Milagro Sala no está sola. Ella no es la única presa política del gobierno de Mauricio Macri: también lo están “la Shakira, la Claudia, la Gladys…”. Así nos lo recuerda Pachila, detenida y presa junto a Milagro durante 9 meses, integrante de una Túpac que sigue fuerte pese a los embates del poder ejecutivo nacional y provincial.

Estuvimos varias horas el sábado 8 de abril frente al penal de Alto Comedero. Buena parte de los que viajamos en la comitiva que asistió al Plenario Universitario por los Derechos humanos colamos nuestras voces a través de la radio abierta que se montó con premura ruta de por medio. Como nos contó Eva Mieri, una de las compañeras de La Cámpora que pudo ingresar al penal junto a Glenn Postolski, Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Milagro charlaba animadamente, rodeada de sus hijos y nietos. Contaba de los inicios de la Tupac, de su insistencia para que los chicos estudien. Las fotos la muestran riendo, sin bajar los brazos. Pero le bastaba advertir que alguien tomaba el micrófono para dirigirle la palabra por detrás del alambrado que la separa del mundo de los libres, para que la charla se detuviese. Entonces prestaba atención, se sonreía, se emocionaba. Nosotros también. Estábamos roncos y seguíamos cantando.

Hay signos evidentes de abandono en el barrio Alto Comedero, ubicado a 10 kilómetros de San Salvador de Jujuy, en el “Cantri”, como reza el cartel de bienvenida. Parodia de las urbanizaciones cerradas que se hacen para los ricos, las 6000 casas construidas allí albergan a miles de jujeños de bajos recursos. El barrio concentra todas las actividades que se llevan a cabo en un country tradicional: comer, dormir, divertirse, educarse, ir de compras. Los muñecos que se desparraman por el parque acuático también son paródicos: allí está el dinosaurio y las focas que flanquean una pileta inmensa hoy vacía, porque si los jujeños pobres no pueden ir a Mar del Plata, que sea Mar del Plata la que venga a ellos.  

Por entre los vidrios rotos de la ventana, el desmantelamiento de lo que fuera el centro de salud acusa desidia e intento encarnizado de doblegar, de enfatizar la voluntad de destrucción, de tornarla obscena. Lo mismo la guardería, que funciona a la mitad de su capacidad, o el centro textil, repleto aún de máquinas de coser y del que hoy se ocupan apenas 5 personas que no cobran un cobre cuando supieron ser unas 200. La fábrica de bloques de hormigón y adoquines está detenida, la metalúrgica y la de muebles de caño también. Esas fábricas fueron construidas enteramente por la organización en un territorio impensado como polo productivo local. Como nos cuenta Pachila, los oficios se fueron aprendiendo a partir de la enseñanza mutua. El trabajo era rotativo, se podía estar tanto en la escuela como en el obrador. Espacios de práctica pedagógica colectiva, tanto la fábrica como la escuela o el taller fueron ámbitos de realización laboral y de aprendizaje político.

Modos alternativos al automatismo de la tarea fabril y obrera permitieron que esos trabajadores, varones y mujeres, no sólo tomasen herramientas sino también la palabra. Por eso ahora pueden componer relatos plenos. Desde quien fuera vendedora ambulante hasta la simple ama de casa, desde el peón hasta el changuero, un sentido fuerte de la existencia enlaza las palabras, las articula sin libretos. Tiempo-espacio de integración social, de relación con otros, en el que se fueron conformando vínculos sociales y de identificación más allá de la satisfacción de las necesidades individuales inmediatas y urgentes. Se nota que el trabajo sobre la propia autoestima ha sido fuerte. Si en el Plenario Universitario por los Derechos Humanos Raúl Moro pudo expresar, frente a un auditorio repleto, que el gran trabajo que queda por delante es el de la subjetividad, lo que estos testimonios expresan es que ése es el rumbo: el del fortalecimiento del lazo social, el de una vida alternativa al consumo individualista. Consumo que es –lo sabemos más allá de esta experiencia local– el límite de toda experiencia populista. La cultura del bienestar parece conspirar contra una ética de la alteridad.

