Sentada frente a una computadora (que más tarde fue reemplazada por un celular) en una habitación del Consulado argentino en París, Laura Franchi advierte que primero va a contar lo que se acuerda de aquellos años en los que fue secuestrada, permaneció detenida-desaparecida y luego fue “blanqueada” en la cárcel de Olmos, primero, y Devoto, después. Y que, luego, prefiere que “pregunten todo lo que quieran” ya que “a la memoria puede escapársele algo”. Le habla al Tribunal Oral federal número 1 de La Plata, que dirige el juicio conocido como “de las Brigadas”, que repasa los crímenes de lesa humanidad cometidos en las brigadas de investigaciones de Lanús, Banfield y Quilmes durante la última dictadura cívico militar eclesiástica. También a la Fiscalía, a las querellas, a las defensas. Y a la historia, a la vida, al tiempo transcurrido, luchado, a todo lo soportado. “Es un orgullo estar acá. Este testimonio tarda 45 años en ser escuchado”, prologa su testimonio.
Franchi es la primera sobreviviente directa de aquellos infiernos en ofrecer su testimonio especialmente para este debate, que comenzó a fines de octubre pasado con las exposiciones grabadas de otros juicios de aquellos y aquellas sobrevivientes que no lograron llegar con vida a este debate y siguió con la de expertos y expertas que trabajaron en el estudio de temáticas vinculadas a las causas. Después de ella, testimoniaron sus hijas María Laura y Silvana, que nació mientras su mamá estaba detenida en la cárcel de Melchor Romero. Los casos como el de Franchi y sus hijas “inauguran a las sedes policiales de la provincia como centros clandestinos de detención”, indicó la abogada querellante Guadalupe Godoy a este diario. Su análisis a la luz de este juicio permite, además, “ver la planificación del plan sistemático, cómo se fue gestando el exterminio”.
Secuestros pre golpe
Sobreponiéndose a 45 años de demora, y esta mañana a varios episodios de desconexión virtual, mecanismo a través del que pudo finalmente declarar como testigo, Franchi ofreció su historia. Lo hizo ayudada de algunas breves notas que miró al pasar durante su testimonio, lo que suscitó la queja de algunas defensas. “Mis notas se tratan de no olvidar lo que pasó, lo que vi, lo que viví y a quiénes vi, para ayudar a los otros”, explicó Franchi. El presidente del tribunal, Ricardo Basilco, la habilitó a consultar las notas. Nació en Olavarría. Allí conoció a su compañero Mario Alfredo Stirnemann, el padre de sus dos hijas y un militante comprometido, como ella, en “mejorar la vida de los otros”. Mario era delegado de Loma Negra y militaba en el PRT; “toda su familia estaba involucrada en la política”. A principios de los 70, comenzó a ser perseguido por la Policía de su ciudad, así que se fueron. Laura y María Laura, la hija pequeña de ambos, se establecieron en Quilmes.
El 23 de noviembre de 1974 fue “un día hermoso”. Tan hermoso que Laura decidió dar un paseo. Fue con su hija María Laura, su panza de tres meses, su cuñado Juan José Stirnemann, Mercedes Lebozec, una compañera, y su hijito Homero. “Ese día tan lindo, ese paseo, fue frustrado por la Policía de Quilmes, que nos detuvo. Nos dijeron que estaban buscando a Mario”, contó. Finalmente, las patotas de asesinos darían con Mario Stirnemann en 1975. Sus restos fueron identificados décadas después en el cementerio de Lomas de Zamora, localizado a menos de un kilómetro del Pozo de Banfield.
Los días como desaparecida
Fueron trasladados todos a la Comisaría 1ra de Quilmes por “personal de la Federal”. Allí, Laura se sorprendió al encontrar, “todas tiradas y arrumbadas en el patio” las cosas que tenía ella en su casa: fotos, ropa, juguetes de su hija. “Nos dejaron en una cocina, como un día y medio o dos. Mi nena presenció situaciones muy difíciles de entender para una niña de cuatro años. Todas sus cosas tiradas, atropelladas. Muy atemorizada quedaba cuando veía a su tío siendo arrastrado, todo golpeado, profundamente torturado. Sufrió un shock tremendo y no sé qué le decían cuando yo no podía estar con ella”, describió. Dijo también que en esa cocina iban y venían “hombres grandes, muy transpirados y sedientos de sangre, esa era la sensación que me dieron, que se reían y tenían sus camisas manchadas de sangre”.
Después de ese día y medio o dos, María Laura fue llevada con la abuela materna y Laura trasladada a una celda “chiquita, con un colchón sucio en el piso”. Fue torturada en varias oportunidades para que dijera “dónde estaba Mario”, apuntó. En las sesiones de tortura recordó que había un médico “que tomaba el pulso y decía que debían y no debían hacer”, describió. Y también que la llegada de la Federal a la Comisaría era una señal de que “empezaban los interrogatorios”. Durante los primeros días vio a su cuñado, pero luego ya no. “A veces escuchaba su voz”, apuntó. Tras algunos días, fue trasladada al Pozo de Banfield en “la caja de un camión, a oscuras”.
Lo primero que vivió en el Pozo de Banfield fue un simulacro de fusilamiento. “Me bajaron allí, en una especie de parking que tenía esa brigada, me pusieron contra una pared y empecé a escuchar como se preparaban para fusilarme”, recordó. Luego la depositaron en una celda, en donde le habló “una persona que decía ser policía que estaba detenido por que no le gustaba lo que pasaba, pero después me dí cuenta de que estaba para controlar a quienes estabamos encerrados”. Allí permaneció 10 días.
Franchi fue trasladada a la cárcel de Olmos a principios de enero de 1975. “En una sala sota sucia, entre ratas”, en la cárcel de mujeres de Melchor Romero, en La Plata parió a Silvina a mediados del año siguiente. Permaneció con su beba allí. La amamantó y también amamantó a la legisladora porteña Alejandrina Barry, cuya mamá, Susana Mata, “se encontraba extremadamente débil”. En 1976, fue llevada a Devoto. Y años después, en plena dictadura, exiliada en Francia, donde tiempo después pudo reencontrarse con sus hijas. “París me recibió muy bien, pero no dejó de ser un castigo para mí”, concluyó.