Entre las pérdidas con las que empieza este enero pandémico, la partida del poeta Juan Carlos Fiorillo, salteño, periodista e investigador del folklore, desgaja una tristeza profunda y sencilla. Así era él. Un hombre dedicado a contar lo popular en una vasta obra de divulgación: “Efemérides Folklóricas Argentinas” y “Las grandes letras del folklore”, sus obras más conocidas, lo atestiguan. A eso se dedicó luego de ser florista y bibliotecario. Y se inició como promotor cultural creando bibliotecas populares en Salta, la ciudad donde nació, el 8 de febrero de 1945. Allí fundo también la Biblioteca y Museo del Folklore.

Pero Juan Fiorillo se fue a medias, como todos los que transitan sus días a consciencia. Su obra lo ubica en un sitio privilegiado para los amantes del folklore. Ese legado permanece. Eso pensaba, pero no lo dije, mientras acompañaba a Libertad Marilef, su compañera, al cementerio del Parque Pereyra Iraola. Preferí hablar de la historia del parque, de esos bosques “donde se reunieron por primera vez las Madres para escapar de la persecución, y organizarse”, le digo, para distraerla, para acompañarla, mientras el coche recorría la ciudad. Era sábado y estaba fresco, una suerte para el verano porteño. Ella lloraba.

Seguíamos al coche fúnebre hasta el cementerio del parque para el oficio de cremación de Juan, el erudito que no necesitó oropel para transmitir sabiduría. Esa generosidad le permitió crear una original enciclopedia que tituló “Efemérides Folklóricas”. Reeditada tres veces desde el 2000 –en 2008 por Conabip--, allí contó la historia de las canciones, autores y compositores, pero también reseñó a bailarines, artesanos, copleras, luthiers, talabarteros. Como historiador entendía el folklore en un sentido amplio.

Su obra en más de veinte títulos, perfila ese contorno. Es exhaustiva y rigurosa. Sus “Efemérides” contienen más de ocho mil datos y son la fuente donde abrevan periodistas especializados para dirimir dudas. Por eso era invitado como jurado o expositor a festivales y congresos: Desde Cosquín al Congreso de la Lengua, desde Perú a Cuba, Latinoamérica lo reconocía. Fiorillo transformó la palabra de la gente del pueblo. Les daba entidad. Por radio o en sus periódicos, como la revista “Folkloreadas” que dirigía y llegaba a 4.000 miembros de la Asociación de Cronistas del Folklore.

Juan Fiorillo murió el jueves en el Hospital Español de Buenos Aires. No fue covid, sino una arritmia en medio de una intervención quirúrgica. Y hasta las enfermeras lo lloraron. Lo vi esa tarde mientras sostenía de la mano a Libertad, mi tía ‘Libe’, que no paraba de llorar, desconsolada.

A las pocas horas comenzaron a llamar los amigos de Juan. Ella quería atender a todos “porque él era del pueblo”, explicaba. El dolor se lo impedía, pero organizó las exequias impuestas por la pandemia y decidió que las cenizas, tal como él quiso, serían llevadas al cerro San Bernardo “cuando se pueda”, dijo. Iremos a Salta. Será un honor acompañarte, Juan.

Querido y reconocido en el mundo del folklore, Fiorillo fue respetado por la humildad con la que compartía sus hallazgos, como cuando dio a conocer al mundo en 1997, a Eulogia Tapia, la inspiradora de la zamba “La pomeña” de Gustavo ‘Cuchi’ Leguizamón y Manuel Castilla.

Su mirada era política y su corazón peronista. Fue detenido por esa razón en los ‘70. Al salir, viajó por Europa, también por el norte de África estudiando las costumbres de esos pueblos, luego lo hizo en México y Panamá. Al volver no quiso adherir al resarcimiento del Estado porque “Hebe, dijo que no lo hiciéramos” contaba con orgullo, hijo adoptivo de las Madres de Plaza de Mayo, militante consecuente. Romántico y creativo.

En 1984, ya en Buenos Aires, se incorporó a Radio Municipal y comenzó a publicar poesía: “De común acuerdo”, “Era otro lugar”, “Brevedad del infinito” y entre otros “Los restos ancestrales”. En 1999 aparecen sus relatos “De bares y bolicheríos”, en ese libro trabajaba para una reedición –que ya tenía pruebas de galera-- mientras se dedicaba a su radio “on line”, un medio por el que había ganado un Martín Fierro. Fue en 2004 por el programa “Copla y Canto” de Radio Aries. Ya había publicado la primera edición de sus “Efemérides” en 12 tomos –uno por mes--, de manera artesanal y se dedicó a perfeccionarla, convirtiéndola a la manera de Umberto Eco en una verdadera “obra abierta”.

Se vinculaba a regañadientes con la superestructura, fue asesor de cultura de la CGT, del Centro de Estudios Juan D. Perón, de la Comisión de Homenaje a César Perdiguero, en Salta. Fue presidente de la SADE y de ANCROF, y delegado del Pre Cosquín. Representó a su provincia en la Feria del Libro por una década. Fue libretista de Cosquín entre 1998 y 2015. En 2016 aparece el segundo tomo de “Las Grandes Letras del Folklore” donde reúne más de treinta y cinco géneros musicales. En 2018 es declarado personalidad de la cultura por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.

Pero su disfrute eran las peñas y pequeños festivales: la corrida de toros de Casabindo (Jujuy), la Serenata de Cafayate, los Corsos del Carnaval salteño, o concursos literarios como el de los internos de la cárcel de Salta. En todos fue jurado. También en los concursos nacionales de zamba, canción infantil, y baguala.

Dejó de participar de los Congresos de Cosquín porque habían perdido “la autenticidad popular”, sostenía. Juan prefería el campo abierto, la sensibilidad de Armando Tejada Gómez, la ternura en el cantar de Mercedes Sosa.

Le gustaba jugar. Se reía con melancolía. Contaba sobre religiosidad popular con el respeto de quien habla del milagro, y cree en él. Cuando entregó el primer premio de ANCROF, llovía torrencialmente en Buenos Aires. El lugar que había contratado fue cerrado, se inundó, era un subsuelo. El público y los nominados esperaban en la vereda cuando él salió a buscar otro lugar, un sábado a la noche… Una hora después estábamos a resguardo, a dos cuadras de allí, en la peña que había sido una capilla gótica, sobre la calle Viamonte, casi Larrea. “Lástima que no vio el papelito, pero llamó para avisarme” contaba sobre el mensaje del Chango Spasiuk, que no había llegado a la capilla donde la peña siguió hasta la madrugada.

Su casa, la que compartió por quince años con Libertad, está atiborrada de libros. Su estudio, el comedor y la sala de esa casa en el barrio de Caballito, está tomada por bibliotecas que revisten las paredes del piso al techo con CDs, libros y cajas de revistas, junto a los equipos desde donde emitía la experiencia radial de “Folkloreadas”, una radio pensada para escuchar en las escuelas durante los recreos, lo que sucedió en varios establecimientos hasta que llegó la pandemia: Juan era un divulgador del folklore. Daba la palabra, y era un “decidor” como cuenta el periodista rionegrino Carlos Espinosa al evocarlo.

Hoy se lo recuerda en coplas y en milongas, los músicos de los caminos, los poetas del pueblo, los artesanos, los domadores, los campesinos. Sus amigos y su familia, esperaremos para despedirlo en el cerro San Bernardo donde el Señor de los Milagros al que veneraba, esparce sus misterios y lo cobija.