De una vida quedan las obras y la de Luis Alberto Spinetta perdura en la inmensidad de un repertorio eterno que lo sigue trayendo al mundo. En su nombre, el día de su nacimiento es desde 2015 también la fiesta que celebra a los músicos y las músicas argentinas y la marca de una conquista que reivindicó en Argentina el espacio de las mujeres y las identidades diversas en los escenarios. El próximo sábado, a las 21 y en el espacio de la Usina Cultural (España y Juramento), la fiesta tendrá en su corazón 16 canciones con obras del Cuchi y de Spinetta, a cargo de ensambles repartidos por igual entre varones y mujeres.
Desde la Secretaría de Músicos Independientes Asociados de Salta (MIAS), Victoria “Totola” Cataldi, dice que desde que comenzaron la gestión en noviembre pasado, el plan fue cumplir con el cupo femenino en todos los shows y presentaciones. “La ley exige un 30% de mujeres en proyectos y bandas. Nosotros quisimos integrar una lista que cumpla con el cupo, pero quisimos ir por más y llegamos al 50% de mujeres para apuntar a la paridad”, cuenta la música, que también formará parte del ensamble de cantores que interpretará repertorio de Leguizamón.
Dos que se admiran se dicen la misma cosa
Aunque nunca tocaron ni grabaron juntos, el vínculo entre Spinetta y el Cuchi los mantuvo en una órbita común de admiración mutua. Juan Martín y Delfín, dos de los hijos del Cuchi, fueron testigos, cada uno por separado, de episodios casi gemelos durante dos encuentros fortuitos entre su padre y Spinetta.
El azar o la belleza los cruzó mientras caminaban por los mismos lugares, una vez en los bosques de Palermo, en Buenos Aires, cuando el Cuchi iba a ver el escenario donde iba a tocar en un festival de pianistas hacia finales de la década de 1980, y otra vez más en el Estadio Obras Sanitarias, para el Festival de Música Popular Argentina, organizado en 1981 como contrapunto del show de Frank Sinatra que Palito Ortega organizó con apoyo de la dictadura militar de Roberto Viola.
Juan Martín recuerda que iba con su padre, el hombre más cercano de su vida, y de frente vio acercarse, con los brazos abiertos, al dios de la música que veneraba. “Cuando el Flaco lo ve a mi viejo, se arrodilló con los brazos en señal de rezarle. Le dijo ‘maestro’, y para mí el maestro siempre había sido Spinetta. Ahí me di cuenta de la admiración que le tenían al Cuchi”, cuenta.
Para Delfín Galo, la situación fue casi idéntica, algunos años antes, cuando acompañó a su papá al concierto que iba a dar en Obras. “Íbamos caminando por los pasillos del estadio para ver el camarín, porque él tocaba en ese contraconcierto que se había organizado. De frente lo vemos al Flaco Spinetta, que era un dios y me entro a emocionar. Se acerca el Flaco, que se arrodilla frente a mi padre, junta las manos y le dice ‘maestro’. A mí se me partió el cerebro en esa escena, porque el señor gordito que tenía a mi lado era el dios de Spinetta. Veía al Flaco arrodillado a mi lado y me quedó esa imagen por siempre en mi cabeza”, se acuerda.
Los dos hermanos coinciden en una fibra común que comunicaba las esencias creativas del Flaco y el Cuchi, una sintonía que los comunicaba a pesar de no haber compartido proyectos ni escenarios. “Había una comunión entre ellos”, dice Delfín, y para nombrar el canal de esa frecuencia común elige la palabra honestidad: “era una honestidad absolutamente hermanada. El Flaco cambiaba de bandas para no quedarse quieto y no atarse a nada. Era un buscador, armaba bandas, las desarmaba, armaba otra. Era un tipo que necesitaba producir un arte que tuviera novedad. El Cuchi hizo eso desde la primera zamba hasta la última. Si no tenía algo interesante para decir, no lo decía. Nunca el Cuchi fue detrás del exitismo, no hacía melodías para obtener réditos de Sadaic, y eso mismo hizo el Flaco. La honestidad en cuanto a cómo pensar la música, es la misma respecto a la vida”, relata.
Vuelta por dos universos
El homenaje del sábado tendrá ocho canciones del Cuchi y otras ocho de Spinetta, repartidas entre dos bandas ensambladas para la ocasión a partir de afinidades y talentos. Sebastián Aciar, de MIAS, explica el plan de vuelo con el entusiasmo de un fan. “Hay muchas afinidades en las músicas del Cuchi y del Flaco, porque poseen obras que sin necesidad de saber que ellos son los autores, uno ya las conoce, están en el inconsciente colectivo, son piezas populares que el pueblo canta sin saber quiénes son los autores”, dice. “Lo que más admiro es que los dos cruzaron la barrera de dar una mano y abrir la posibilidad de tocar con músicos jóvenes del rock y eso muestra mucha humildad y apertura en el arte”, define.
El show comenzará con un set dedicado al salteño, a cargo de Laura Cáceres en percusión, Fernando Callejas en piano y Eloy Notario en guitarra, más las voces del Dúo Coincidencia, Matías Aguilera, Lucía Guanca y Victoria Cataldi. Para el trayecto spinetteano, Ana Sol Peiró en batería, Darío Arroyo en guitarra, Josefina Cruz en bajo eléctrico y Hernán Bass en guitarra, con las voces de Chochi, Omar Castro, India Menendez y Sebastián Aciar.
Para completar la experiencia, una puesta de visuales a cargo de Kumo Caro y el final con la batucada Xangó, que cerrará la noche en la salida de la Usina.
El concierto, el primero después de un año devastador para los artistas que viven del escenario y el encuentro con el público, marcará además la primera escala de una programación que aspira a abrir de a poco los espacios para los shows. “Hay un amplio abanico de formas de vivir la música, vivir de la música y para la música. Hubo sectores más golpeados que otros, pero en general la música hace cinco años que viene sufriendo muchas pérdidas en cuanto a derechos y fondos”, dice Aciar. “Este año de pandemia se agudizó. Aquellos músicos y músicas que eligen peñas y bares y festivales para realizar su trabajo son los que más han sido golpeados”, agrega y dice que la organización y la solidaridad han sido la estrategia para sostener a los más frágiles del sector.