Las escuelas primaria y secundaria Bartolina Sisa y Olga Arédez fundadas por la Túpac –una en Alto Comedero, la otra en pleno centro de San Salvador– aún siguen funcionando, pero han pasado a poder provincial. Muchas de las tecnicaturas han variado. La falta de insumos básicos y el cierre de los comedores generan desazón entre las maestras y maestros que siguen conteniendo a los más chicos. Ellas mismas sacan de su bolsillo para atender lo más urgente. El desempleo ha crecido considerablemente entre los habitantes del barrio. Con la luminaria destruida, han vuelto las sombras, amparo de la delincuencia y la drogadicción. Milagro había logrado que desapareciesen a fuerza de arengar a los jóvenes para que estudien, de instarlos a trabajar en la construcción del barrio. Milagro la luz que en terreno yermo hace brotar juntos semillas y amanecer.

El feminismo es fuerte en la Túpac. No es declamación ni victimismo. Las mujeres que quedaron son mayoría, son las que toman la palabra, las que le ponen voz a lo realizado, las que quedan para contarlo y también para seguir. Le reconocen a Milagro haberles devuelto la dignidad, haber podido valorar su propia fuerza, su capacidad para levantar paredes, para dirigir obras. El liderazgo de una mujer indígena y el reconocimiento de identidades sexuales diversas invierten los esquemas del patriarcado tradicional. No se limita a las mujeres a un ignoto papel de custodias de la vida doméstica, sino que se les confía el trabajo hombro a hombro, habitualmente reservado al hombre. Son mujeres que sacan fuerzas vaya a saber de dónde, a quienes el evidente desamparo por la prisión de su líder, cuya vacancia por ahora nadie está en condiciones de suplir, no logra desaminar. Están fuertes. Y a medida que avanza la campaña de demonización, más se profundiza el deseo de conocer lo que este “Estado paralelo”, que ha sabido desafiar a los poderes fácticos, logró en Jujuy. Por eso seguiremos yendo al Cantri. Aunque nos esperen 26 horas de ruta con sus campos sojeros condenados a la infertilidad.

La peregrinación a la prisión de Milagro marca, como un presagio maldito para los poderosos, el tono de lo que vendrá. A pura pérdida de tiempo y dinero, las horas de micro se transmutan como por milagro. Todo se comparte, desde la intimidad hasta los bizcochitos de grasa; entre mate y mate se discute, se conversa, se revisan las prácticas políticas y docentes, se traza un programa, se perfila una tarea. Y todo apunta a esta india negra y pobre que hoy está escribiendo una historia posible y anticipando el mito. “Ahora es cuando”, reza una pintada en una de las paredes del barrio. Ahora es cuando esta mujer nos muestra un atajo posible, el barrunto de otra historia. Su injusto e ilegal encarcelamiento promete replicar aún más la experiencia de una comunidad que, aunque herida, asegura una reserva de sentido sustraída con enjundia de todo intento de aniquilamiento. Nos queda la Milagro saludando con los brazos abiertos, conteniéndonos. Ella, que está presa, nos levanta. Nos quedan sus compañeras leales, que derrumban nuestra ingenua pretensión de universitarios de enseñar algo en Jujuy porque, en verdad, lo que nos queda es seguir aprendiendo, pensando y militando. Nos queda la convivencia de unos pocos días junto a otros compañeros a los que no les importó dormir en el suelo. Nos quedan los cantos y las palabras afectuosas que se soltaron como pájaros en el aire y que demostraron que no hay muro suficiente alto como para aislar a alguien del amor de una comunidad, o para aniquilar con armas o con miedo la potencia de una líder que, aunque endurecida, nunca dejó de lado la ternura. 

* Prof. inv. UBA-FSOC.