Una exposición presencial exhibe una selección de 30 fotografías (algunas, analógicas) que representan dos años de trabajo de una revista cultural rosarina en papel, la cual tiene además su edición online actualizada semanalmente en https://barullo.com.ar/. No todo lo sólido se desvanece en el éter de la virtualidad ni todo lo local se diluye en el océano global. Esto es así gracias a apuestas como esta, donde la técnica habla, no desde la obsolescencia sino como declaración de principios. Se trata de la revista Barullo, cuya exposición de "fotos que hacen Barullo" puede visitarse todo enero, de lunes a viernes de 9 a 13 y de 16 a 19, en la Sala de las Miradas de la planta baja de la Plataforma Lavardén (Mendoza 1085, Rosario) del Ministerio de Cultura provincial.
Al recorrerla se comprende el concepto de una publicación que quiere dejar constancia verbal y sensible de la(s) identidad(es) y la memoria de una ciudad. "El cambio de los tiempos no debe modificar las banderas del periodismo de calidad, y en ese periodismo el reportero gráfico ocupa un sitial del que no puede ser desplazado", declara en el texto de sala Sebastián Riestra, uno de los editores de la revista Barullo junto con Perico Pérez y Horacio Vargas. En un montaje claro, espaciado, racionalmente ordenado, que no satura la sensibilidad con excesos cuantitativos, se despliega la cuidada selección que hizo Sebastián Vargas, curador de la muestra, fotógrafo de la revista y también su editor de fotografía. Un 40% de las obras presentadas (12 de 30) son de su autoría. Esta proporción, que puede sorprender, es inferior a la que se produce en cada número. La frecuencia (por ahora) es bimestral y el desafío es grande: el editor fotográfico invita a un fotógrafo por número (para una nota o ensayo fotográfico en particular) y produce, éticamente, el resto de las fotos. No vale robar de internet ni usar material de archivo.
Técnicas de la prehistoria de la fotografía como la cámara oscura y la foto estenopeica son rescatadas por Andrés Macera y Kümei Kirschmann, respectivamente, para mostrar vistas emblemáticas de la ciudad con la pictórica imprecisión de la memoria o el sueño. Un ensayo analógico en blanco y negro de Alejandro Lamas, que Barullo publicó en su número 4 (octubre-noviembre 2019) retrata con claroscuros de neorrealismo clásico a los beneficiarios del comedor infantil de la iglesia San Francisco Solano. Es un reportaje de hace 38 años y de cuando existía el bar La Capilla, enfrente, según cuenta el autor al editor Horacio Vargas en un breve diálogo de donde surgen luego el título de la nota ("La cámara no miente") y el de la serie: "La cámara ve todo". En ningún caso se trata sólo de documentar, sino que el sesgo subjetivo aporta un rico espesor de sentido. Al retratar a "Pablo Javkin, intendente de Rosario" (los escuetos epígrafes dan las marcas de identidad informativas imprescindibles: nombre y profesión), Héctor Rio elige como locación la esquina de Mitre y Poeta Simeoni, y juega con el foco diferenciado. Así, la espectral sonrisa de Fabricio Simeoni (enmarcada en el muro del bar) se cierne como la aparición de un santo patrono de las letras de la ciudad sobre su nuevo administrador.
Conocedor a fondo del trabajo de sus colegas, el curador y fotógrafo hace de la muestra misma un ensayo antológico visual en torno a su lenguaje, donde el retrato ocupa un lugar importante (Incluso varias fotos de su serie Ruidazo, publicada en el número 1, son retratos de objetos). "Podría dar bastantes definiciones de qué sucede a la hora de retratar a alguien pero creo que lo más importante es que haya conexión", contó a Rosario/12 Sebastián Vargas, que también es fotógrafo y editor de fotografía en este medio. "No siempre sucede, y se ve el resultado en las fotos, pero cuando sucede, ahí te encontrás con una fotografía bien hecha. Las personas te pueden brindar eso: un gesto, un detalle que queda para siempre. Entonces recordás a esa persona por esa foto, uno asocia a esa persona con ese gesto que vio en una fotografía impresa. Por eso en ese encuentro que tengo con el otro, la mitad de la foto la hace el otro, el protagonista".
"Algo sucede en ese encuentro, que no sé bien qué es, y tampoco me pongo a pensar qué es, pero tiene que ver con la personalidad, con la predisposición. Lo asocio con la atención latente que te dan a vos los entrevistados a la hora de contarte lo que hacen", dice Sebastián. En fotos de protagonistas tan distintos como los mozos de la tradicional pizzería rosarina Santa María (un grupo, al modo de los retratos gremiales de la pintura flamenca, que desborda camaradería) o las identidades disidentes de Amalia Salum, Noah Pellegrini, Nancy Rojas y Franco Carames, entrevistadas por Sonia Tessa para la edición impresa número 5 (véase https://barullo.com.ar/llevar-una-identidad/), se revela esa química perdurable que Sebastián Vargas busca en el vínculo efímero de la sesión fotográfica. Con la cantante de Mamita Peyote, Eugenia Craviotto Caraffa, Sebastián construye un retrato no convencional donde la mirada se esconde entre la naturaleza silvestre y el artificio del vestuario, mientras el cuerpo se expresa bailando. Nora Lezano retrata a "LIliana Herrero, cantora" en la tapa del número 8. Y otra embajadora es Chiqui González ("12 años frente al Ministerio de Innovación y Cultura"), retratada entre sus creaciones, de perfil y de frente, por el experimentado fotógrafo Alejandro Guerrero.
"Una cuestión de suerte", dice con modestia Héctor Pichi De Benedictis sobre Nimia, el políptico de 6 cuadros para el número 7 donde captura, con precisión de cazador de sonidos e imágenes, dos figuras humanas casi desapercibidas en el paisaje de la costa uruguaya (https://barullo.com.ar/otras-dunas-fragmentos-nimios/). El humor se hace presente en los lugares más improbables: en las esculturas "Detrás de los muros del cementerio El Salvador", que cobran vida en la mirada de Carla Scolari, y en la etiqueta de una bebida popular que le sirve a Sebastián Vargas en "Amargo obrero y rosarino" para bromear desde una foto con el epíteto de "rosarino amargo". El retrato del escritor Jorge Riestra, por Pancho Guillén, se destaca por la calidad compositiva y por el arte de la luz con que encuadra los atributos de su figura de autor. El humo del cigarrillo en la mano, y detrás la biblioteca en la penumbra del encierro, parecen detalles descriptivos salidos de su obra extraordinaria. La casa natal de otro gran escritor, Juan José Saer, fue visitada para el número 1 por su colega Marcelo Scalona (https://barullo.com.ar/en-busca-de-la-casa-saer/) en una crónica literaria de antología que ilustró Seba Vargas. En resumen, toda la muestra es un retrato (en construcción) de la identidad cultural local.