Con su blanca palidez
A mediados de 1910, partió desde Gales el ballenero Terra Nova en pos de gesta heroica: que el hombre alcanzara por primera vez el Polo Sur. Puntualmente, el capitán inglés Robert Falcon Scott, líder de la expedición, que ya se había aventurado por las gélidas aguas de la Antártida previamente. Pretendían el inglés y su tripulación hacer historia para su nación, pero la historia se les adelantó: cinco semanas antes de que pusieran un pie en esa tierra misteriosa y virgen, el explorador noruego Roald Amundsen ya había plantado la banderita de su país. El británico devino entonces cebollita subcampeón y, con el sueño incumplido, emprendió una retirada que no se concretó, muriendo de frío e inanición en las más inclementes condiciones climáticas. Lo que sí logró su misión, empero, fue uno de los primeros registros fotográficos de la Antártida: imágenes cautivantes tomadas por el fotógrafo profesional Herbert Ponting (que había regresado antes a Inglaterra, esquivando el fatídico fin de sus compañeros) y por el propio Scott, al que Ponting le había enseñado cómo usar la cámara durante su ausencia. Igualmente deslumbrantes son las capturas que, poco tiempo después, entre 1914 y 1917, tomaría el fotógrafo australiano Frank Hurley, fichado para la faena por el capitán irlandés Ernest Shackleton que, a bordo del Endurance, se propuso cruzar el continente antártico de punta a punta. Primera vez que tampoco acaeció: el barco quedó atrapado entre hielos, hundido en el mar de Weddell, dejando a estos hombres a merced de la hostil natura, a la que increíblemente sobrevivieron, apañándose durante meses en acampes improvisados previo a ser rescatados y regresados a Reino Unido. Pues, hoy día, en Londres, la galería Atlas exhibe virtualmente algunas de las descollantes escenas y paisajes gatilladas por Ponting, Hurley y Scott, que aunque ya habían sido expuestas en solitario, nunca habían sido reunidas amén de mostrar el emocionante primer capítulo de la fotografía polar. Endurance and The Great White Silence, tal es el nombre de la muestra, evidencia distintos estilos, el mismo arrojo, una calidad impresionante y un espíritu aventurero tangible que, en materia visual, siempre llegó al mejor de los puertos.
A la carta
“A partir de ahora, las obras de nuestra colección tendrán aún más color y sabor”, pasa aviso la Gallerie degli Uffizi desde su cuenta de Facebook, donde cada domingo propone un maridaje encantador. Y es que, en pos de mezclar pintura y gastronomía, este templo del arte del Renacimiento ha invitado a prestigiosos chefs italianos a “convertir” algunos de sus cuadros icónicos en recetas para chuparse los dedos, compartiendo clip y receta en forma episódica. La iniciativa, que comenzó el pasado fin de semana, tiene por nombre #UffiziDaMangiare, y pretende “revitalizar escenas y las naturalezas muertas del 600s y 700s devolviéndolas a la mesa gracias a cocineros contemporáneos y poetas de los fogones”, en palabras de la institución, pronta a recordar inoxidable dicho: “Ante todo, ¡se come con los ojos!”. Para corroborar, alcanza con echar una miradita a Ragazzo con cesta di pesci, del pintor lombardo Giacomo Ceruti, también conocido como Pitocchetto: pieza que sirve de inspiración al renombrado Fabio Picchi, del restaurante Cibrèo, para preparar una centolla digna de exposición. “Así como la lubina que aparece en la pieza, la centolla no requiere demasiados condimentos y debe acompañarse de manera sencilla”, advierte el chef, que detalla el paso a paso de una buena mayonesa casera, a base de yemas, sal, aceite de las colinas florentinas, jugo de limón, agua fría. En venideros episodios, el afamado carnicero Dario Cecchini “servirá” su versión de Dispensa con botte, selvaggina, carni e vasellame, de Jacopo Chimenti detto L’Empoli (1551 -1640); mientras Valeria Piccini, detrás del restaurante Da Caino, con dos estrellas Michelin, propondrá un plato a partir de Natura morta, de ídem artista. Apenas unos pocos ejemplos de una larga carta que sacará los mejores aromas de obras de Giorgio De Chirico, Caravaggio, Giovanna Garzoni…
Encuentros fortuitos
