El último libro de poemas de Juano Villafañe no solamente da cuenta de una sostenida exploración poética que lo han llevado, además de obras Deconstrucción de la mañana, a juntar, a modo de coro, las voces entrañables de sus padres y la propia en Los Villafañe. Poesía familiar. De ese libro, publicado en 2012 hasta El corte argentino, puede verse algo así como una revisitación que anuda la circunstancia vital y la posibilidad escrituraria. “Saber perderse y encontrarse respondiendo al poder encantatorio de la poesía”, dice Luisa Valenzuela en uno de los prólogos. Exacta definición para un texto que mantiene su fidelidad a todo aquello que es rememoración actualizada por virtud de la palabra poética. En este sentido podría decirse que El corte argentino está estructurado en la reminiscencia, vale decir, no simplemente lo recordado, lo meramente traído a la conciencia, sino aquello que del pasado se hace presente, vuelve a vivirse a partir de algo que lo trae: un perfume, un sabor, un objeto, un paisaje.

Podría decirse entonces que de todo ello surge lo que nos ofrece este reciente libro cuya tapa muestra al niño Juano junto a un títere, obvia referencia a los artistas Javier su padre, el trashumante titiritero, y su compañera de artes, andanzas y afectos Elba Fábregas, a quienes ahora dedica este conjunto de poemas que define como resultante del diálogo incesante -de ahí el tópico de La Conversación, una de las partes del texto-, según el poema que lleva ese mismo título: ”la conversación es un estado del mundo por donde nos vamos/ … ¿Será la conversación un recuerdo o hay que abrir el parque y subirse con el agua?” 

Es destacable la presencia de imágenes que persisten a lo largo de un libro a la vez unitario, en cuanto a lo que lo define como proyecto poético, y vario: "muchos recovecos de la memoria, muchos matices de los recuerdos”; además hay un contraste entre los versos extensos en “El corte argentino”, “La conversación” y “Extendido familiar”, en contraste con los “Poemas breves”. Pero un tono similar siempre en pos de hacer presente y tangible un espacio-tiempo habitado por un sujeto que tanto evoca la vida familiar como la relación amorosa en varios de los poemas donde hay una evanescente figura femenina añorada, apelada.

La búsqueda del tiempo perdido anima la exploración de algo que se cifra en una abarcativa palabra: “mundo”. No son pocos los versos en que se lo nombra, pero lejos de ser una especie de concepto vago o abstracto más bien es un magma poblado de seres y cosas que se muestran concretas, particulares, cargadas de sentidos. Los versos, largos, pausados en un ritmo calmo, reflexivo, condicen con la referencia a los elementos naturales y culturales, que ahí están concatenados, el río, el teatro, el jardín, o sea todo lo que en definitiva integra una visión del “mundo” percibido simultáneamente como totalidad y particularidad: “Todos miran el mundo, la casa y el teatro”, “Imágenes extendidas”.

Episodios cotidianos se enlazan con reflexiones y preguntas desplegando y alumbrando lo íntimo y marcando la dimensión de lo ido: “¿Cuánto era lo perdido”/ ¿Cómo hicimos para que el teatro se fuera por el río? (“Yo guardé pocas cosas de mi madre”). Sin embargo la palabra queda, como “algunos objetos llenos de fuego unidos al oriente de lo pintado en oro”. Y se recorta sobre el silencio que surge asociado a la posibilidad de nombrar también la ausencia: “Ya nada quedaba del río/ Ni su orilla, ni el ruido final de su propio silencio” (“En la casa no eran menores las orillas que los bordes”). El silencio es entonces conciencia de los límites y de la finitud. Parte también del mundo nombrado.

En todo este verdadero retablo, la cuarta parte, “Extendido familiar /Algunos recuerdos” tiene algo de autobiografía: “Mi casa era un gran teatro renacentista donde se cultivaban todas las artes y las letras… La vida artística familiar me relacionó con este mundo tan bello… Los encuentros con los amigos de mis padres se realizaban en mi casa de infancia y en mi casa materna”, dice Juano para hablar de varias de esas amistades parentales también en clave de conversación: “coloquios de la memoria”. Antes del poema que le dedica a cada uno, aparece, a modo de presentación, la circunstancia de la reunión o reuniones, los ambientes, hechos y rasgos de cada uno tamizados por la huella que dejaron en el poeta. Estos verdaderos homenajes a figuras centrales de la cultura latinoamericana no están escritos como apologías ni en tono grandilocuente, al contrario, lo que aparece en cada uno es lo preciso del encuentro a través de las palabras e imágenes que suscitó. El primero es Pablo Neruda en Isla Negra, el poema asume la voz de Neruda hablándole al niño Juano al que bautizó con vino “para que escribiera poesía”. Luego, compatriota de Juano y secretario de Neruda, Jorge Enrique Adoum lleva a la evocación del “Ecuador eterno”. O con Elvio Romero surge el casi permanente exilio del Paraguay. Al recordar a Leda Valladares y a Emilio Pettoruti, los vincula con su madre. Sendos poemas, en consonancia con las figuras, aluden el primero a la música y el segundo a la pintura. Al mencionar al poeta Enrique Molina suma recuerdos donde aparecen otros como Edgar Bayley, los hermanos Castilla y una convivencia teñida de surrealismo donde “Todos creían el sueño del otro”. Mario Jorge De Lellis tiene que ver con la experiencia del Taller Literario al que Juano asistiera, otro tiempo: algunos de los integrantes son desaparecidos, a diferencia de Mario “Pepe” Quintana, quien logró sobrevivir al secuestro dictatorial. Otra de las presencias impactantes es la de Violeta Parra y la pena en “Violeta ausente”. Poesía y canción también caracterizan los encuentros con María Elena Walsh o Hamlet Lima Quintana. La lista es extensa: teatristas Luis Diego Pedreira), titiriteros (Ariel Bufano), artistas plásticos (Vicente Marotta), narradores (Miguel Angel Asturias, Enrique Wernicke).

