La imagen de Jake Angeli, con su gorro de piel con cuernos, su cara pintada de rojo, azul y blanco, y su torso tatuado, no fue casualmente la más difundida del intento de copamiento del Capitolio por parte de miembros de Qanon, uno de los grupos que alimentó y fogoneó el odio trumpista.
Hubo debate sobre a qué remitían los símbolos elegidos por esos descentrados cuya irrupción violenta provocó cuatro muertos. Este último número, cuatro, es el primer dato a destacar, porque los asaltantes eran blancos supremacistas. Si hubieran sido los negros que Trump estuvo instando a aplastar en todas las protestas que se vinieron desatando en los últimos años, después de cada asesinato a mansalva de ciudadanos negros por parte de la policía, los hubieran matado a todos.
Mucha gente aventuraba si esos supremacistas habían elegido evocar a Daniel Boone, si apelaban a disfraces para ser “neo-originarios”, si tomaban símbolos vikingos para adelantarse incluso a la primera colonización. Entre los disfrazados, posaban también los que llevaban remeras que decían que “6 millones no fue suficiente”: neonazismo explícito.
Roberto Pagani, un historiador italiano que se especializa, en una universidad de Islandia, en los estudios sobre la Edad Media nórdica, publicó esta semana en un sitio especializado en historia, un artículo en el que desmenuza los símbolos dispersos en las imágenes del Capitolio. Cuenta allí que los estudios filológicos germánicos comenzaron a tener auge en el siglo XIX, ya entonces motivados por la búsqueda ideológica en sentido racial: los propios nazis no ubicaron su supremacía aria en el territorio de lo que entonces era Alemania, sino precisamente en Islandia. Alemania era ya un entramado de sucesivas migraciones desde la Edad Media. El ideal lo colocaron en una prehistoria antojadiza pero como era desconocida, pasible de imaginerías: la supremacía blanca tenía su origen en el supremacismo nórdico, especialmente el islandés. Sólo allí existían viejos documentos sobre la mitología pagana germánica.
De allí sacaron el biotipo étnico que propulsaron y que estos nuevos grupos como Quanon retoman: hombres y mujeres altos, de piel transparente y ojos celestes muy claros, resistentes a los climas adversos y ansiosos por más conquistas. Ya entonces esos antecedentes eran viscosos: esos primeros documentos sobre los germánicos habían sido escritos doscientos años después por autores nórdicos convertidos al cristianismo. Pero el rigor histórico nunca fue un obstáculo para los nazis, ni los de antes ni los de ahora.
En esa mitología construida al servicio de una ideología supremacista, se encuentra el casco con cuernos. Muchos de los tatuajes de los Quanon, afirma el historiador, como el símbolo vegvisir y leyendas en alfabeto rúnico, también surgen de ese pasado que no existió tal como lo relatan.
De hecho, señala Pagani, a fines del año pasado la revista Science publicó un trabajo inconveniente para estos nuevos supremacistas que reivindican el medievalismo nórdico: se probó que ni siquiera entonces había ninguna “pureza”, y que los habitantes de las tierras heladas no eran una mayoría rubia, sino una mixtura con muchos habitantes castaños de tez mate.
Volviendo al Capitolio, Angeli volvió luego a ser noticia: se negó a comer nada que no sea vegano. Pura banalidad. Pura comedia. Disfraces. Ese eje es importante.
Las ultraderechas, como los nazis en su momento, no tienen argumentos ni pueden dar los debates para dar a conocer un proyecto político. Son pura antipolítica y lo dicen con sus disfraces. Son antidemocráticos, naturalmente, aunque su líder se sirvió de la política para ayudar a destruir el sistema político más hipócrita del mundo, y generar pseudomilicias armadas. No conciben nada que no implique la eliminación de otros.
Se disfrazan porque el disfraz es el uniforme de estos soldaditos que el plomo no lo llevan puesto sino listo para disparar sobre otros cuerpos. Se disfrazan como algunos que vemos por acá. El disfraz de lo primero que habla es de neoliberalismo, desde un baño de inmersión con patitos, o desde abajo de peinados que laboriosamente son pelucas bizarras.
A ninguno de estos exponentes en todo el mundo les importan tres belines las cosas públicas, aunque quienes los alentaron a juntarse y armarse sí están interesados en quedarse con todo. El líder inspirador de estos mamarrachos los habilitó como fuerza de choque. Los ubicó en un borde desde donde tarde o temprano saldría la violencia, aunque los demócratas pongan caras de asombro.
¿Y Trump, con su jopo de canario y su mujer barbie-florero no era un disfraz de político que se puso un hombre de negocios con otras intenciones? ¿Y Bolsonaro no es él mismo un disfraz de energúmeno que todos podríamos imitar, impostando la voz hasta la disfonía para decir cosas como que los brasileños no sirven para nada? ¿Carrió no es un disfraz de lo que fue ella misma, cuando usaba otros disfraces, como el de la mística de la cruz exagerada? ¿Su republiquita no es un disfraz de la república que ayuda a destruir? ¿Y Macri? ¿No era un disfraz de presidente ése que despreció a destajo a docentes y a alumnos pero ahora pide que se vuelvan ya, en un pico pandémico, las clases presenciales?
La ultraderecha no vendrá nunca a decirnos que tiene pensado copar el poder para alzarse con lo poco que queda, cueste las vidas que cueste. Con la ultraderecha no se puede pensar en debate, diálogo o intercambios armónicos. Su fuerte es el cinismo y su capacidad para atraer hacia su propia arena toda la luz mediática posible. La tienen.
No quieren nada parecido a la razón, porque su lógica es la del disfraz y no tienen idea de cómo contestarle a un argumento. Ahora mismo los vemos escupir sobre vacunas que la enorme mayoría del mundo espera ansiosamente.
Es mentira que descreen de la vacuna rusa o de la china. Puede que sus acólitos lo hagan pero los ideólogos de esas corrientes se podrían una de Corea del Norte si la hubiera porque también saben que la pandemia existe. Lo saben abajo del disfraz. Tampoco creen en lo que dicen. Repiten cualquier cosa que les convenga, sin pruritos por la verdad. Quieren inyectar todo el veneno posible, toda la confusión y el desequilibrio posible, porque es su llave del éxito.
Las ultraderechas apuestan por el disfraz, que es fotogénico. Muy pronto Jake Angeli tendrá un club de fans. Así funciona la sociedad occidental que brotó al calor de la brutalidad neoliberal, como un circo en el que a veces parece que hay payasos, pero se trata de otro circo: casi siempre hay esclavos a los que ellos les sueltan los leones.