“En una era donde el valor se mide a golpe de clicks, la gente parece estar virando en dirección contraria: la emoción de ver algo enigmático, por descubrir”, advierte el sitio arty Its Nice That al presentar flamante novedad: la herramienta web que acaba de lanzar el Science Museum Group, que agrupa los principales museos de ciencia, tecnología, ingeniería, matemática y medicina de Gran Bretaña. Never Been Seen, como han bautizado a la invención, permite ver en forma digital algunos de los más de 7 millones de artículos de su variopinta colección desde cualquier punto del globo; pero, claro, hay pequeño giro: cada vez que se actualiza la página, la web revela una fotografía aleatoria de un objeto que aún no ha recibido visita alguna, convirtiendo al espectador en la primera persona del mundo en ver online el susodicho objeto. Como si de un descubrimiento fortuito de los rincones distantes de internet se tratara, no hay control sobre lo que devolverá Never Been Seen: lo mismo puede tratarse de la computadora Pilot ACE diseñada por Alan Turing, los modelos de Charles Babbage, un mapa estelar chino, el traje espacial de la cosmonauta Helen Sharman, el negativo fotográfico más antiguo del mundo, un extintor de incendios, una copia original del juego Star Wars creado por los Parker Brothers para Atari. La emoción, evidentemente, está en el azar, la incertidumbre; lo único certero, dicho está, es que el internauta será el primer terrícola en pispearlo en línea. Así, mientras siguen engordando la versión web de su vasta, vasta colección (de momento, hay 100 mil disponibles, pero agregan montones cada mes), invitan a probar el chiche e, inclusive, a descargar las fotografías, habilitado su uso bajo licencia Creative Commons.
Vil metal de la discordia
Debería haber sido motivo de celebración, pero acabó dando pie a un insólito enfrentamiento: en una esquina del ring, el Royal Mint, casa de la moneda de Reino Unido; en la otra, los seguidores del ilustre Herbert George Wells, que están que trinan por la accidentada moneda conmemorativa que ha acuñado la institución para honrar al escritor a 75 años de su muerte. Si los fans del adorado autor, uno de los padres de la ciencia ficción, vociferan a los cuatro vientos es porque la moneda honoraria de 2 libras está plagada de errores que saltan a la vista. Acaso el más notorio pifie haya sido que al icónico y monstruoso trípode marciano que arrasaba las ciudades y capturaba a terrícolas con sus tentáculos articulados en La guerra de los mundos, ¡le ha salido una cuarta pata! Aunque le pisa los talones que, para representar a El hombre invisible, hayan optado cincelarlo con un sombrero de copa, cuando el científico Griffin es descripto con “sombrero de ala ancha”. Increíblemente, tan pequeñita y redondeada superficie tiene espacio para una tercera equivocación: una cita largamente atribuida a Wells que, en verdad, dice uno de sus personajes del libro Select Conversations with an Uncle, está descontextualizada e, incluso, mal escrita: “Los buenos libros son almacenes de ideas”, reza la moneda, que debería haber anotado “ideales”. “Wells sentía antipatía por las nociones de alta cultura del siglo XIX. Obviamente hubiese instado a la lectura de ciertas obras, pero esa idea pasteurizada de ‘la literatura es maravillosa’ le hubiese hecho hervir la sangre”, dice el académico Simon James, especializado en la obra del escritor, y uno de los muchos en poner el grito en el cielo. Otro ha sido Adam Roberts, vicepresidente de la HG Wells Society, que brama con tantos descuidos: “Seguro le habrían molestado. Después de todo, hizo un gran esfuerzo en vida por hacer las cosas bien, invitando a traductores de su libro a cotejar con él sus versiones para así minimizar equívocos”. Para más inri, a años luz de rectificar, la casa de la moneda no da el brazo a torcer, justificando todos y cada uno de los errores. Ha dicho, por caso, que aunque inexacta, “la cita está ampliamente asociada al autor”; que el trípode de cuatro patas “es una interpretación de las diversas máquinas de La guerra de los mundos”; y que si el Hombre Invisible lleva sombrero de copa victoriano, “es para significar la época”. Remachan, de hecho, que todos los diseños pasan por un puntilloso proceso de planificación, que incluye a “expertos en arte, heráldica, tipografía, escultura, historia y numismática”. Pero, claro, como observa el rotativo The Guardian, no mencionan en el control de calidad a ningún especialista en literatura. Lo bien que hubiera venido…