En resumen, el libro logra su propósito: trasponer la palabra hablada a la palabra poética, hacer un arte de la conversación.

 

>Poemas y semblanzas de El corte argentino de Juano Villafañe

VIOLETA PARRA

En 1954 Violeta me cantaba en Chile siendo yo un niño. Cuando se organizó un viaje para ir a Varsovia en 1962 en una de las despedidas a las delegaciones latinoamericanas nos cantó bajo el sauce de la quinta que Mario "Pepe" Quintana tenía en Olivos. Mi madre la visitaba en Chile cuando viajaba a Santiago a hacer unas cursos de dibujo y pintura. Elba Fábregas fue también muy amiga de Delia Del Carril, cuando ella exponía en Buenos Aires nos presentaba unos bellos y enormes caballos que dibujaba. Mis padres siempre estuvieron muy vinculados a la vida artística y cultural chilena. Mi hermano Emilio nació en Santiago de Chile en 1955. Y Violeta Parra fue como ese mito viviente que lo irradiaba todo. Escucharla fue mágico y tierno a la vez. Cuando Violeta se suicidó mi madre armó unos tapices con arpilleras donde prendió unas velitas para despedirla.

VIOLETA AUSENTE

No hay río Ñuble, ni patria de los aserraderos

Ni los cantos de los circos, los bares o los botes del puerto

Ni una carpa de piedras extendida en los caballos

Ni la última pasión ni la primera

Ni una Reina para que todo se vea

Ni la desesperación con tanta claridad

Porque yo no me muero por amor ni me suicido

Ridícula es la escena abandonada

En que te fui a buscar asolada por el cielo

Lo dije antes

Ha de ser por la falta

No tuve nada. Lo di todo. Quise dar, no encontré quien recibiera

Hay que buscar más en otras cosas

En los miles de globos que cubrieron los cielos de La Reina

En la carpa desesperada de un circo extraordinario

En un parque antiguo como La Quintrala donde estaban tus manos y tus telas

Y arpilleras en las salas del Museo del Louvre de París

Y en la pieza de adobe

Y el fogón, el brasero y el trono de una bailarina Jardinera

Y las calles de arriba para amarrar el alma

Antes que el vendaval levante los telones

Incline tu carpa en el barrial de las cuecas humildes

Para que no te sostengas más con esta lluvia

Ni con tu circo que deambula por el mundo

Porque de qué te vas a despedir querida mía

Si todo ya se ha ido por tu cuerpo

Recostada tan sola te apoyo en mi guitarra

Nadie te hizo morir aunque todo se daba

En un rincón con silla con la mano en mi copa

Tus hermanos caminan por las flores del campo

Pueblo todo al fin

Porque cantabas

Adolescente belleza desde que dice gracias

Para vivir de nuevo

Y que te irás a la noche menos triste que ahora

Con un tiro de corte en la sangre que sea

Con aquella carta que cayó de tus piernas.

   

MARÍA ELENA WALSH

En el año 1945, a los 15 años, María Elena Walsh publicó su primer poema en la revista El Hogar titulado "Elegía", ilustrado por su compañera de estudios Elba Fábregas. Cuando contaba con 17 años, sufre la muerte de su padre y publica su primer libro, un poemario titulado Otoño imperdonable. Mi madre y María Elena Walsh estudiaron juntas en Bellas Artes y fueron muy amigas.Elba Fábregas era unos años mayor que ella. Cuando era niño, a principios de los años 60, tuve la suerte de ver muchas veces con mi madre Canciones para mirar. Fue un espectáculo que María Elena hacía junto a Leda Valladares en el Teatro Municipal General San Martín y que fue un gran éxito. María Elena pasó una vez por el Centro Cultural de la Cooperación para visitarme, habíamos pensado hacer un espectáculo con una obra de ella. Me recordó algunas cosas que habían vivido con mi madre y aquella primera ilustración que apareció en la revista El Hogar. Me habló con profundo agradecimiento, y recordó especialmente su trabajo poético y artístico durante su juventud.

EL OTOÑO PERDIDO

Oh, qué habrá ahora del otoño

Cuando tu sangre era tan triste

Y cómo se parte la mañana de nuevo

Sobre el frío que vieron tus hojas

En el silencio florecido de tu muerte

Pérdida interminable como si fuera un canto

La señorita final de la estación eterna

Nacida para ser breve como la niña inglesa

Con la tarde al oeste con balada de ángel

Porque me humilla la eternidad sagrada

Del otoño sin parque de mi primer amante

Por eso estoy a solas y parece que canto

Como sale un juglar invadiendo la calle

Que se mira de un fondo asomado a la noche

Con un enorme grito que te pedí de joven

Para que todo me dieras y que me dieras todo

Al pasear por aquélla en los pájaros rotos

En la llovizna siempre de una rosa vestida

Porque era la edad en sed y el vaso en la bebida

De aquellos países que ahora ya se han muerto

Con el mar en la belleza final de ahora ir a buscarte

A buscarte en otoño con el amor de una lluvia

Que te trajo de nuevo imperdonable y muy cierta

Y que todo lo dicho es tan claro en el brillo

Que he hablado todo aun sin los espejos

Con las hojas que caen a morirse conmigo

Para ser tan exacta en la estación eterna

En mis muros de sed, en los puentes del siglo

Y para eso canto para todos ustedes

En la feliz memoria de una gran belleza

Con un otoño en sangre, con la lluvia desierta.