La ama de casa debe improvisar una cena puesto que dos invitados cayeron sin aviso. El marido hace malabares para que su jefe y la esposa de aquel no descubran la batahola que sucede en la otra parte del hogar. Entre tropiezos y malos entendidos, alguien abre las ventanas que conecta el living con la cocina. Las ollas, el pollo y demás utensilios vuelan embrujados por esa típica residencia de los suburbios. El gag se remata con el marido cantando “Yakety Yak” de The Coasters. Ha pasado más de la mitad del piloto de WandaVision (estreno del viernes por Disney +) y no hay atisbo alguno del llamado Universo Cinematográfico Marvel (MCU) excepto por ese efecto especial deslumbrante. Hasta que llegue la cena, y por algunos segundos, se abandone el formato de una sitcom estricta para convertirse en algo más cerca de La dimensión desconocida.
El resto es una trasmisión en blanco y negro, comedia inocente y chistes sobre una pareja de recién casados tratando de resolver los avatares de los idílicos fifties. Aunque para Wanda Maximoff (Elizabeth Olsen) y Vision (Paul Bettany) hay algo en este corset de risas grabadas, decorado fijo y cuestiones domésticas que no encaja. El punto es que ninguno de los dos parece recordar o estar al tanto de lo que hacen ahí. Esa es una de las grandes preguntas que rodea a WandaVision, mezcla de homenaje a uno de los géneros más reconocibles de la tevé y spinoff de la saga cinematográfica Avengers.
En la gran pantalla, el romance de ambos había sido trágico y pesado, todo lo contrario al carácter más superficial e inocente que –en apariencia- se explora en esta producción. Una parte importante de la trama es lo que hacen para mantener sus secretos bajo llave. ¿Cuáles? Que ella, también conocida como Bruja Escarlata, es una mutante con algunas habilidades desconcertantes –telekinesis, telepatía, y crear planos de existencia alternativos-. Y que él es una creación artificial –un sentizoide para ser más estrictos- que además de cualidades robóticas y sensibilidad humana puede atravesar campos energéticos. Claramente no son Lucy y Ricky Ricardo. Se trata de una apuesta bastante radical teniendo en cuenta que el superhéroe murió cuando Thanos le quitó la gema que llevaba en la frente. ¿Qué hace entonces aquí? Segundo gran enigma a responder.
Por otro lado, la serie (compuesta por nueve episodios, por ahora solo estarán disponibles los dos primeros) es un producto trascendental para la usina marvelita por dos razones. Implica el inicio de la llamada fase 4 del MCU junto con su desembarco formal en Disney +. Este nuevo batallón será otro de los platos fuertes de la plataforma de VOD, y WandaVision contiene varias conexiones, cameos, presentaciones y trampolines para lo que se verá en los próximos años. En este primer semestre de 2021 se estrenarán otras dos entregas vinculadas a esta franquicia audiovisual: Falcon y el Soldado del Invierno (19 de marzo) y Loki (mayo). Todas tienen como protagonistas a secundarios de lo que significó la supernova (o agujero negro) de la saga Avengers.
Yendo a esta apuesta, lo que más sorprende es la carcasa visual, narrativa y temática. Por lo pronto no hay villanos a la vista, el mayor conflicto es que no descubran sus poderes y todo exuda esa existencia macchiettada y febril de la comedia de enredos. Los modismos de Vision emulan a los de Dick Van Dyke y esta Wanda llena de tics recuerda a la protagonista de Hechizada. ¿Y si ser superhéroe es otro tipo de macchietta? De la colisión entre esa estructura diagramada, completamente antagónica a los problemas de un salvador del universo, es donde WandaVision encuentra su fuerza, diferencial y gracia –por momentos-. A eso se suman las aperturas, los inserts de falsas publicidades con referencias a otros personajes de Marvel y los personajes secundarios que parecen saber más de lo que dicen.
Esta realidad tiene pequeñas fisuras y hacia el tercer episodio se vuelve evidente que (spoiler) estamos viendo ante la perspectiva de la mitad de la pareja: su auténtica ilusión televisada. Y hay alguien o algo del otro lado tratando de incursionar y romper la burbuja catódica. Un poco como en Truman Show (Peter Weir, 1998) y bastante como en esa gema cinematográfica llamada Amor a colores (Gary Ross, 1999) que imaginaba a dos adolescentes de finales del siglo XX atrapados en un programa de los ’50. La aparición del color como ruptura a la monocromía le debe mucho aquella alegoría de la sociedad norteamericana. Aquí, sin embargo, no hay sátira sino a una caricatura estetizada, un viaje de nostalgia y metamensajes que los seguidores de Marvel sabrán disfrutar.
Despampanante más que rupturista, WandaVision confía en el poder de sus mensajes encriptados disfrazándolos de inocencia y falso candor. “Para nosotros fue muy importante dejar en claro desde el principio que no estábamos haciendo una parodia de las sitcoms. Estudiamos el tono y el estilo en cada una de las épocas. Queríamos asegurarnos de que los actores supieran exactamente cómo actuar en esos estilos diferentes. Así que hicimos una especie de campo de entrenamiento de sitcoms con el elenco antes de comenzar. Miramos episodios viejos de diferentes estilos para entender la actitud física y el sonido de cada época”, explicó el director Matt Shakman.
Ahí otro de los elementos más encantadores de la creación de Jac Schaeffer (guionista de Capitana Marvel y de la inédita Viuda Negra). Las vivencias de la dupla no están encarceladas en una sitcom de la primera era dorada de la TV, sino que el envase irá amoldándose a la estética y el tono que le imprimieron al género el paso de los años (La familia Brady, Lazos familiares, Friends y Parks & Recreations). Quizás WandaVision reserve alguna otra sorpresa y se cuele también en las transmisiones deportivas de las copas de esta parte del continente. O quizás ya lo esté haciendo.