“Nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado”. Desde la televisión, el secretario de Obras Públicas de Carlos Menem, Roberto Dromi, no mentía. Inauguraba la era del vaciamiento del Estado destinado a novedodas formas de captura de pusvalía. Como la gran mayoría terminó aceptando que lo moderno –mejor privatizado- era necesario, hacia mediados de los noventa los espacios abandonados agigantaban la penumbra urbana. En Salta capital los vacíos aparecieron a medida que el Estado entregó sus inmuebles al proceso. Primero fue la plaza 9 de Julio. Su transformación en epicentro del destino turístico Norte Argentino ocurrió durante la primera gestión de Juan Carlos Romero en el gobierno provincial. En ese mismo período, la devaluada Estación de Trenes se transformó en el primer clúster de excepción: un espacio destinado exclusivamente al ocio, el entretenimiento y la gastronomía. Así apareció La Balcarce. Pero la otra perla de aquel proceso era el complejo de edificios del Hospital Regional de Salta, luego Dirección Nacional de Vectores, o simplemente “La Palúdica”, conocida desde 1930 por ser la Estación Sanitaria destinada al control de enfermedades transmitidas por vectores, como el paludismo.
Juan Carlos Romero encontró un destino ideal para el complejo. En mayo de 1999, dos meses después del "hallazgo" de cuerpos momificados en la cima del Volcán Llullaillaco y dos días después de ser reelecto gobernador, el propio presidente Carlos Menem le anunció desde un balcón del Hotel Salta su decisión de traspasar ese inmueble a la provincia. El proyecto de Romero consistía en trasladar las reparticiones nacionales que funcionaban en La Palúdica al edificio de Vialidad Nacional de la calle Pellegrini, demoler todo aquel pasado, y construir un centro hotelero-turístico que exhibiera los dos niños y la adolescente momificados recientemente descubiertos para el mundo occidental. Sin embargo, los casi 300 empleados de los organismos nacionales en actividad en el complejo se movilizaron y detuvieron el desmantelamiento evidente.
Durante las dos décadas siguientes, los trabajadores padecieron el vaciamiento silencioso. Una trabajadora del sector de reconocimiento médico de organismos nacionales contó a Salta/12 que hace años no renuevan el personal cuando alguien se jubila. “Además, la gente cree que somos fantasmas y que aquí no trabaja nadie”, dijo. La situación laboral es desgastante. Muchos de ellos son contratados y aún les adeudan parte de sus haberes de 2020. A veces hacen colectas para sostener el laboratorio de análisis de vectores, incluso para comprar artículos de limpieza. Y entre los relatos no faltan los aprietes vividos durante la gestión del ex intendente Gustavo Saenz. “Un día llegaron pateando puertas mientras atendíamos pacientes oncológicos”, contó una médica del mismo sector. La intendenta actual, Bettina Romero, cerró 2020 remitiendo una nota a los empleados que trabajan en el complejo. Les pidió una copia de las llaves del edificio y una fecha para que la municipalidad formalice la posesión del predio. Es un pedido curioso dirigido a empleados fantasmales, a quienes la propia comuna les solicitó capacitación para el manejo del dengue (otra enfermedad transmitida por vectores) a principios de 2020.
Durante la apertura del período legislativo 2017 del Concejo Deliberante capitalino, el entonces intendente Gustavo Saenz calificó repetidas veces de “monumento al abandono” a los envejecidos edificios del complejo sanitario. Muy pocos escondieron los aplausos para celebrar la pulseada ganada en el Senado Nacional el 23 de noviembre de 2016. El tratamiento sobre tablas solicitado por el senador Rodolfo Urtubey para el expediente 74/16 terminó cediendo gratuitamente a la Municipalidad de Salta la codiciada manzana de casi diez mil metros cuadrados. En verdad ese año fue clave. Permite contextualizar el proceso de vaciamiento del complejo como parte un rompecabezas, una transformación que involucra a todo el Paseo Güemes, por lo menos desde la calle Pueyrredón hasta la avenida Uruguay.
