El Rally Dakar nació en 1979, pero se hizo masivo en la Argentina recién cuando se instaló en América del Sur luego de abandonar su Africa natal por problemas de seguridad. Aquella multitudinaria largada simbólica en el Obelisco, en enero de 2009, fue el puntapié para 11 ediciones disputadas en la región -diez de ellas recorriendo tierras nacionales- que dejaron un sinfín de anécdotas vinculadas con la superación y el sacrificio, con la entrega y la perseverancia, con la solidaridad y el esfuerzo.
Pero ninguna alcanzó los picos de dramatismo de la anteúltima etapa de la competencia de 2001, de la que en estos días se cumplen 20 años. Fue un desenlace escandaloso, con maniobras desleales, sanciones, acusaciones cruzadas y apelaciones, cuyo resultado se definió en un escritorio varias horas después de que los autos llegaran a la capital de Senegal. El saldo fue un nombre impensado en la cima de la clasificación: Jutta Kleinschmidt, desde entonces la única mujer que llegó a lo más alto de la carrera más difícil del mundo. Y lo hizo imponiéndose ni más ni menos que a su ex marido, con quien las cosas no habían terminado precisamente en buenos términos.
Aquel triunfo de 2001 fue fortuito pero no casual. Nacida en agosto de 1962 en el seno de una familia de laburantes de la ciudad alemana de Colonia, Kleinschmidt se inclinó muy rápido hacia los motores, la velocidad y la aventura. En 1987, mientras trabajaba en el Departamento de Desarrollo e Investigación de BMW, compró una moto destartalada que ella misma arregló para participar en el Rally de los Faraones en Egipto. Se hizo bien desde abajo en el Dakar, debutando en 1988 con aquella misma moto adaptada y ella a cargo de todas las reparaciones ante la falta de presupuesto para un mecánico. Ya en 1992 el asunto tenía otro color, con un pequeño apoyo de BMW y una moto lo suficientemente sólida para imponerse en la subcategoría femenina y finalizar 23° en la general.
El paso de las dos a las cuatro ruedas fue en 1993 como copiloto del francés Jean-Louis Schlesser, su pareja desde el año anterior. Cuando se corrió al asiento izquierdo para conducir uno de los prototipos de su marido en el mundial de Cross Country, obtuvo resultados que, en 1997, le abrieron las puertas del Dakar. Fue una carrera de ensueño, con dos etapas ganadas y una quinta posición final: nunca antes una mujer se había impuesto en un parcial, ni tampoco llegado tan alto en la clasificación. Y fue también el principio del fin de su relación con un Schlesser, que no veía con buenos ojos cómo su pareja devenía en principal rival. Pero incluso separados tuvieron que seguir viéndose las caras. O, mejor dicho, los cascos. En las temporadas posteriores coincidieron tanto en el mundial de Cross Country como en el Dakar, aunque ahora enfrentados y con mucho más en juego que un trofeo, él como piloto oficial de Renault y ella, de Mitsubishi.
Kleinschmidt se agenció dos etapas y llegó a liderar la tabla general en 1999, pero luego cayó hasta el tercer puesto y cedió en bandeja el triunfo a su ex. Una situación similar se dio en 2000, con ella llegando en el quinto lugar y él al tope del podio. Pero todo cambió en 2001. La alemana arrancó la anteúltima etapa en la cuarta posición, por detrás del líder, su coequiper Hiroshi Masuoka, y los buggies Renault de Schlesser y Josep María Servia. En una de las maniobras más sucias del deporte motor de elite que se recuerden, los autos del rombo largaron antes para ponerse delante de Masuoka -que originalmente debía abrir ruta- y levantarle una nube de polvo que le impidiera ver. Sin atisbo de la famosa paciencia oriental, el japonés salió de la huella para pasarlos, con tanta mala suerte que una piedra rompió la suspensión. Todavía se recuerda el saludo del acompañante de Masuoka a sus rivales antes de empezar las reparaciones a la vera del camino.
Todo terminó con una sanción de dos horas para cada Renault que retrasó a Schlesser y Servia al tercer y cuarto lugar, la pérdida de varios minutos para Masuoka y el impensado liderazgo de la alemana, que recorrió los 95 kilómetros de la última etapa con la seguridad de una ventaja indescontable. Schlesser, lejos de recular, apenas le pusieron el micrófono afirmó que un error de cuatro minutos en los cómputos finales en contra del japonés le había dado el triunfo a su ex: "Me molesta que esté convencida de que ganó en buena ley. No es así. En todo caso, el vencedor debería ser Masuoka. Ella no ganó ninguna etapa, ni siquiera debería haber festejado en el podio".
Kleinschmidt, igual de rápida que al volante, reconoció que la victoria fue gracias a la equivocación del francés. “Sería bueno agradecérselo, pero supongo que no quiere hablar conmigo”, remató. Tiempo después definió al noviazgo de seis años como “el peor error" de su vida, y disparó con todo: “El no soportó que una mujer le haya ganado una carrera como el Dakar. Desde entonces hizo todo para destruirme. Pero para mí Schlesser no existe más”.
La alemana volvió a tierras africanas y obtuvo el segundo lugar en 2002, el octavo en 2003 y el tercero en 2005. Su legado continuó con otras pilotos que, sin embargo, estuvieron lejos de sus resultados. “Ellas pueden ser tan rápidas como los hombres, pero también se necesita apoyo, algo que no es muy fácil de conseguir para las mujeres”, dijo unos días atrás. Consciente de esa falencia estructural, la actual presidencia de la comisión de Cross Country de la FIA tiene un programa para ampliar las oportunidades de las mujeres dentro de la especialidad.
Mal no le ha ido: de esa cantera salió la española Cristina Gutiérrez, que con su triunfo en la primera etapa de la edición 2021, que se terminó el viernes en Arabia Saudita en la categoría Side by Side (con autos similares a los buggies playeros), se convirtió en la primera mujer en imponerse en un parcial desde 2005. ¿Quién había sido la última? Ella, la Reina del Desierto.