Después de que despertó de su sueño stalinista, el poeta Louis Aragon volvió a la vida y a la poesía, que viene a ser lo mismo. De uno de sus poemas de esta resurrección retengo unos versos que me conmueven: “muchos han muerto, muchos siguen vivos/ no a todos les tocan las mismas cartas/.
Entre los primeros, cada día me pregunto quiénes son esas decenas de miles a los que la pandemia se lleva sin decir palabra, sin velorio, sin despedida, anónima e implacablemente. Entre los otros, cuando algún amigo me llama o responde a mi llamado un temblor de alivio me recorre.
Hoy fue al contrario, me informaron que Rodolfo Alonso cambió de lugar: ¡ha muerto Rodolfo Alonso! No lo puedo creer, el benjamín de las vanguardias que animaron varias décadas en las que la poesía iluminaba noches y días de una ciudad que despertaba.
Hasta hace poco seguía mostrando un fervor y una fe en la poesía y en los poetas verdaderos de tal manera que yo creía que estaba y estaría, pero veo que no. Una ética su labor, un inconmovible certidumbre acerca de lo que era cincelar un poema, extraer de la palabra una virtud, un estallido que implicaba un acto de resistencia contra la vulgaridad y los riesgos de empantanamiento de la cultura y la oscuridad de la memoria.
Tradujo a Drummond de Andrade, reverenciaba a René Char y a Juan L., seguía buscando en Baudelaire y en su propia poesía, en su solidez, se pueden sentir los ecos de esas grandes voces.
Se encontrará con Raúl Gustavo Aguirre y Edgar Bayley, espero que les diga que los recuerdo, espero que le diga a César Fernández Moreno y a Mario Trejo y a Miguel Brascó que me siento solo, el mundo es más desierto porque todos ellos lo han abandonado pero quizás les alegre que desde hace dos días se haya incorporado, el más chico, a esa cohorte y entre todos vuelvan a celebrar esos inolvidables ritos que yo mismo no puedo olvidar.