Un mes antes del hito en el Congreso, en octubre de 2016, uno de los tantos reclamos por contaminación sonora y vandalismo presentado por vecinos del barrio San Bernardo y del Paseo Güemes ingresó al Ministerio Público de la Provincia. Derivó en tres audiencias de mediación. ¿Con quienes? Con la Secretaría de Eventos y Espacios Públicos de la Municipalidad de Salta, la Procuración Municipal, el Ministerio de Turismo y Cultura de Salta, y la Comisión de Preservación del Patrimonio Arquitectónico y Urbanístico de la Provincia de Salta (COPAUPS). El punto central de la discusión eran los espectáculos montados sobre el front del Monumento a Güemes en la avenida Uruguay. Lo interesante apareció durante una acalorada discusión que giraba en torno a qué entendía cada parte sobre el uso del espacio público en un sector residencial, un representante de la Procuración Municipal le dijo a un vecino que si no le gustaban los eventos se mudara a un club de campo. Tal respuesta no hizo más que develar el futuro que ya barajaban los gestores de la experiencia social contemporánea para todo el entorno patrimonial provincial. Es decir, una progresiva compactación de todas las calles del Paseo en un gran corredor turístico-gastronómico.
Las acciones de burócratas, tecnócratas y políticos en la ciudad de Salta, se organizaron desde los noventa en torno al plusvalor que generan vacíos urbanos que pueden ser transformados en entornos potencialmente exportables. El Casco Histórico y La Balcarce son dos ejemplos desarrollados. Pero Güemes, la salteñidad, el folclore, los gauchos, y las tradiciones son íconos aún no explotados. Por eso el Monumento destaca entre todos ellos, como alguna vez lo fue para Salta el Tren a las Nubes. Lo tristemente novedoso es presenciar el final de un largo proceso de reciclaje que comenzó con la plaza 9 de Julio y los edificios alrededor. Lo que ahora viene es la reconversión del largo corredor-escenario en un cluster muy apetecible para quienes capturan plusvalías con créditos internacionales o inversiones público-privadas. Pasaron unos veinte años, y La Balcarce es ya un San Telmo con brillo doméstico del cuál sólo queda extraer “lecciones aprendidas” antes de pasar al siguiente polo extractivo.
El Museo Nacional del Folclore promete crear un entorno mucho más vip que el anterior. El corredor será fácil de catalogar entre los escenarios del ocio global contemporáneo. Paseo Güemes, Legado Güemes, Monumento a Güemes. Adjetivarlo con Hollywood sólo denota la nueva lógica que los reconvierte. Una vez que La Palúdica deje de llamarse así y el telón se levante para el proyecto ganador, dejarán de ser fragmentos aislados el Corredor Caseros y el Casco Histórico, las nuevas calles semi peatonales alrededor del Centro Cultural La Vieja Usina. También las manzanas que se transformaron en un Palermo Hollywood salteño cuando edificios, negocios, bares, restaurantes y oficinas emergieron durante el período de espaculación inmobiliaria desatado en el área centro durante la primera década del siglo. El arquitecto Raúl Kalinsky –gestor de Puerto Madero- es recordado por ser el ideólogo del proceso en los años de Miguel Isa en la intendencia.
Quedará destrabar el status patrimonial del Monumento y su entorno, que impide transformar las casonas del barrio residencial del Paseo en más bares y restaurantes. Algunas ya son oficinas de coworking, de arquitectura, de mineras, casas de cambio y del Tribunal Oral Criminal Federal nº 2. Quizás también sea necesario instalar el traslado del Colegio Nacional a otro sector de la ciudad. Por ahora, la tendencia apunta al Monumento desde la calle Pueyrredón. Poco importan las políticas sanitarias en pandemia o sin ella, o si la lluvia y la basura recuerdan que aún persisten enfermedades transmitidas por vectores como el dengue. Solo parecen importar el ocio extractivo y distractivo. El año del bicentenario de la muerte de Güemes podría develar esas incógnitas.