La problemática del desarrollo fue eje central de debate latinoamericano desde mediados del siglo pasado. La mirada predominante en los países centrales lo entendía como un proceso de características unívocas. El máximo exponente de esa teoría, Walt Rostow, sostenía que las sociedades debían transitar por un camino prefijado. La idea básica era que los países seguían una escala evolutiva: 1) sociedad tradicional, 2) condiciones previas al despegue, 3) despegue, 4) progreso hacia la madurez y 5) consumo de masas.
El razonamiento implícito era que regían leyes universales para alcanzar el estadio del desarrollo. Las recomendaciones para los países periféricos (encasillados en la etapa 1 ó 2) fueron implementar políticas “correctas” (apertura al capital extranjero, régimen fiscal favorable para la inversión privada) para atraer las inversiones. Esa “teoría del desarrollo” fue rechazada por la Cepal. El camino propuesto por el organismo era muy diferente.
La Cepal planteaba la necesidad de encarar transformaciones estructurales en diversos planos: régimen de acumulación productiva, patrón de distribución de la tierra, incorporación de avances tecnológicos, distribución del ingreso. En ese sentido, Ruy Marini sostuvo que los planteos de la Cepal representaron una “contribución propia, original, y que harán del desarrollismo latinoamericano un producto sí, pero no un simple calco de la teoría del desarrollo”.
Por su parte, los “dependentistas” también rechazaron la idea de replicar el rumbo seguido por las naciones centrales. La dupla Fernando Henrique Cardoso y Enzo Falleto explicó, en su clásica obra Desarrollo y Dependencia en América latina, que “las condiciones históricas son diferentes: en un caso se estaba creando el mercado mundial paralelamente al desarrollo, gracias a la acción de la denominada bourgeoisie conquerante; y en el otro se intenta el desarrollo cuando ya existen relaciones de mercado, de índole capitalista, entre ambos grupos de países, y cuando el mercado mundial se presenta dividido entre el mundo capitalista y el socialista”.
La problemática del desarrollo permanece excluida de la agenda neoliberal.
El director de la Maestría Políticas Públicas para el Desarrollo con Inclusión Social (Flacso), Daniel García Delgado, plantea que el proyecto de dominación actual tiene similitudes y diferencias significativas con experiencias anteriores (Chicagos Boys de los setenta, Consenso de Washington de los noventa).
“El neoliberalismo tardío se manifiesta principalmente en políticas públicas que promueven una gigantesca transferencia de ingresos a sectores concentrados y, por lo tanto, un rápido aumento de la desigualdad y del desempleo. Pero también, se manifiesta en una conjunción de poder mediático, judicial y económico novedosa, que diluye la problemática del desarrollo y lo sustituye por el de la transparencia”, sostiene García Delgado. La dificultad que enfrenta ese neoliberalismo tardío es que se mueve a contramano de ciertas modificaciones producidas en el contexto internacional. El vicepresidente boliviano Álvaro García Linera afirma que “el presidente Trump ha firmado el acta de defunción de la globalización neoliberal”.
El resultado de la contienda electoral argentina del 2017 será clave para definir “si las élites consiguen consolidar su hegemonía en contra del bien común –confirmando el quiebre logrado en el 2015– por aceptación de los ciudadanos de un quite de derechos y expectativas, o si la derrota electoral de Cambiemos es el principio del fin del neoliberalismo tardío”, concluye García Delgado
@diegorubinzal