El VAR es una gran herramienta. No hay ninguna duda. Les permite a los árbitros, como al uruguayo Esteban Ostojich, corregirse sobre la marcha y no pitar como penal el piletazo de Matías Suárez, que en un primer golpe de vista se pudo interpretar como falta de Alan cuando lo intentaba cruzar.
Con el VAR, por ejemplo, Nai Foino hubiese podido cobrar el adelantamiento de Roma a Delém en el Boca-River del '62, Diego Ceballos hubiese marcado fuera del área la falta en favor de Boca en aquel penal contra Central en la final de la Copa Argentina, o Mauro Vigliano le hubiese pedido disculpas a Fernando Gago por la expulsión y el penal contra River por una mano que en realidad había sido pecho. Ese es el espíritu con el que nació el VAR, y que tan buena impresión dejó en el Mundial 2018: evitar injusticias por errores arbitrales groseros.
Sin embargo, el gran problema del VAR es que se trata de una simple herramienta, que debe ser interpretada y utilizada por árbitros que, en el ámbito de la Conmebol, ni siquiera son los más idóneos en su rubro.
Tener el VAR en el fútbol es como si la justicia ordinaria dispusiera de un gran código civil y penal, aplicado por jueces adictos al lawfare. Como los magistrados que apelan a indicios insignificantes para reavivar causas contra opositores, el VAR se convirtió en un instrumento para los árbitros, que buscan (y encuentran) cualquier nimiedad para anular goles, cobrar penales y, sobre todo, avivar las sospechas de que los favorecidos son los más poderosos. Casi como la justicia ordinaria y, en términos relativos, con su misma lentitud, otro factor que complica el desarrollo del juego y hasta lo desnaturaliza.
Es cierto que en el gol anulado a Gonzalo Montiel a instancias del VAR, se puede argumentar que Rafael Borré estaba un paso adelantado cuando la pelota le rebota a Enzo Pérez, y le cae al colombiano. Pero es tan cierto como que la acción era tan intrascendente que nadie (ni los jugadores de Palmeiras) se percató, de que ese momento era el que se estaba revisando durante dos minutos de incertidumbre exasperante.
Ahí está la clave del gran problema del VAR: no es que encuentra errores para corregirlos, sino que directamente los busca. Entonces, el sistema se torna injusto si se busca más para unos que para otros. Incluso, el hincha toleraba más un error arbitral, “porque el juez decide en una milésima de segundo”, que una interpretación equivocada del VAR, “porque deciden quién tiene que ganar”.
Si hace diez años Julio Grondona avisaba que para sentirse seguro de un arbitraje era mas importante “conocer” a los jueces de línea que al árbitro principal, hoy está claro que, cómo diría el Viejo Viscacha, hay que hacerse amigo del juez del VAR. Y eso es lo peor que le puede pasar a la credibilidad del fútbol.