El camino de regreso 6 puntos
The Way Back, EE.UU., 2020
Dirección: Gavin O’Connor.
Guion: Brad Ingelsby.
Duración: 108 minutos.
Intérpretes: Ben Affleck, Al Madrigal, Janina Gavankar, Michaela Watkins, Brandon Wilson.
Estreno en HBO On Demand.
El nativo de Long Island Gavin O’Connor debe ser el único cineasta sub-50 que tiñe sus películas de catolicismo. El policial Pride and Glory, estrenado aquí con el título Código de familia (2008), abundaba en culpas, castigos y redenciones. En la posterior Warrior, lanzada en VHS como La última pelea (2012), Nick Nolte pedía a sus hijos perdón por los pecados cometidos. Ben Affleck debía sobreponerse a los traumas infantiles en El contador (The Accountant, 2016), y ahora en El camino de regreso recorre con esfuerzo el sendero que lleva de la oscuridad a la luz. “Todos cargamos nuestra propia cruz”, señala alguien por ahí, como si el periplo de Jack Cunningham (apellido de origen católico irlandés) no reprodujera de por sí un via crucis. Si la película se deja ver es porque la fiereza que O’Connor y Affleck ponen en juego compensa el exceso de gravedad.
Como es costumbre en el cine estadounidense, el deporte es la arena en la que se dirimen los problemas personales, canalizando varios de los mitos que alimentan el sueño americano: el coraje, la ambición de superación, la competencia, el triunfo. El camino de regreso le añade un pasado traumático. Jack Cunningham (Affleck, de rostro algo estirado e hinchado, y con gruesa barba viril) fue, dos décadas atrás, el mejor jugador de la liga secundaria de básquet. La liga secundaria católica, para más datos. Algo pasó en estos casi veinte años para que Jack parezca en estado de combustión interna. Trabaja como operario de la construcción, y en la heladera tiene suficientes latas de cerveza como para abastecer una fiesta de sábado a la noche. Fiestas no tiene en su vida: se lo ve solo y abroquelado en su dolor, en medio de una casa casi tan oscura como su pena. En ese punto aparece un cura, casi como un milagro.
Decano del high school donde Jack llegó a ser astro del básquet, el sacerdote le ofrece algo que podría ser su salvación: asumir como entrenador del equipo de básquet del colegio. Que, como indica otra convención, son uno peor que el otro. A la manera de un Gallardo con pelota más grande, Jack tendrá que insuflarles motivación, disciplina, técnica y fe en sí mismos, si es que quieren llegar a algo en la liga. Como si no se hubiera visto nunca antes, los marcadores en contra se van volviendo a favor, de a poquito e indefectiblemente. O’Connor y su guionista Brad Ingelsby dosifican con habilidad los datos del pasado de Cunningham y los develan en dos pasos sucesivos, cuando la historia está avanzada y hace rato que el espectador se pregunta por qué Jack está como está. El realizador, su montajista y Affleck (éste siempre un tono por encima de lo necesario) parecen apretar los dientes a la par, dotando a El camino de regreso de una intensidad que permite volver a tragar la misma píldora de todas las noches sin atragantarse.