Un manual de estilo con formato de “editorial de moda” consagrado a cómo vestirse para Ramadan con caftanes diseñados por Elie Saab, Alberta Ferretti o Valentino; las cavilaciones sobre el streetwear de Hindamme, una firma de moda emergente; extravagancias en indumentos y accesorios de un bebé de cinco meses –Asahd Tuck Khaled– que desde su propia cuenta de Instagram exhibe autos de lujo en miniatura, son algunos de los ejes temáticos y fashionistas que refleja en sus contenidos editoriales la revista Vogue Arabia.
Se trata de la publicación número veintidós del grupo Condé Nast, cuyo lanzamiento oficial aconteció el 7 de abril en el Museo de Arte Islámico y en la misma semana en que en Omán, la editorial Conde Nast celebró un congreso con reflexiones sobre el mercado del lujo ideado por la editora Susy Menkes, con el slogan “Lujo sensato”. Detrás de los contenidos y los editoriales de moda de la nueva publicación está el ojo conocedor de la princesa y directora Deena Al Juhani Abdulaziz. Entre las señas particulares de Deena se destaca el pelo corto de modo irregular (un modismo denominado “pixie” con el que suplantó a una melena más formal), el uso de piercings en su nariz aunque acicalados con pequeños brillantes, los vestidos largos con abrigos ídem, botas cortas con tacos. Cuando en 1998 se casó con el sultán bin Fahad bin Nasser- con quien tiene tres hijos- lo hizo vestida con un atuendo a medida de Azzedine Alaia. Si bien se confiesa “devota de las abayas”, no suele usar tales túnicas en Occidente. Lejos de ser una improvisada en la trama de la moda, su cv indica que desde la infancia acompañaba a su madre a las colecciones de alta costura en París, en especial a los desfiles de Valentino y de Chanel.
Los expertos atribuyen su designación a sus conocimientos y prédicas indumentarias en fusionar los estilos orientales con los occidentales que desde hace una década demuestra desde D’NA , la tienda conceptual que se inició en Riad, abrió una sucursal en Doha y tiene miles de compradoras en el mercado online. El apodo “la Anna Wintour de Medio Oriente”, aunque en principo represente un facilismo tiene sensatez en relación a su difusión y rol de estratega en el mercado de la moda contemporánea.
Desde su tienda conceptual, presentó a las compradoras de Oriente los diseñados hipercoloridos de Mary Katranzou y los vestidos cruzados de Diana Von furstengerg –quienes modifican sus siluetas al subir escotes y bajar ruedos y las prendas de la joven guardia representada por Roksanda, Osman, Prabal Gurung y Jason Wu–. Lejos de jactarse de su principado, durante una entrevista con el periódico The Telegraph señaló: “Antes de convertirme en princesa era plebeya, considero que no es mi rol representar a la familia real, por el contrario, quiero ser reconocida por lo que hago y no por un título”.
Acerca de la estrecha relación que Oriente mantiene con la alta costura, la directora de Vogue, esgrimió: “Los consumidores árabes somos responsables de que el mercado de la alta costura sobreviva desde 1960 a la actualidad, entendemos de lujo más que cualquiera sobre la tierra”. La primera portada de Vogue arabia mostró a la modelo californiana Gigi Hadid, con su rostro cubierto por un velo de cristal y con el sello de los fótógrafos holandeses Inez & Vinoodh –y su gigantografía sirvió de decorado y marquesina para la cena de presentación–. El segundo número –el de abril– tiene como chica de portada a la egipcia-marroquí Imaan Hammam, vestida en Bottega Veneta y fotografiada por Patrick Demarchelier, con la consigna: ¡Tengo el Poder! Y en sus páginas con papel brillante, asoman tanto el perfil de Souq Al Marzouq, fundador de la marca de carteras Marzook; o las hermanas Aya y Mounaz Abelraouf, de la casa egipcia de carteras Okhtein y hace lugar a un homenaje al estilo de la arquitecta Zaha Hadid.