“¿¡Barbie tiene novia!?”: la inquietud cortaba el aliento de una multitud días pasados en la red del pajarito, con la ilusión palpable de que la perenne muñeca hubiese salido del closet y viviese su sexualidad como le diera la no tan santísima gana. Todavía sin partes pudendas, eso sí, que lo anatómicamente correcto nunca ha sido el fuerte del creador de la criatura, digamos su Victor Frankenstein, aka la firma Mattel. ¿Sería realmente posible que, a semanas de cumplir los 62 pirulos, la rubia se declarase queer, haciendo corte de manga al desabrido Ken, acaso también con ansias de diversificarse? De repente, las power couples Sarah Paulson/Holland Taylor, Ricky Martin/Jwan Yosef parecían cosa del pasado: la mirada tierna (al menos, tan cariñosa como permiten unas gotitas de pintura sobre cuencos plásticos) entre Barbie y su presunta media naranja, Aimee (ya saben: amada, en francés), parecía confirmar la noticia sobre la pareja del momento. La pose inclinada, insinuante; las manitas rozándose; la vestimenta haciendo juego -una remera con el lema “Love Wins” escrito con los colores del arcoiris- y otras pistas que daban a entender un romance a toda marcha, tan veloz como su característico autito rosado lo permitiría.
El rumor lo corroboró la influencer de moda Aimee Song, en quien está inspirada la articulada morena que, acaramelada, acompaña a Barbie en la foto que dio pie al cotilleo. “Yo soy la novia”, tuiteó la (original) muchacha de carne y hueso. Y voló papel picado. De pronto, almas revisionistas recordaban con mirada actual los ojitos cómplices de Barbie en 1963 al presentar a su “mejor amiga”, la pecosa pelicorti Midge. Asimismo, la sensual danza marina que se mandaron la doll estelar y la sirena Isla en el film Barbie y los delfines mágicos, más recíproca y menos sutil que la del flechado monstruo de la Laguna Negra con la despistada Julia Adams. Tomaban otro sentido las baladas que se dedicaban las princesas Liana y Alexa en la película Barbie y el castillo de diamantes. Cuadraba el flirteo entre la skater Renée y la blonda en Barbie Dreamhouse Adventures… A trompicones saltaron especulaciones de más cintas, más escenas: ¡pruebas sáficas por doquier en el valle de la muñeca más famosa del mundo! “¡Barbie, ícono queer!”, aclamaban desde los confines de internet, a la espera de la anhelada confirmación de Mattel.
El gozo al pozo, porque el sueño duró menos que un suspiro: consultada por medios a diestra y siniestra, la empresa Mattel aclaró que Barbie no es exactamente queer sino “una aliada del movimiento, que celebra la diversidad”, remachando que la imagen del revuelo -recientemente viralizada- ni siquiera es actual: corresponde a una campaña del Mes del Orgullo de 2017 para recaudar cash a través de la venta de mini-mini-remeras para una organización sin fines de lucro que ayuda a jóvenes LGBQT+ en Estados Unidos, The Trevor Project.
Devastadora habrá sido la noticia para el pobre Ken que, según opinión generalizada, llevaría décadas queriendo librarse del yugo de la heteronormatividad. Casi, casi lo logra en 1992, cuando el legendario Earring Magic hizo su debut en el mercado con un Ken que llevaba un cock ring colgado en su cincelado cuellito. El detalle lo coronó ícono gay, provocando estupor apenas disimulado entre las filas de Mattel: nomás enterarse del significado del accesorio, paró la fabricación y lo retiró de sus tiendas, a pesar de ser uno de los modelos más buscados. Mucho se ha hablado además de su relación con Allan, primer buddy, de los 60s; también de “Palm Beach Sugar Daddy Ken”… Pero no hay caso: le siguen asignando el rol de insistente galancete pavote que le arrastra el ala a la muchacha de curvas imposibles, aún cuando ella esté pastando en campos más verdes estos últimos años…
Y es que, cuando ya fue imposible desatender el backlash por el tóxico estereotipo de belleza que la “aspiracional” muñeca promovía con su centimetraje fatídico, cuando las ventas bajaban, Mattel dejó que Barbie comiera alguna que otra verdurita, mudara a otros colores, ampliase el horizonte de chica florero. De hecho, según un reciente artículo de Forbes, hoy la variedad de 176 muñecas incluye 9 tipos de cuerpos (aunque la más curvy, todo sea dicho, a duras penas se arrime a un talle M trasladado a tamaño natural), además de 36 tonos de piel y 94 peinados. “Hemos hecho versiones a semejanza de Iris Apfel, ícono de la moda a los 99 años, y de una patinadora profesional de 12 años, Sky Brown; la intención es mostrar diversidad, también de edad, para inspirar”, se jactaba Richard Dickson, presidente de la firma, tratando de mostrarse relativamente a tono con los tiempos modernos. Porque, bueno, cómo olvidar el fiasco de 2014, cuando la firma tuvo que disculparse por el libro I Can Be a Computer Engineer, donde Barbie programadora no pasaba de dibujar un perrito en su compu, llamando a dos varones para que concluyeran el videogame que necesitaba diseñar.
Una tigresa no puede cambiar sus muchas manchas de la noche a la mañana, pero cierto es que, después de modificar cabello, rostro y cuerpo en 2016 en pos de una imagen más “realista”, Mattel lanzó la primera Barbie con hiyab, inspirada en la esgrimista Ibtihaj Muhammad; puso en circulación Barbies en sillas de ruedas, y con piernas protésicas; inventó Barbies con vitíligo, con alopecia, y así sucesivamente. Hay granjeras, cheffes (en Francia ya usan el femenino de chef), fotoperiodistas, biólogas, astrofísicas, presidentas, piloto de avión… También hay una línea género neutral, Creatable World, customizable. Y desde esta semana, una poética Barbie Maya Angelou…