Entre lo viejo y lo nuevo, inevitablemente hay algo en el medio. La rima suena bonita, pero también es precisa: la pandemia lo dejó claro con experimentos impensados. Rebobinemos un año, a ver qué pasaba entonces: debajo del recuerdo doloroso que devuelve aquel enero del 2020 con el asesinato a Fernando Báez Sosa, subyace un boliche (Le Brique, el kilómetro cero del descalabro) abarrotado de gente y shows.
Hoy, con protocolos, paranoias y el siempre latente deseo de pisar la raya a ver si nadie nos ve, todo eso es inimaginable. ¿Qué nos dejará esta cuarentena –quizás la primera, quizás la última–? En el ámbito de la producción cultural, aparece el streaming como un aguafuerte sellada en hierro caliente: el 2020 –léase "el veinte-veinte"– jamás podrá ser entendido sin esa vieja-nueva mediación entre artistas y consumidores, músicos y espectadores, casi tan añeja como el barbijo pero redescubierta novedosa por su expansión en formatos de todo tipo.
A pesar de que Facebook, Instagram y YouTube nos permitían auto-transmitirnos ao vivo antes de la covid-19, a partir del 20 de marzo (fecha fundacional del ASPO) muchos se volcaron a esa opción para salir del paso y no cortar lazos con su público. Sucedió, en principio, algo curioso: los generadores de contenido vivo se multiplicaron más rápido que los consumidores de los mismos. "¿Hola? ¿Hay alguien del otro lado? Bueno… estamos esperando que se conecte más gente para arrancar".
Pero la industrialización en Argentina de esa instancia de transmisión ya se estaba tejiendo un mes antes de la cuarentena. Desde el ASPO más áspero hasta el DISPO más displicente, El NO fue siguiendo el paso-a-paso del streaming. Al principio, la empresa local TicketHoy agarró algo que estaba en el aire y lo bajó a nuestro país después de una feria de telcos en Barcelona, febrero de 2020, cuando en la península ibérica y alrededores el virus se estaba pandemizando y el streaming comenzaba a ser coptado por grandes marcas.
El asado incompleto del falso vivo
Como sucede en el mercado –en el capitalismo: es decir, en la vida misma–, lo que empieza en una mano luego se disputa y se escurre. Y así comenzaron a proliferar numerosas plataformas, experimentos e intermediaciones con diversos resultados. Passline le disputó el monopolio a Tickethoy (quien, en su deseo de abarcarlo todo, empezó a tener problemas con algunas transmisiones) pero con un pequeño detalle: ya no eran vivos, sino "falsos vivos".
Como un asado sin vacío, las bandas se grababan –y regresaban, si era necesario– para enlatar un contenido que luego era vendido como si transcurriera en el momento mismo en que el ojo consumidor lo estaba captando. De repente, empezamos a pagar por contenidos que hasta marzo de 2020 podíamos encontrar gratarola en YouTube. Y con una calidad HD que incluso la sobresaturación del ancho de banda pandémico a veces nos escamoteaba.
"El streaming no me agrada demasiado ni me conquista. Me parece muy momia, muy amargo", le decía Hugo Lobo a El NO en agosto, en relación a esos falsos vivos que, además, demandaban altos costos de producción. "Nunca digo nunca, porque no sabemos lo que va a pasar", aclaró, por las dudas. E hizo bien: semanas después se volvió al streaming con "entrada" paga tanto en formato solista y con Dancing Mood.
En un análisis no solo comercial sino también artístico, Paula Maffía opinó a fines de noviembre que el streaming rompe "ese pacto" que se da cuando "cualquier cosa que yo haga en mi casa, incluso una gran canción que puede estar buenísima, llega a los oídos de otra persona y hace emulsión". Y amplió: "Eso que uno hace, se convierte en obra de arte cuando llega a otra persona, es expresión cuando es interpretada. Hasta entonces, es tan solo un capricho personal".
Por eso mismo le dio un giro más al formato y al contexto con Placer, donde no sólo cantaba y tocaba sus canciones, sino que además las arropaba de movimientos perfomáticos e imágenes editadas. Algo más parecido al teatro, a una obra musical, ya no solamente a un simple recital de canciones tocadas frente a una cámara (viva o no).
Cuando las águilas se atreven
El tiempo y las experimentaciones generaron desde plataformas no-mainstream (como el canal de YouTube de la sala rosarina Distrito Siete o la web La Runfla) hasta colectivos organizados como los del sur de la provincia de Buenos Aires, quienes no gozaron del apoyo de otros estamentos institucionales como los ministerios culturales de Nación, Misiones o CABA, benefactores en mayor o menor medida de tecnología y cachet para artistas streameables.
Y también se dieron intentos personales de las maneras más diversas, algunas de casera pero compleja aplicación como los recitales vía Zoom, que obligan a abonar por MercadoPago o transferencia bancaria, enviar el comprobante por mail y recién ahí recibir el link de acceso. Aunque hubo ejemplos exitosos, como el de Joaquín Varela, cantante de Jeites.
Recién cuando el formato se empezó a instalar como la única alternativa a una cuarentena que ya se presagiaba larga, artistas de gran convocatoria se animaron a organizar su propio asunto. Los casos más taquilleros: La Renga (con dos pruebas-piloto transmitiendo shows viejos antes de hacer uno nuevo, tal como se lo anticipó el batero Tanque Iglesias a El NO) y Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado sin el Indio (aunque con el reciente anuncio de Solari de sumarse en 2021 de verdad y no a través de videos, como hizo en septiembre).
Entre los panes de dos normalidades
Luego de todo eso, lo sabido: lentamente comenzaron a autorizarse shows presenciales con distintas capacidades, limitaciones y normativas. Para alegría de muchos y alivio de quienes no terminaban de conectar con ese estadio intermedio entre lo digital y lo presencial que fue (y sigue siendo) el show en autocines. Sin embargo, la oscilante curva de contagiados y positivos hace repensar en la perdurabilidad de esta apertura.
¿El streaming no era entonces una transición? ¿El fiambre entre los panes de las dos normalidades? ¿Estamos destinados a redefinir la ritualidad del vivo presencial a través de una pantalla remota que, a veces, tampoco es en vivo?
En junio, Diego Balán (CEO de Tickethoy, pionera del stream) le dijo a El NO algo que hoy, un semestre más tarde y en otro año, podemos vislumbrar como la salida a la nueva normalidad: "La pandemia aceleró un proceso que ya se venía dando, tal como ocurrió con el teletrabajo. Pero no hay nada que reemplace la experiencia de los shows en vivo. Cuando pasen el aislamiento social y el miedo al contagio, todos querremos volver a los espectáculos presenciales. El live streaming solo ofrecerá una nueva alternativa, una manera de 'romper la pared'. En el nuevo estadio convivirán ambas opciones sin que una reemplace a la otra".