Ensayo y error

 

Por Daniela Ottolenghi *

Distintos educadores, filósofos y sociólogos hace tiempo que han señalado que la escuela está en decadencia. Su sistema educativo, metodología, infraestructura, reglamentos y su división en disciplinas parecen ser los principales problemas que atraviesa la institución. La expansión de la tecnología a ámbitos y prácticas antes impensadas están desafiando el concepto de educación. Los cambios que produce la tecnología no son simplemente mayor cantidad y variedad de dispositivos o menor atención de los alumnos en las actividades escolares, lo que está modificándose es la manera de comunicar, de vincularse, de comprender y, por lo tanto, hay que revisar las prácticas de enseñanza y aprendizaje.

En la Argentina ya son históricos los desacuerdos entre los gremios docentes y los representantes políticos sobre las paritarias, todos los años se critica a los primeros por reclamar un mejor salario y “dejar a los chicos sin clases”. Parece ser que el gremio docente no tiene permitido hablar de salario, tal vez porque se cree que la vocación llena los bolsillos a fin de mes. ¿Acaso se les enrostran a otros sectores sus pretensiones salariales?

A la luz de los últimos acontecimientos relacionados con la educación, es decir, los conflictos por la paritaria docente, los paros, las amenazas al representante gremial Roberto Baradel, los falsos “voluntarios” generados por el callcenter PRO, la represión, parece necesario prestarle atención a las características que promueve el proyecto oficial de Nueva Escuela Secundaria.

Se le endilgan muchas tareas y responsabilidades sociales y culturales a la escuela, pero ¿qué se le ofrece a cambio? La cuestión es, entonces, si la reforma vino a romper con esa situación de retroceso y desactualización o si está mostrando una arista más de una administración que permanentemente gobierna a base de ensayo y error.

La escuela debe ser “formadora” de “personas responsables”, pero también del aprendizaje autónomo, de la creatividad y del pensamiento crítico. En diciembre de 2016, el filósofo Alejandro Rozitchner, intelectual ligado a Cambiemos, el cual brinda cursos de “entusiasmo y alegría”, declaró que el pensamiento crítico era un valor negativo para los chicos. A cambio, sugiere incorporar la creatividad, el deseo, el entusiasmo y la comprensión como valores positivos dentro del ámbito escolar. El filósofo asume que el pensamiento crítico equivale a hacer una crítica negativa de la realidad y de los eventos que en ella suceden. Lo que omite es que para comprender es fundamental poder interpretar los hechos y su proceso en su contexto de producción, para poder hacer un juicio sobre ellos. Hace tiempo que la escuela había superado pensar la transferencia del conocimiento como si fuéramos una tábula rasa, pero los protagonistas del PRO parecen querer retomar concepciones arcaicas sobre la enseñanza. El jefe de Gabinete, Marcos Peña, también manifestó que pensar críticamente era “peligroso” para el país, poniendo por encima características como el entusiasmo y el optimismo. Como si fuera poco, la Nueva Escuela Secundaria enuncia que se busca lograr “ciudadanos responsables” que hagan “una contribución positiva a la sociedad”. Este concepto de lo “positivo” estuvo en boca del oficialismo, sobre todo de Mauricio Macri, más de una vez. Esto muestra un vaciamiento de contenido y significación alarmante. Eso es peligroso, solamente buscar ciudadanos felices, que no cuestionen los mandatos de sus gobernantes y acepten con resignación –y una sonrisa– lo que les toca.

La escuela debe ser “participativa y democrática” ya que tiene que facilitar las organizaciones de estudiantes y dejar que estos se manifiesten. Sin embargo, ¿cuántas veces, ante el reclamo justo de los alumnos por las malas condiciones edilicias, el entonces ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires salió a combatirlos? En 2012 cuando más de treinta establecimientos educativos fueron tomados, Esteban Bullrich declaró que las tomas eran alentadas por gremios vinculados al kirchnerismo y que debía intervenir la Justicia, desestimando y desvalorizando sus requerimientos, asociándolos a partidos políticos opositores. 

