En Alemania, sobre todo en Berlín, desde 1930 las bandas nazis de las SA, lideradas por un hombre con sobrepeso y despiadado, recorrían las calles moliendo a palos a los comunistas y a los judíos. El hombre era Ernest Röhm. Hitler, por el momento, confiaba en él. Los comunistas se les enfrentaban y estallaban unas bataholas sanguinarias, descontroladas, llenas de odio. El Partido Nacional Socialista, con la complicidad del Parlamento y el anciano Mariscal Hindenburg, héroe de la Primera Guerra, marchaba hacia el poder parlamentario. Por fin, en 1933 ganan las elecciones. Dirán que fueron elecciones limpias, democráticas. Falso. Las cárceles estaban llenas de opositores Y las SA habían amedrentado a mucha, demasiada gente. También es cierto que Hitler había fascinado a los alemanes son sus vehementes discursos y había despertado un revanchismo feroz por el Tratado de Versalles. Los políticos social-demócratas habían traicionado a la nación por débiles, por cobardes. Alemania había llegado a 30 kilómetros de Francia cuando recibe la orden de retirarse, rindiéndose. Los soldados regresan furiosos y sólo hace falta exacerbar ese odio para crear un partido de la nación, de la patria. Es lo que hace Hitler.
Pero la batalla de las SA en las calles es central en este trabajo. Hitler lo sabía bien. El que piensa en otra cosa es Röhm. Quiere llevar el partido hacia una radicalidad de izquierda. Von Papen, un nazi ilustre, dice: “No vamos a hacer una revolución para llevar el país al socialismo”. A las SA. las comparan con un bife: marrones por afuera, rojas por dentro. Hitler no va a permitir eso. Ya tiene demasiados compromisos con los banqueros, con los Krupp, la Siemmens, la Ford y la ITT. Hitler es el resultado de una aceptación y un apoyo total del capitalismo de Occidente. Pero vale insistir en esto. La toma del poder empezó en la lucha callejera. Había que terminar con el incómodo de Röhm. Así se produce la noche de los cuchillos largos. Hitler llama a sus fieles Himmler y Göring y los SS. Invaden el campamento de las SA., que estaban de fiesta todos desnudos, gozando del sexo dionisíaco a lo griego. Eran, como se dice hoy, empederninos gays. Los SS llevan a cabo una matanza. A Röhm lo fusilan. Y Hitler sigue gobernando con el apoyo de casi todo el mundo. Es el hombre llamado a frenar la ola roja. Así lo cree el primer ministro inglés Neville Chamberlain y personajes como el héroe del aire Charles Lindbergh, un fervoroso nazi norteamericano, tal como Henry Ford, autor del panfleto antisemita El judío internacional.
Hoy el peligro de un asalto al poder por medio de la ultraderecha prosigue. Pensemos en la invasión al Capitolio en EEUU. Hay fotos que lo dicen todo. Por ejemplo: un tipo entra en el Capitolio portando una bandera del Sur confederado. La guerra de Secesión (1861-1865) no ha terminado. El país del Norte está lleno de banderas confederadas. Tienen estados que les responden fiel y ferozmente: Mississippi (ver el film Mississippi Burning), Texas, Indiana, Tennessy y otros. El Sur siempre quiso seguir peleando. Y ahora lo hace por medio de estas bandas que retoman la tradición de la SA. Odian a los indios, a los negros, a los judíos y a todos los hispánicos, los detestados inmigrantes. Son violentos, brutales. Y durante cuatro años han creído en un presidente que ahora los alentó para la insurgencia. Donald Trump debiera ser juzgado por atentar contra el orden constitucional. Les dijo a los suyos: “Sé que están furiosos, ofendidos. Y tienen razón porque nos robaron las elecciones. Sin embargo, vayan a casa”. Eso era alentarlos a seguir con los disturbios.
Muchos se han sorprendido. Hace cuatro años que gobierna Donald Trump, ¿no lo conocían? ¿Recién ahora lo descubren? EEUU no es un país democrático, como tanto pregonan. Mataron a Lincoln, a Kennedy, a Luther King, invadieron países, mantienen la infame cárcel de Guantánamo, van de guerra en guerra y cada una es más cruel que la otra. Hay gente muy valiosa en ese dilatado territorio. Howard Zinn, Chomsky y tantos otros. Pero el peligro de la ultraderecha late siempre en sus entrañas.
Y aquí estamos mal. También la derecha violenta toma las calles. Los señores de la tierra siguen amenazando con sus tractores y sus rifles. Ya lo han dicho: hay que matar, hay que apuntar a la cabeza. Este es un país muy peligroso. Como en la Alemania de Hitler, como en Guantánamo, aquí hubo campos de concentración. De eso no se vuelve. Ahora la toma del Capitolio les indica el camino que más les gusta. Tomar por asalto el Congreso. Ya lo intentaron. Ya la policía rodeó con sus autos la Quinta de Olivos. Cuidado. En medio de una pandemia que ya se tomó dos millones de vidas en todo el mundo, la ultraderecha sale a la calle. No le importa morir. Vive y ha vivido en un mundo de muerte. Quieren destruir lo que odian. El odio es la antesala de la muerte del Otro. Es arduo salir de esto. Hablar del amor y la solidaridad en estos tiempos condena a la falta de temperamento o vehemencia para enfrentar a los que vienen degollando.