Todo en Alejandro Guyot tiene que ver con la gravedad: el registro de su voz, los temas que aborda, su inclinación a la oscuridad. Como si habitara, como diría Enrique Cadícamo, un pozo de sombras. La intensidad y la diversificación son sus marcas. Da su visión del mundo en el tango, como profesor en la EMBA (Escuela de Música de Buenos Aires), en la poesía y, ahora, en la narrativa. Publica con avidez, como si no quedara tiempo: en un par de pases simultáneos y complementarios, acaba de sacar su primer disco solista y su primera novela. Las canciones de La guerra es adentro dialogan con las peripecias de Dante, el personaje ensimismado de Sangre, un argentino a la deriva por Italia luego del 2001 como alguna vez lo fue el propio Alejandro Guyot. Todo tiene que ver con todo. El nombre de Dante no es azaroso: al final, las vueltas son alrededor de los círculos del infierno.
A Guyot se lo puede presentar como uno de los agitadores del tango del siglo XXI, como compositor y cantor del grupo 34 Puñaladas (hoy Bombay Bs. As.); o como un songwriter que busca puentes entre Nick Cave, el Indio Solari y Héctor Pedro Blomberg, el poeta de los valses federales como “La pulpera de Santa Lucía”. También se lo puede presentar como un escritor que aprieta una poética en el formato canción, un poco a la manera arrebatada y pasional de lo que hizo su admirado Tata Cedrón con Raúl González Tuñón. Puntas de un mismo lazo, las aristas de su temperamento cancionístico y literario –un romanticismo anacrónico y feroz, finalmente- conviven inevitablemente y lo definen. “La guerra es adentro está integrado por canciones que no terminaba de redondear, que tenía medio trabadas; la novela en cambio es un texto que vengo puliendo desde hace diez años. Todo se agolpaba, peligrosamente. Y en pandemia. ¡Sentí una Puerta 12 de materiales! Ya sé que no es muy estratégico editar de golpe y al mismo tiempo un disco y un libro. Pero no daba para más. Abrí las compuertas”, dice.
La guerra es adentro podría formar parte tranquilamente de la discografía de Bombay Bs As. Decidió transformarlo en un disco solista, dice, por cierto tono confesional. Rítmicamente se apoya en la milonga, pero una milonga por momentos eléctrica y densamente rockera, merced a los oficios de dos Acorazado Potemkin, Juan Pablo Fernández y Federico Ghazarossian. “Son amigos. A Fede lo sigo desde los tiempos de Don Cornelio; de Juan Pablo, qué te puedo decir… Fui fanático de Pequeña Orquesta Reincidentes y hemos compartido circuitos similares cuando éramos 34 Puñaladas. Ninguna de las bandas encajaba del todo en el rock, ni en el tango, ni en nada. En este disco en un momento sentí un callejón sin salida, con muchas canciones sin terminar, y Juan Pablo me ayudó a concretarlas”.
Con un lote de invitados interesantísimo provenientes de la canción popular (Sofía Viola), del tango (Juli Laso, Elbi Olalla), del jazz (Esteban Sehinkman), entre muchos otros además Fernández y Ghazarossian, La guerra es adentro es un trabajo notable, tal vez el mejor de la usina Guyot. El disco se abre entre la desolación, respira y logra con la variedad tímbrica de los invitados un antídoto para cierta claustrofobia que se podía advertir en la producción discográfica de 34 Puñaladas-Bombay Bs. As (el cambio de nombre respondió a lo incorreción intolerable con los cambios de paradigmas: 34 Puñaladas había sido extraído de un tema, “Amablemente”, que narra un femicidio). Todo parece parte de un camino virtuoso que Guyot transita con tenacidad impertubable. Su generación fue del rock al tango, a caballo de una doble justificación: cierta fatiga de las fórmulas rockeras y la necesidad de indagar las raíces rítmicas y líricas de una ciudad tan amada y odiada como Buenos Aires. “Yo tuve mi banda de rock, yo fui punk-rock. Cuando empezaron los festivales esponsoreados encontramos más verdad en sitios como el Club Atlético Fernández Fierro. El CAFF es desde hace años, no sé, nuestro Die Schule. En el trayecto desarrollé una pasión por la poesía urbana, por esos versos eléctricos que narraban una ciudad oscura, noctámbula que yo caminaba y conocía”.
