"Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace algunos años --no importa cuántos, exactamente--, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada en particular que me interesara en tierra, pensé en darme al mar y ver la parte líquida del mundo. Es mi manera de disipar la melancolía y regular la circulación. Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga; cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso... entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar lo antes posible".
Así comienza la monumental novela Moby Dick. La obra del argentino Darío Aguilar (Escobar, Buenos Aires, 1976) es una obra en sintonía con los espejismos de Melville, una pintura que se da al mar, que rescata otra temporalidad y que naufraga, a voluntad, con el movimiento del tiempo. Vuelve antes de que el sol disipe la niebla, es el mantra con que el artista bautiza este corpus frágil como la arena y precioso como las piedras encontradas al azar durante una caminata en la playa.
La paleta es la del buceador que desciende a las profundidades en busca del rosa coral, el blanco calizo, el jade, la turmalina verde, la aguamarina. El tono es opaco. El sol, el viento, la arena trabajan de forma permanente e invisible. Hay un aire de influencias románticas, aunque las citas preferidas del artista son los salvajes urbanos norteamericanos Kerouac y Basquiat. On the road; siempre en movimiento. Denunciando el espejismo de lo estable y cuestionando el circuito mismo de las bellas artes, donde la lógica de la exposición, acumulación, conservación, venta e inversión rige tanto como en el comercio de piedras preciosas.
Aguilar trabaja con materiales frágiles, su soporte es el yeso, hechicero por su inusualidad pero que resulta prácticamente intrasladable. La obra no habla del tiempo sino que directamente la obra encarna el tiempo. Sus bloques de yeso pintados con temple resultan curiosos: hablan de la historia (yeso y temple, pigmentos puros disueltos en agua y clara de huevo, técnicas medievales usadas en Europa) pero son silenciosos.
Ahora, en la Edad Media, el temple se usaba sobre espacios arquitectónicos inmóviles- como las cúpulas o los grandes frentes de una iglesia, con lo cual su uso no implicaba un riesgo. No es el caso de la obra de Aguilar, cuyas pinturas móviles en pequeños bloques de yeso están abiertas a la fragmentación y la rotura de forma constante, líneas que el artista incorpora a la obra. Es en ese filo que trabaja el pintor: incluyendo el tiempo, el paso del tiempo, en la misma obra. Obra objeto, obra documento, obra memoria, obra espejismo que nos sumerge en un deja vu, generando un viento de belleza atemporal, en el que ya no vivimos, pero en cuya austeridad bella deseamos estar.
Se pueden comprender los títulos de las obras como pequeñas dunas en la profundidad del mar, referencias espaciales, escalones que ayudan a comprender la territorialidad del artista: "Fantasía de suspensión"; "Mar polar"; "Naufragio"; "Obras en la playa"; "Obras náufragas"; "La vida afectiva de los objetos"; "Mar de obras extraviadas o Mar de lava"; "Las obras olvidadas".
Con “Las obras olvidadas” entra en escena la otra cara de la exposición, que incorpora cierto giro documental. Aguilar le rinde un homenaje especial a su primer maestro, el pintor Ignacio Gerry (1935-2019) riquísimo personaje discípulo de los maestros Victorica y Spilimbergo, quien vivió en situación de calle durante casi toda su vida. Aguilar realiza un montaje con lo poco que ha quedado de la producción y de la vida de Ignacio. Algunas pinturas, fotos empastadas publicadas hace años en algún diario y algunos textos encontrados de Gerry, que prefería dormir en el banco de la estación de tren a dormir en un colchón prestado en el piso, porque decía que los bancos de hormigón tenían la altura perfecta. Andaba por todos lados con su carpeta de elásticos gastada, llena de carbonillas y bocetos. Las plazas eran sus jardines. Cierta osadía, un estado de naturaleza que Aguilar parece homenajear una y otra vez a través del aventurero Kerouac, del temerario Basquiat y del entrañable Gerry. Sin embargo, la obra de Ignacio manifiesta un clasicismo sin ningún tipo de riesgos, estética bastante propia de esa época. Su formación era académica y no renunciaba a ello. Afirma Aguilar: “En los dibujos y pinturas de Gerry se reconoce un gesto directo,honesto, una atracción por la voluptuosidad del óleo que no le impide entrar y salir de una especie de 'acontecer' barroso, recrear el empaste y la frotación del soporte. Al igual que en las pinturas de Victorica, profesor de su juventud, la pincelada es un recurso extraído de una fuerza libre y a veces violenta.”
Gerry trabajó como ayudante de los escultores C. de la Cárcova y J. Fioravanti. También hizo trabajos de restauración de esculturas en los museos Nacional de Bellas Artes y Sívori. Algunas de sus pinturas y esculturas figuran en los museos Sívori de Buenos Aires y Caraffa de Córdoba. Pero es muy poco si tenemos en cuenta que el artista produjo obra durante casi 60 años. Allí asoma la pregunta: ¿qué es hacer obra? ¿Pintar es proponer un corpus? Si ese cuerpo de obra no es exhibido, inventariado ni conservado, si queda fuera del circuito oficial, ¿queda deslegitimado o es una joya, un mineral precioso, que es desgastado, evaporado con el paso del tiempo, para dar lugar a otras formas de la materia, como por ejemplo, la memoria? Aguilar construye obra como quien construye una pregunta: la sostiene de forma heroica, en su inestabilidad y en su búsqueda profunda. No es una pregunta teórica sino que en su misma obra, en sus yesos con temple, la pregunta y el riesgo acechan. En consonancia con su cuestionamiento sobre los sistemas de legitimación cultural. Dice el artista: "Vuelve antes de que el sol disipe la niebla es el resultado de mi investigación acerca de la vida y obra de Ignacio Gerry, iniciada en abril de 1998, materializada en una serie de pinturas realizadas con la técnica del temple sobre yeso. Rememorar la vida de una persona nos permite evidenciar la ausencia y el vacío que nos llega íntimamente. Transitamos un camino lento,sinuoso, intentando definir una identidad. Tenemos la sensación de que no es suficiente descubrirla por una serie de eventos descriptos de manera más o menos organizada, ya que, al hacerlo, parecen abrirse intersticios entre un hecho y otro y, a la vez, se generan nuevas relaciones que nos obligan a empezar de nuevo. Así, cada hecho puede ser reformulado, cada dato modificado según nuestro deseo, aunque los requerimientos éticos frente a los criterios que se ponen en juego al seleccionar, organizar y dar a conocer un material determinado implica --ante todo--, estrechar un lazo con la verdad”.
Tiempo y agua; movimiento y océano, lo anacrónico como un valor, el mar como un calmante. O como lo resume el sabio Melville: “Si alguna vez están sedientos en el gran desierto norteamericano, hagan este experimento, si es que por casualidad hay un profesor de metafísica en la caravana. En efecto, como todos sabemos sabemos, agua y meditación siempre han estado unidas”.
Vuelve antes de que el sol disipe la niebla se puede visitar en Microgalería, Loyola 514, Villa Crespo. La exhibición se podrá ver con cita previa hasta marzo. @microgalería en instagram. Más información en la web de Microgalería.