Parafraseando a Paul Krugman, todos tenemos el derecho a tener nuestra propia opinión pero no nuestros propios hechos. Sin embargo, en la actualidad los medios hegemónicos creen tener derecho a tener sus propios hechos para desde allí, fake news y lawfare mediante, imaginar una novela en los que los hechos parezcan que efectivamente sucedieron.

Hace tiempo que los medios masivos dejaron de ser de comunicación para transformarse en medios de difusión de sus propios mensajes y contenidos y así satisfacer de manera ilusoria la necesidad de información de la gente. Hoy los medios hegemónicos son o forman parte de grandes conglomerados empresarios regidos por el imperativo del lucro en detrimento del servicio público. Son actores políticos que, además de legitimar el discurso neoliberal presentado como sentido común, coordinan el funcionamiento de los llamados factores de poder para influir en la toma de decisiones políticas de los gobiernos, los legisladores y los jueces.

En su rol de actores políticos, los medios hegemónicos pugnan por establecer la agenda de discusión y preocupación de la sociedad y condicionar la esfera pública a fin de consolidar los intereses del establishment, someter, presionar y debilitar al gobierno y, de ser necesario, promover escenarios de ingobernabilidad.

Para alcanzar esos objetivos resulta insuficiente decirle a la gente “sobre qué pensar” y fijar la agenda (McCombs y Shaw, 1972). Es preciso suministrar “marcos interpretativos” que incidan en el proceso de recepción y apropiación de los mensajes (cómo pensar), recurriendo incluso a sustituir la realidad por la ficción. El dispositivo comunicacional busca anular la capacidad de reflexión y crítica acerca de las causas de los problemas que nos aquejan. Los recursos, digamos “técnicos”, son las noticas falsas (fake news), la instrumentalización de la Justicia (lawfare), la descontextualizan, procesos de semantización o la utilización de figuras de la retórica. Eso explica la “dieta” informativa a la que están sometidos los argentinos que, según convenga, divide, fragmenta, confunde, induce miedo o detona odio.

Desde el comienzo de la gestión de Macri el neoliberalismo entendió que el triunfo electoral por sí mismo no aseguraba la restauración conservadora. Para ello había que infringirle al kirchnerismo una derrota política de una amplitud tal que inhibiera la capacidad de cuestionamiento y organización de los sectores de la sociedad que serían afectados por la vuelta al patrón de acumulación basado en la valorización financiera. Con ese fin, Macri creó una verdadera estructura subterránea, financiada con fondos públicos, integrada por algunos medios periodísticos, cierto sector de Poder Judicial y los servicios de inteligencia. Subordinados a la Casa Rosada, el objetivo de esta “triple alianza” era eliminar mediante procedimientos de apariencia legal —que comenzaban con la difusión de notas falsas, reportajes y pseudo investigaciones— la posibilidad que Cristina Fernández de Kirchner (CFK) liderara la oposición a la restauración liberal. Fue así como surgió la causa “de los cuadernos”, los dos PBI que se “robó” el kirchnerismo y tantos otros litigios e historia inventadas y fogoneadas día tras día por el martilleo comunicacional de la corporación mediática.

A partir de la llegada del Frente de Todos al Gobierno los medios hegemónicos pasaron a trabajar en la reorganización del discurso opositor. Así es como engendraron la ficción de la incompatibilidad entre el kirchnerismo y la democracia. Sin ningún rigor y lanzados a la ficción, concluyen que el kirchnerismo no es un componente de la democracia republicana y que, desde dentro de la democracia, conspira contra ésta. Se llegó a decir que Cristina controla a los senadores del Frente sólo con su mirada. Vale decir, es una autoritaria que suprime el debate político y que Alberto Fernández es solo un traductor de CFK.

Las operaciones mediáticas también recurren a procesos de semantización. El ejemplo más claro es nombrar como “comunismo” todo lo que no sea el liberalismo más extremo. Usan “comunismo” como etiqueta para cualquier tipo de política que limite de cualquier manera el libre mercado. Otra variante es la afirmación de que la epidemia es un invento de políticos y científicos, o que el virus no representa ningún peligro. Aquí lo interesante —como apunta Ezequiel Adamovsky— es que el negacionismo frente a la evidencia científica va más allá de su objeto de turno: no descreen de este coronavirus en particular, sino de los saberes que lo descubrieron. En otras palabras, la covid-19 es una excusa para el autoritarismo populista.

Otra línea que despliegan los medios hegemónicos es que la unidad amplia y diversa expresada por el Frente de Todos está dominado por el kirchnerismo, reduciendo el conjunto de las partes a una sola de ellas, previamente estigmatizada.

Al respecto, y como certeramente ha señalado Daniel Rosso, la metonimia es otro recurso a la que recurren los medios hegemónicos para crear realidad. Así, la unidad amplia y diversa expresada por el Frente de Todos es sustituida por “el kirchnerismo”, el kirchnerismo por “La Cámpora” y ésta por “el chavismo”. De esta manera se intenta asociar el Frente de Todos con los atributos negativos (soberbia, prepotencia, violencia, autoritarismo, corrupción, sustracción de las libertades y de los derechos individuales) de las identidades demonizadas que lo van sustituyendo en la cadena.

Intentando una síntesis, podemos decir que los criterios de los medios hegemónicos para producir contenidos obedecen cada vez más a una retórica performativa (discursos que fabrican hechos o situaciones) que no tienen por objeto transmitir información sino actuar sobre las emociones y los estados de ánimo de los ciudadanos, que son considerados cada vez más como público de un espectáculo. La finalidad, como ya dijimos, es preservar los intereses del establishment. El flujo continuo de información en radios, canales de televisión, cable, plataformas en Internet y redes sociales de los monopolios, en alianza con un sector de la Justicia, hace luego la “magia” que permite instalar sus propios hechos como si fueran verdaderos desde un enfoque en blanco y negro que busca enturbiar las fronteras en la realidad y la ficción.

A esto es preciso agregar que la facilidad de los medios hegemónicos para instalar los temas de la agenda pública y sus marcos interpretativos también tiene que ver con la ausencia de políticas gubernamentales de comunicación orientadas a la construcción de un modelo de comunicación inclusivo y democrático, con distribución efectiva de recursos a favor de los sectores populares. Por cierto, una tarea pendiente de la democracia.

* Integrante del Colectivo por el Derecho Humano a la Comunicación (Codehcom)