Entre la primera y la segunda sesión de lo que terminaría siendo su primer proyecto juntos pasó casi un año, pero durante todo ese tiempo Paulo y Sano se llamaban seguido, una o dos veces por semana. Cada vez que hablaban --uno desde el centro de Ginebra, el otro en las afueras de Barcelona--, los dos músicos colombianos perdidos en Europa se saludaban de la misma manera, casi sin pensarlo. “¿Cómo estás? ¿Cómo te va?”, preguntaba Sano. Y su colega contestaba, invariablemente: “Pues huevón: contento”. Una y otra vez. Hasta que una noche, después de escucharse decir lo mismo de siempre, se empezaron a matar de risa. Supieron entonces que ése iba a ser el nombre de lo que estaba apenas naciendo entre ambos: Contento. Cuatro años después de aquella revelación, cuando los hipnóticos y entusiastas ocho temas de Lo bueno está aquí, el sorprendente debut del dúo, confirman con creces aquel bautismo al poner una sonrisa en el rostro de cualquiera que los escuche, el caleño Paulo Olarte desde su hogar suizo sigue celebrando aquel hallazgo. “Porque tenía y tiene que ver con lo que siempre dijimos de nuestra música y nuestra actitud, que es salsa-punk con mensaje positivo”.

Lo de la salsa queda claro inmediatamente apenas se los escucha, ya que suenan en un viaje percusivo y lleno de ritmo: aunque ellos sean sólo dos lo mueven y lo ocupan todo, con aire de orquesta nu-yorikan, o directamente de Discos Fuentes, el gran sello clásico de la mejor salsa colombiana. Pero lo del punk más que pogo, crestas o escupitajos viene por la actitud de hacelo-vos-mismo de su trabajo, bien crudo y decidido, y que construyen con lo que tienen a mano, ya sea una guacharaca, una campana o una lata oxidada con la que hacer percusión. Desde Cisneros, un pueblito en las afueras de Medellín, donde se instaló luego de abandonar el hogar catalán en el que se grabó parte del álbum de Contento, Sano asegura haber aprendido a tocar el piano como sea, incluso de la manera tan limitada con la que se califica, sólo para poder tocar la música de sus sueños. “Cuando crezca voy a ser salsero, eso era lo que decía de niño”, confiesa.

Sin embargo, tanto él como Paulo cambiaron incialmente Colombia por Europa no justamente por la salsa sino para hacer música electrónica y ganarse la vida como DJs. “Si bien sabíamos uno de la existencia del otro, y hasta habíamos intercambiado algún mensaje, la primera vez que nos vimos cara a cara fue en Berlín, en el 2011, en un concierto nada menos que de Eddie Palmieri”, recuerda Sano. “Paulo formaba parte de una elite de DJs a la que yo no podía acercarme, y yo estaba en la ciudad para grabar mi primer EP como músico electrónico”. Todo parecía empezar para Sano, mientras que para Olarte estaba terminando: “Un año antes había nacido mi primera hija, y me estaba replanteando todo: no quería más viajes en avión ni noches solitarias en un hotel”. Parte de una familia de músicos, Paulo había estudiado música formalmente pero terminó dejándolo, no sin antes aprender a tocar bajo y también piano. Punk y metalero durante su adolescencia, pero también salsero por caleño, la ruta de su generación lo llevó por la electrónica hasta que, lejos de casa, se terminó entregando --como un porteño al tango-- a la música de su ciudad.

Desde aquella vez que se cruzaron en Berlín con Palmieri como excusa hasta que empezaron realmente a hacer algo juntos, Paulo y Sano comenzaron varios proyectos que anticiparon el rumbo que iban a tomar. “Siempre quise tocar en un grupo, pero cada vez que me juntaba me terminaba yendo enojado porque alguien perdía media hora con alguna perillita”, se ríe Olarte, que por ejemplo formó Tessa, un dúo con un musico electrónico alemán, donde se arrimó un poco a la idea de tocar de verdad. También sacó un disco para Galáctica Records, onda latin tecno, en el que canta durante todo el disco, algo raro para la música electrónica. La sangre iba tirando. Sano, mientras tanto, se había sumado a Ríonegro, un proyecto con Matías Aguayo y Gregorio Gómez, con el que buscaron acercarse a los sonidos tropicales. “Fui más un oído y un creativo acompañando las grabaciones”, reconoce. “Por suerte ahora pude dar vuelta la cosa, pero es verdad que sin Ríonegro tal vez nunca hubiese aterrizado en Contento. También había más recursos humanos, tecnicos y de presupuesto. ¡Esto es más punk!”, se ríe Sano, que fue quien puso sobre la mesa casi sin darse cuenta los primeros temas del dúo.

“La primera vez que nos juntamos en Ginebra, después de pasarnos una semana conociéndonos, el último día antes que se volviese a Barcelona fuimos al estudio”, recuerda Paulo. “Hablábamos de nuestra familia, de que los dos teníamos hermanas, y me dijo que la suya se llamaba Susana. Ahí se me ocurrió que podíamos hacer algo así como un cover del tema de Fausto”. Esa misma tarde grabaron “Loco por tu amor”, y supieron que tenían grupo, aunque aún no tenían el nombre. “La siguiente vez, ya en Barcelona, no nos decidíamos qué hacer hasta que le pregunté: ¿cuál era tu tema preferido cuando tenías 15 años? Sin dudarlo ni un segundo me contestó: ‘Black Dog’, de Led Zeppelin. Lo hicimos y a partir de ahí no pararon de salirnos temas propios”.

Así como sus integrantes encontraron el camino hacia lo que sería su grupo a partir de los covers, lo mismo le puede pasar a un oyente desprevenido. “Pelo negro”, su particular versión de “Black Dog”, bien puede ser el camino de entrada a Contento, pero lo que descubrirá después es un disfrute de percusión, cuelgue, entusiasmo. “Todo lo hicimos bien puestos, y creo que se nota”, confiesa Olarte, que ha multiplicado sus esfuerzos musicales y tiene un dúo con su hermana --la que vive en Berlín-- llamado Acid Coco, y forma parte de algunos proyectos más: La Jungla, Jaguar y El Dragón Criollo, que ya tiene un simple dando vueltas. “Creo que se siente el gusto con el que grabamos las canciones”, calcula Sano, que ha dejado la música, salvo Contento, y se dedica a llevar adelante un proyecto de permacultura, pasando todo su tiempo con plantas y animales. “Era una idea romántica para ambos y lograr traerlo a la vida fue muy divertido y liberador”, asegura uno de estos dos colombianos que suenan como una orquesta de salsa aunque jamás hayan tocado su nueva música en vivo. “Necesitaríamos ser al menos cuatro”, precisa Paulo que confía --pandemia mediante-- en que ya sucederá. Mientras tanto, pues huevón: Contento.