El Reino Unido se encuentra en máximo alerta frente a la nueva cepa del coronavirus. “Las próximas semanas serán cruciales”, reconoció a la BBC este lunes por mañana la máxima autoridad médica de Inglaterra Chris Whitty. Menos circunspectos, distintas voces en el Servicio Nacional de Salud (NHS) ponen una fecha para controlar el número de contagios antes de que la capacidad hospitalaria quede desbordada: entre el 18 y el 21 de enero. “Estamos mucho peor que en marzo. Aún si hoy hubiéramos vacunado a todos los mayores de 80, no habría un cambio en el número de muertes en las próximas cinco semanas. Para que baje el número de hospitalizaciones se necesita que la vacunación alcance a los de más de 60. La situación es muy grave”, señaló al The Guardian un miembro de SAGE, el Comité Asesor Cientítifico de Emergencia del gobierno.
Con un promedio de 70 mil contagios diarios en la última semana y más de 4500 muertes entre el 6 y el 9 de enero, el temor al descontrol total, a los corredores de hospitales saturados de pacientes, a médicos que tienen que decidir quién vive y quién no, se siente en las estimaciones de los epidemiólogos, en las opiniones del personal médico, en cada evaluación que hacen las autoridades. Una proyección del The Guardian calcula que el número real de contagiados es muy superior al de detectados por el sistema de testeo: uno de cada cinco ingleses tiene coronavirus.
Este lunes el gobierno indicó que ya se han vacunado dos millones de personas desde el comienzo del programa el 8 de diciembre, pero con la nueva cepa rampante es una carrera contra el tiempo. El Reino Unido aprobó tres vacunas – Pfizer-BioNTech, Oxford-AstraZeneca y, la última, la semana pasada, Moderna. El objetivo es inocular dos millones de personas por semana hasta cubrir los cuatro principales grupos de riesgo –mayores de 70 años, personal sanitario y de servicios sociales – a mediados de febrero: una población de casi 15 millones en poco más de un mes.
La estrategia es obviamente salvar vidas y evitar un colapso del NHS, pero también neutralizar el más temible de los infiernos: que aparezca una nueva mutación resistente a las vacunas. La llamada cepa británica, la B117, tiene un intensidad de contagio 50% superior a las cepas previas, pero cae dentro del radio de acción de las vacunas aprobadas hasta el momento. “Con suerte el virus no cambia mucho y la cobertura que dan estas vacunas no se vea afectado. El peligro es si el virus tiene la misma capacidad que la influenza, la gripe normal, para mutar”, advierte Martin Hibberd del London Sochool of Hygiene and Tropical Medicine.
¿Cómo evitar el colapso?
El programa de vacunación, los nuevos tratamientos para los infectados con el virus, el confinamiento y el acatamiento social a las normas (distancia social, higiene, etc) son las principales armas que tiene el gobierno.
El confinamiento – el tercero a nivel nacional desde el comienzo de la pandemia – ha mostrado su eficacia, pero ahora enfrenta un nuevo problema. Al ser más contagiosa la cepa británica, se necesitará más tiempo y un confinamiento más duro para lograr el mismo impacto en la reducción de la tasa de contagio R, el porcentaje de reproducción del virus. Esta tasa necesita estar por debajo de uno –cada infectado contagia a “menos” de una persona– para proyectar un descenso sostenido de los números. “Cualquier contacto social innecesario es un potencial lazo en la cadena de transmisión. Tenemos que ayudar al NHS y a la sociedad minimizando al máximo el contacto social”, advirtió en su entrevista con la BBC Chris Whitty.
El acatamiento social es heterogéneo y depende de muchos factores. Los dos más visibles son la edad y el empleo. A más edad mayor acatamiento con numerosas excepciones: muchísimos jóvenes obedecen las normas, algunos mayores no lo hacen y hasta integran los grupos anti-vacuna. El creciente desempleo es otro factor. Como otros gobiernos del mundo, el Estado británico ha cubierto a buena parte de la población, pero con una tasa de desempleo que se ha duplicado a raíz de la pandemia hay grietas. Según el dominical The Observer, más de 70 mil hogares han perdido sus casas desde el principio de la pandemia y más de 200 mil han buscado ayuda a nivel municipal para no quedar en la calle. Para muchos el confinamiento no es una opción.
Pero hay otro factor en el acatamiento de las normas: la credibilidad del gobierno. El de Boris Johnson ha tenido un desastroso 2020, lleno de promesas incumplidas y absurdos fanfarroneos respecto a la eficacia de los programas gubernamentales. Una muestra: en abril prometió un sistema de testeo que sería “líder a nivel mundial”, en septiembre el sistema no había arrancado y fue cubierto por otra promesa, el “Operation Moonshot”, que planeaba testear a toda la población en diciembre. Boris Johnson llegó a vaticinar en junio una Navidad normal en la que todos estaríamos abrazándonos. Nada de eso sucedió.
Esto ha dejado como lastre una interacción entre la acción gubernamental y la respuesta social digna de un teorema con dos tesis complementarias. La primera es que a mayor zigzag y contramarcha de la acción de gobierno, mayor confusión y desobediencia social. La segunda es que a mayor desobediencia social, mayor zigzagueo del gobierno en un intento de contentar a sectores diversos y mantener una apariencia de orden social. “Entiendo el pánico ante el aumento acelerado de hospitalizaciones, pero me asombra la falta de una estrategia a largo plazo”, dijo al The Guardian Liam Smeeth, profesor de epidemiología en la London Shchool of Hygiene and Tropical Medicine.