¿Quiénes son tus referentes letrísticos?
--Te diría que transité una especie de degradé desde la poesía urbana del rock a la del tango. Me interesaba todo, pero escuchaba mucho a los Redonditos de Ricota, o a grupos como Don Cornelio y la Zona. Eso me moldeó y me dejó boyando en las orillas del tango. El Tata Cedrón hizo el resto. Descubrí al Cuarteto Cedrón en aquellas visitas invernales a Buenos Aires desde París, a principios de los años 90. Iba a todos los conciertos, en Gandhi, en el sótano de Unione e Benevolenza, me afanaba los afiches con los que publicitaban los conciertos. En él encontré el pasaje que une la música con la poesía de Raúl González Tuñon, Juan Gelman, Julio Cortázar, la cosmovisión de Roberto Arlt, y enseguida me conectó con Alejandra Pizarnik, Dylan Thomas, los poetas malditos… O sea, desde el tango hacia todos los mares, hacia todos los puertos. Y desde esos puertos, de nuevo al tango por medio de Blomberg en la voz de Ignacio Corsini, a los puertos oxidados de Cadícamo… y ¡”La cerveza del pescador Schiltigheim” del Tata y Tuñón. Me he gastado sueldos enteros y hasta me endeudé para comprar esos discos, esos libros.
Guyot es un buen conversador. En una hora de charla surgen a borbotones libros, discos, nombres y apellidos de músicos y cantantes como Gardel, Nelly Omar, Troilo, Goyeneche, Alfredo Zitarroza, Johnny Cash, Ricardo Capellano, Jesus & Mary Chain, Tindersticks, Nick Cave, Miles Davis, Yupanqui, The Cure, Tom Waits, Scott Walker, “artistas –dice- que abren un fogonazo de luz en la noche. Si estás atento, ese fogonazo te permite entrever la posibilidad de un camino propio”. Habla de Corazón doble de Marcel Schwob como uno de los libros que le subvirtió la mirada. “Me contaminó, mal”.
Entonces, La guerra es adentro. La canción que abre, “Carbón que no quiere ser fuego”, es una extraordinaria milonga-rock, encorsetada en dos versos: “Gastada milonga del tiempo/ que se oiga en la noche mi voz,/ que quiero arrancar con tus versos/ los ecos de un viejo dolor” y “Redoblen antiguos tambores / milongas que el barro tapó./ Secretos gritados al viento./¡Que el miedo se vuelva canción!”. La marinera peruana “Sangre negra de los corazones”, con la participación de Sofía Viola, tiene apelaciones metafóricas al macrismo. Fue la única canción que mereció un texto aclaratorio en el disco, firmado por el propio Guyot. “En la letra hay una serie de imágenes ‘apocalíptico-surrealistas’ inspiradas en el Jardín de las Delicias del Bosco, que a la vez remiten de alguna manera a algunas alegorías medievales (La Alegoría del Buen Gobierno y del Mal Gobierno, una pintura mural de los hermanos Lorenzetti) mezcladas con escenas del imaginario del Virreinato del Río de la Plata y algunos guiños a escenas ‘virreinales’ más recientes”.
Con producción artística de uno de sus alumnos del EMBA, Julio Martínez (“fue increíble cómo conectamos”), el espíritu del disco es una milonga larga y tensa que llega a niveles poéticos inquietantes, con versos como “Traigo una canción hecha pedazos dentro de otra canción / Vengo de tropezar en cada paso/ Barro, cansancio y dolor / Curo las quemaduras con más fuego y el miedo se ríe en mi voz” (“Cínicas promesas”) o “No canto a Dios, ni a mi mulita,/ Ni al verde mar, ni a sus orillas / Ni a aquel amor que me lastima/ Ni a su querer, ni a mis mentiras. / No soy la sal, yo soy la herida” (La sal, la herida)
El dolor, la herida, están muy presente en tu obra.
--Hay herida, hay dolor. Y hay también una pulsión, de explorar la herida y de hacerla supurar, de convertir los venenos en antídoto. Y el antídoto que encontré es la canción. Lo dice el Indio en un tema: “Donde hay dolor habrá canciones”. De eso se trata. Mi generación la padeció mal. Pensá que atravesamos el secundario en dictadura, después el ocaso del alfonsinismo, la híper, la caída del Muro, el menemismo, el SIDA, las crisis. En un momento me sentí ahogado y me fui a Europa.
Una fuga.
--Una fuga. Dejé la orquesta El arranque, donde había comenzado más o menos seriamente con el tango, y me fui como turista devenido en polizón. Caí en Austria. Me inscribí en la Universidad de Graz y me puse a estudiar Historia Medieval, a la par que hacía todo tipo de laburos: limpié canchas de tenis a las siete de la mañana, fui cadete de un arquitecto miserable, di clases de español. Finalmente advertí de que lo que más garpaba era cantar tangos. Así que reincidí. Un coleccionista alemán que conocí en Austria me mostró una frase que él le adjudicaba al Tata Cedrón, que decía: “El tango es algo que puede sentirse si estás a menos de diez metros o a más de doce mil kilómetros”…
Una gran frase.
--Gran frase. Evidentemente yo, aunque me fuera lejos, siempre estaba volviendo, al menos al tango. Cuando tenía días libres y algo de dinero me iba de viaje. Recorrí varios países: sacaba pasajes de tren que duraran más de siete u ocho horas, dormía en el mismo tren, después regresaba a un cuarto húmedo que alquilaba en un sótano. En algún momento sentí que la aventura había caducado. Y el tango me pegaba, mal. Cuando terminaba de hacer temas como “Ventarrón” quedaba hecho mierda; si cantaba “Volver” me escondía para que la gente no viera mi llanto…Y volví, y en Buenos Aires empezó otro viaje, 34 Puñaladas.
--¿Qué te pasa con el tango?
-A veces pienso que es como la cáscara de una piel vieja, pero yo ahí encontré mi voz. Hice de todo: grabé cielitos, vidalas, estilos camperos, valsecitos criollos, chayas, tangos camperos, tangos carcelarios y también tangos del siglo XXI propios y ajenos. También canciones de Cerati, de Acorazado Potemkin, de David Bowie, de Leonard Cohen… ¡La torre de la canción! Pero siempre está el tango. El tango para mí es una nave: yo me agarro al mástil, y voy feliz a la deriva. Siempre provocó en mí un movimiento hacia adentro, no sé, una reacción a la globalización, un lenguaje. Es todo eso, y un montón de cosas que no sé explicar.
--En la novela no se advierten rastros tangueros…
-No… Es que Sangre me ayudó a tramitar inquietudes estéticas que no podía resolver mediante la música. Quise escribir sobre la relación entre Europa y sus inmigrantes ilegales y compararlas con ciertas historias secretas acerca de la Inquisición, las maneras en las que la Iglesia católica elegía y torturaba a sus víctimas. También necesitaba revisitar la Argentina del 2001, la trata de personas, los talleres clandestinos, las santerías, los bazares chinos, la religiosidad popular en tiempos de desesperación y el extraño fenómeno de las virgencitas que lloran sangre… Pero al final estoy yo, tanto en La guerra es adentro como en Sangre aparecen marcas inevitables. Son como los rastros que quedan en las balas y que delatan las características del arma que la disparó.