Todos recordamos los comienzos de una relación prometedora entre el Gobierno nacional y los grandes medios de difusión de principios de marzo del 2020 cuando se llenó la tapa de los grandes diarios con el mensaje “al virus lo frenamos entre todos”.
Los que poseemos una posición más dialoguista, para los que pretendemos abandonar la guerra discursiva y poner fin a la grieta que violenta a los argentinos, pensamos que era el inicio de una etapa en la que los dueños de la palabra iban a dejar de lado sus intereses corporativos para sumarse a la campaña de cuidados y prevención que el Gobierno se colgó a sus espaldas.
Siempre, en toda relación, hay alguien que demuestra más afecto que el otro. Por ello, no nos llamó la atención ver que, únicamente, el que cedía sus recursos en pauta oficial, el que brindaba su tiempo yendo y dando entrevistas a los principales medios opositores de la etapa kirchnerista y el que se esforzaba por mantener lazos basados en el diálogo y el respeto mutuo, solamente era el Gobierno.
Por suerte, esta pandemia que se alimenta de la estupidez y de la codicia, llegó para ponerle barbijos a algunos y sacarle las caretas a otros. A medida que pasaban los meses veíamos cómo incendiaban nuestras conciencias con sus demonios —como diría Gustavo Cerati— militando en contra de la cuarentena, de las medidas restrictivas, de la donación voluntaria de plasma y haciendo lobby para que se adquieran las vacunas del laboratorio Pfizer, del fondo buitre Black Rock, que pretendía que el Estado argentino no solo se haga responsable de los daños colaterales sino también de que entregue garantías con un patrimonio que es de todos los y las argentinas, como son sus glaciares, a cambio de las tan ansiadas dosis.
Todo esto lo que dejó en evidencia fue los intereses de las empresas capitalistas que lucran con la información, la que impidió —e impedirá por siempre— esa romántica e idílica relación que impide construir la Patria soñada por todos. Una ruptura que no es nueva, sino que se arrastra del año 2008 cuando el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner impulsó la ley de retenciones móviles y los medios apoyaron al sector agropecuario, que se siguió rompiendo con el nacimiento del programa “Fútbol para Todos” y que terminó de eclosionar con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Ese fue el error. Desconocer todo lo que ocurrió en ese período y encima intentar cambiar lo que realmente son. Error de creer que los medios de difusión son un espacio de la esfera pública, cuando en realidad son los sujetos más poderosos actuantes en ella. Por esperar que una multinacional se democratice sin pretender que se autodestruya porque su expresión nunca puede ser democrática. Por la contradicción biológica de querer que los medios representen los intereses políticos y económicos del pueblo dejando de lado el lugar que ocupan en la estructura de clases.
Los medios han devenido en corporaciones y, por lo tanto, los únicos intereses que defenderán serán los de aquellos actores que pregonen proyectos que protejan dichos intereses. El tiempo que pasó desde ese 2008 hasta este presente visibilizó a los medios como una especie de “brazo armado”. No en el sentido de aquello que decíamos para enunciar los golpes de Estado realizado por los militares precisamente como brazo armado de ciertos sectores civiles, sino en el sentido de utilizar la palabra, las imágenes, las redes, dominadas por ese conglomerado concentrado audiovisual, construyendo una grieta, a la que pusieron nombres propios porque fue funcional a esa estrategia.
Cristina fue sólo el chivo expiatorio, tal vez ayudando inconscientemente desde su personalidad, sus modos, su inteligencia que los desafiaba constantemente y que los llevaba al paroxismo. Pero la grieta no es personal, se muestra de esa manera para esconder o desviar la atención de lo esencial de la discusión, que esos medios ya no pueden representar, ni siquiera desde la obvia subjetividad propia de cada actor, intereses plurales y colectivos, solo los de la cúpula dominante, y nos atreveríamos a decir, más allá de las propias decisiones de ese sector, exacerbando las diferencias que son habituales entre un gobierno de las mayorías populares y los sectores económicos concentrados.
Ahora, ya podemos ponerlo en palabras: los medios son tóxicos. Como tal, se deben redefinir los términos de esta relación, como así también, todo lo que el gobierno le cede a la otra parte. Recordemos que en Latinoamérica no existen medios que sobrevivan sin pauta oficial, ni siquiera los más grandes y, como la política se trata de la cuestión de los pesos y de los centavos —como dice la batalla cultural— decidiendo hacia los bolsillos de quién van a parar los recursos económicos, será cuestión de decidir para este 2021 que necesita de la mayor caja para reactivar la economía si, se seguirá financiando a los gigolós mediáticos que representan el mal, o, por lo contrario, se redireccionará el dinero de la pauta hacia los sectores que más lo necesitan.
* Magíster en Comunicación
** Magíster en Políticas Sociales