En conclusión, los hechos actuales están vinculados a la concepción de la educación que tienen tanto el ministro de Educación de la Nación como el equipo al que pertenece. No hay una clara relación entre aquello que se promueve y aquello que se lleva a cabo, son propuestas contradictorias que no se sostienen ni en los dichos públicos ni en las acciones. La educación es un terreno más en el que se manifiestan los errores “involuntarios” del Gobierno, que ya parecen ser parte de su identidad.

 

* Licenciada y profesora en Letras por la UBA, magister en Comunicación y Creación Cultural.


Un límite sin retorno

Por Mónica A. Costas *

La travesía de los docentes argentinos en reclamo de lo que ni siquiera debería ameritar una solicitud, tratándose del cumplimiento de la Ley Nacional de Educación, culminó con represión. Un hecho demencial solo imaginable en los actos de seres irracionales y temerarios como los delincuentes comunes que evaden la ley con violencia... Eso ocurrió la noche lluviosa del 9 de abril cuando se intentaba armar una escuela pública itinerante, como medida de lucha pacífica alternativa a paros y cortes de calles. Los hechos plasmados en imágenes, videos y testimonios que sacudieron algunos medios y redes sociales son el remate de una secuencia de violencia que se viene sucediendo por parte del Gobierno, en simultáneo a una crisis económica e institucional que se agudiza y a una promesa de inversiones que toma forma de mito o cuestión de fe.

Bajo las órdenes de un gobierno elegido en pleno ejercicio democrático, una gran parte de la sociedad se ve sumergida en una profunda tristeza y espanto. La voracidad de un modelo socioeconómico obsoleto, letal  y resucitado, que se impone a golpes sobre todo el que reclame, atacó a los docentes. Sí, a los maestros de nuestros hijos. Aquellos que en otras generaciones fueran símbolo de respeto, autoridad y afecto, hoy devaluados y humillados por debajo de la línea de pobreza.

La impotencia y resentimiento del mediocre que ignora la razón, el honor y la moral lo vuelven un arma letal. La escena de esa noche nefasta podría resumirse en el intento infame de destruir cultura y educación a palos.  Una masa de docentes desarmados, sin máscaras, sin palos, sin banderas más que la argentina, encarnados en un discurso de Baradel que intentaba comunicarse con otra masa de hombres armados, con botas, uniformes y escudos, castigando sin piedad, dignidad o vergüenza.

Si alguna clase de absurdo hizo suponer que acaso es posible construir un marco democrático donde los docentes pueden ser impunemente apaleados, valdría la pena preguntarnos qué clase de educación se les infunde a nuestros hijos cuando otros adultos que se supone arbitran los medios para educarlos castigan a golpes a sus maestros. Se ha cruzado un límite sin retorno. Una gran parte de la sociedad, incluyendo muchos niños, tuvieron que ver a su maestro golpeado en el piso, gritando, esposado, arrastrado o llorando. Escenas imborrables en la mente de muchos. Educación violenta de nuestros niños, invasión promiscua de nuestros derechos como padres.

El Gobierno y los medios que se ocuparon de disfrazar lo acontecido, desvirtuando los hechos hacia un aparente incumplimiento administrativo-burocrático de autorizaciones, por el cual la policía debió desalojar a “los gremialistas”, solo dictan su propia condena moral. Los relatos, opiniones e imágenes de los sucesos de la noche del 9 de abril quedaron registrados en todas sus formas y en la memoria de muchos, probablemente, como un enorme zapato pisando millones de tizas que resisten a destruirse bajo la lluvia y los golpes desplegados con saña embriagada en gas pimienta. 

El sostén más importante de este modelo es el fraccionamiento y la polarización. La falta de argumentos, bandera y logros requiere enemigos. Un trabajo continuo con un apoyo mediático de excelencia practicado durante una década tuvo sus méritos. Se demonizó un modelo absolutamente antagónico al actual a través de la denigración de sus líderes. La experiencia fue positiva y continúa. Hoy se banalizan los reclamos desviando la atención hacia la demonización de los líderes sindicales o la identificación de los actos y eventos con la letra K. 

Una buena parte de la sociedad ya no acepta palos y exige el tan sobrevaluado sinceramiento. El pueblo espera que toda esa gente pase al frente y dé lección ante los docentes que han apaleado y demuestren cuánto saben de democracia y al menos algunos artículos de la Constitución. 

* Investigadora del Conicet, Laboratorio de Biología Molecular y Apoptosis, Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari.