La victoria del primer ministro serbio Aleksander Vucic en las elecciones presidenciales del 2 de abril desató la mayor ola de protestas en el país en los últimos seis años. Los jóvenes se constituyeron en un actor fundamental de las marchas que el miércoles entraron en su décima jornada consecutiva y que fueron convocadas desde las redes sociales, sin que se sepa aún quien está detrás de su organización. Varios sindicatos se sumaron a las manifestaciones. La desconfianza hacia la clase política en Serbia, un país donde la crisis económica de 2008 golpeó muy fuerte, el temor a la concentración de poder en un partido y las malas condiciones laborales empujaron a miles de personas a ganar la calle. Con el paso de los días, las exigencias se fueron ampliando: ahora piden también más derechos para los trabajadores, mejores salarios y pensiones o educación gratis para todos.
“Contra la dictadura”, “Elecciones libres”, “Libertad de prensa” o “Contra el partidismo” son algunas de las consignas que enarbolan en sus pancartas los manifestantes, que el sábado pasado llegaron a ser 10.000 sólo en la capital. El detonante fue el triunfo aplastante de Vucic. Pese a las privatizaciones, los recortes de subsidios, salarios y pensiones implementados, el político de 47 años se impuso en las urnas con el 55 por ciento de los votos confirmando su dominio sobre la política serbia y demostrando que no hay rival que le haga sombra. Como jefe de Estado tiene un cargo más bien de protocolo, pero como jefe indiscutible del gubernamental Partido Progresista Serbio (SNS) controla también el Ejecutivo y al Parlamento, donde su formación mantiene la mayoría absoluta desde 2014.
Vucic, que llegó a ser ministro del presidente yugoslavo Slobodan Milosevic, antiguo ultranacionalista convertido en europeísta, fue quien abrió las negociaciones para ingresar a la Unión Europa (UE), proceso que aspira a concluir antes de 2020. Pese a su popularidad, algunos de sus opositores lo señalan como un líder autoritario que pretende hacerse con el poder absoluto y creen que desde la presidencia tomará el control del partido y dominará la política del país. Enfocado en la campaña, Vucic se limitó a responder que sus opositores no tenían más programa electoral que el odio en su contra.
Los manifestantes, por su parte, exigen una revisión del censo electoral ante los rumores de que habrían votado decenas de miles de fallecidos y ante el hecho de que de los serbios que se encuentran en la diáspora pocos pueden votar. Las dudas sobre el censo fueron volcadas en un informe preliminar de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europea (OSCE), que finalmente no pudo desplegar una misión de observación en la república parlamentaria. Entre el estruendo de tambores y silbatos, las protestas recorren el centro de Belgrado con breves escalas en los centros de poder: el Gobierno, el Parlamento, la Presidencia, la televisión pública, a la que acusan de apoyar a Vucic y a su gestión; también piden la renuncia de la presidenta del Parlamento, Maja Gojkovic, colaboradora de Vucic, por no convocar sesiones de la Cámara durante la campaña electoral.
“Yo no quiero trabajar por 300 euros”, manifestó Nenad, un estudiante que aseguró que participa a diario de las protestas. Dijana dice que está en contra “de que uno consiga trabajo sólo porque es del partido” del Gobierno. “Debe obtenerlo quien es mejor, yo creo que eso es democracia. Y si no se cambian esas cosas, me iré de este país”, aseguró la ingeniera de 26 años.
El panorama es más sombrío al analizar los contrapesos políticos. La débil oposición aparece fragmentada: el segundo partido del Parlamento, el socialista, gobierna junto a Vucic. Juntos suman 161 de los 250 escaños. El tercero es un partido ultranacionalista y el resto son formaciones muy minoritarias .Vucic reaccionó a las protestas con un doble discurso: por un lado, dijo son una fiesta de la democracia y, al mismo tiempo, acusó a sus opositores políticos de haberlas orquestado, de no aceptar el resultado de las elecciones y de querer solucionar en la calle todo lo que no les gusta. También negó rotundamente las acusaciones de fraude electoral.