“Los ojos que sostienen el mundo/ no deben detenerse”, escribió el poeta de versos tan intensos como despojados de la hojarasca del lenguaje. La brevedad, la concisión, era como el aire que respiraba, una naturaleza viva que calentaba el corazón de sus lectores. Ninguna vida escapa al filo del tiempo. Rodolfo Alonso, el poeta más joven de la legendaria revista de vanguardia Poesía Buenos Aires, el primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina, autor de más de treinta libros y columnista de Página/12, murió este martes 19 de enero a los 86 años por un accidente cerebro vascular (ACV). Inquieto y activo hasta el final, la semana pasada publicó su última contratapa sobre el poeta italiano Giuseppe Ungaretti.
El llamado de la poesía irrumpió con una vibración arrolladora. La escena del recuerdo es nítida, pero imprecisa en la cronología. Un joven de 13 o 14 años, nacido en 1934 en Buenos Aires, de una familia de inmigrantes gallegos, escribió, en pocas líneas, el principio de su itinerario poético: “Largos cuchillos de acero/ rasgan un paño de ceniza.// Lejos, el horizonte agoniza”. Mucha lluvia corrió por el río de la vida de Alonso, “un poeta verdadero”, como lo definió Juan Gelman (1930-2014), que “ve la palabra ajena y la alberga, la transforma, la calcina para devolverla limpia al otro”. Su primer libro de poemas, Salud o nada, lo publicó en 1954. Desde entonces se movió como pez en el agua de la escritura poética, el ensayo y la traducción de poetas y narradores fundamentales de la literatura universal. Además de Pessoa, tradujo a Cesare Pavese, Giuseppe Ungaretti, Paul Eluard, Marguerite Duras, Antonin Artaud, Eugenio Montale, Carlos Drummond de Andrade, Jacques Prévert, Pier Paolo Pasolini, André Breton, Charles Baudelaire y Manuel Bandeira, entre otros.
La poesía de Alonso es “lengua viva”, como el título del primer volumen de su poesía reunida publicada por Eduvim, la editorial universitaria de Villa María (Córdoba). Lengua viva incluye los poemarios Señora Vida (1979), Sol o sombra (1981), Jazmín del país (1988) y Música concreta (1994). El segundo volumen El uso de la palabra reúne seis libros de poemas publicados entre 1956 y 1983; mientras que Ser sed abarca los poemas de 1993 a 2018, con libros como El arte de callar, Poemas pendientes, A flor de labios y Poemas al gusto del día. Entre sus ensayos se destacan Poesía: lengua viva, Liturgias de una lengua, La palabra insaciable, La voz sin amo y República de viento. Junto a Gelman ganó el Premio Nacional de Poesía en 1997; también recibió el Premio Konex en 2002 y el Premio Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional en 2014, entre otras distinciones.
“No usamos el lenguaje, somos lenguaje", decía Alonso en una entrevista. "El lenguaje nos constituye, el lenguaje nos usa. Como un mar, es a la vez claustro materno y mundo que nos hace. Y al hacernos nos sirve, pero a la vez también se sirve de nosotros. Si todo pudiera decirse claramente de una vez para siempre, ¿para qué seguiría sintiéndose la necesidad, la pulsión de seguir intentado el poema? ¿Acaso no está ya todo dicho? ¿Acaso no es necesario también seguir intentando, nuevo Sísifo, decirlo todo? El lenguaje es el umbral de nuestra condición humana”. Sus versos luminosos producen epifanías concentradas que se quedan en las pupilas de la memoria: “De espaladas/ con la muerte/ no hay vida/ que no sea/ inaudita”.
Alonso,
que desconfiaba de las “grandes palabras”, fue el mago de los poetas argentinos
porque “todo lo que sus sentidos alcanzan, todo lo
que su mente idea, se vuelca en el papel transformado en poesía”, planteó Jorge
Santiago Perednik (1952-2011) en el prólogo de Lengua viva. “No saca conejos, no usa
galera, pero tiene una varita mágica que alcanza las cosas y genera sobre ellas
un efecto de reconversión poética”, agregó Perednik. Nunca se dejó tentar por
el palabrerío ni la verborragia. Murió el “mago” de los poetas argentinos, pero
su poesía intensamente diáfana sobrevivirá: “Escribo soy escrito/ lenguaje mi
país// Me baño en una lengua/ donde se lava el mundo”.