No es extraño que en los días en los que Manuel Puig peloteaba títulos con ayuda de eventuales lectores para el borrador de La traición de Rita Hayworth, un candidato de peso fuera “Pájaros en la cabeza”. En el monólogo del personaje de la madre, Mita, su mente es todo un nido: un caos finamente calculado hecho de consultas con la almohada, recuerdos, divagaciones y citas de radioteatro. Mita, es sabido, tiene demasiados rasgos en común con otra madre, la de Puig, María Elena delle Donne, conocida como Male, quien también fue aliada de aquel niño retraído que encontraba amparo viendo películas en la sala del polvoriento Coronel Vallejos. Por su parte, Mita encuentra en la complicidad de un lenguaje común con el hijo chispas de rebelión, pero no las suficientes como para rescatar al pequeño de las habladurías, ni de los menosprecios del padre, que se refiere a él como “petizo llorón”.

STREAM POR STREAMING

Todo surgió por un juego de palabras. Así lo asegura Silvia Hopenhayn en relación al ciclo “El fluir de la conciencia” en el que se enmarca este monólogo basado en la novela de Puig. “En los talleres de lectura que hacemos con Ernestina Gatti quisimos sumarle a esta nueva era virtual, algunos encuentros puntuales, por fuera de la lectura que hacemos a lo largo del año con todos los grupos. Dijimos ‘¿Qué tal si hacemos stream por streaming?’”, relata la periodista, crítica cultural y escritora sobre este ciclo que se centra en el recurso del monólogo interior, también llamado stream of consciousness. “Y así fue: nos pusimos a rastrillar las novelas que venimos leyendo, en busca de monólogos interiores. A fines del 2020 comenzamos con los fundantes, Osqui Guzmán realizó una lectura interpretativa de Bernard en Las Olas de Virginia Woolf y en diciembre Marilú Marini fue la voz de Molly Bloom. Ahora estamos eligiendo monólogos no tan canónicos, pero existentes en las novelas, como el de Mita, la madre en La traición…, y el próximo es de Clarice Lispector en La pasión según G.H…”.

Entre los capítulos de La traición de Rita Hayworth había mucho para elegir, recuerda Hopenhayn. “Es increíble que siendo la primera novela que publicó Puig haya jugado al Ulises de Joyce, cambiando de personaje y género en cada capítulo, confesando que le parecía una propuesta muy original la del dublinés, aunque no había terminado de leerla. La pispió y le sirvió. Este año, con los grupos que estamos leyendo literatura argentina del siglo XX, la novela causó impacto. Y me quedé con las ganas de retomar el monólogo del capítulo VIII, tan conmovedor, duro y lírico…”.

Silvia Hopenhayn

¿QUÉ TENÉS EN LA CABEZA?

En las cavilaciones de Mita conviven la planicie de Coronel Vallejos con la profundidad del duelo por el hijo menor. “La angustia y frustración de esa pérdida se mezclan con las voces del pueblo, de quienes hablan con ella. Esta mujer no puede dormir, está desvelada. Tiene a su marido al lado, pero no puede compartir con él esto que le pasa. Su marido le tiene prohibido llorar, tanto a ella y como su otro hijo, Toto. Algo muy atractivo en la novela es la identidad del hijo, que claramente es parte de una diversidad no amparada por la época ni el pueblo”, dice Couceyro sobre su personaje.

Mita va de los jazmines del aire y los árboles de mandarina a las pesadillas con bisturíes, sin solución de continuidad. “Quizás lo más interesante de Mita sea también lo más difícil de lograr a la hora de interpretarla. Esto es el devenir de sus pensamientos que la llevan de un campo de reflexión a otro prácticamente sin transiciones. El monólogo tiene algo muy interesante y es que ella varias veces dice que con su hijo, Toto, ‘volaron tan alto en sus fantasías que se cayeron también desde muy alto’. Hay algo de eso que está todo el tiempo presente, es decir, la tensión entre el universo fantástico, romántico, de las flores, la flora, y el universo de la muerte”, dice la actriz sobre su personaje. Desde ese espacio aparentemente idílico “se cae a algo más concreto como la aparición de la enfermera, que irrumpe para dar la noticia de la muerte de ese niño”.

LENGUA DE LOCAS

Además de compartir observaciones y criterios, el cordón entre la madre y el hijo, como también pasaba entre Puig y Male, está nutrido por la cinefilia. “Hay todo un universo de fantasía que les permite alejarse” de ese contexto de opresión en el que están, dice Couceyro. En muchas de las cartas que Puig le enviaba a su mamá, así estuviera en Europa, Brasil o Estados Unidos, hay referencias a diálogos y personajes de películas que vieron juntos o comentaron a distancia. Y también incurre en una anticipada forma del spoiler: figuran en las cartas las sinopsis de películas que el hijo le relata a su mamá, títulos no estrenados todavía en Argentina. Tiempo después de la muerte de Puig, muchos escritores amigos seguían visitando a su mamá -que llegó a cumplir 99 años- para llevarle "lo último en DVD". En el monólogo de Mita, por ejemplo, madre e hijo vuelven una y otra vez al musical El gran Ziegfield, una historia ideal para la evasión por pomposa y burbujeante, exponente de la era de oro de Hollywood. Al igual que la Male de carne y hueso, Mita escapa sistemáticamente de la chatura autoritaria del pueblo de la mano de Toto a través la sala oscura.

Como Toto, Manuel Puig percibió desde la infancia la violencia que en su entorno se ejercía contra niños y mujeres, por eso eligió sus voces para para hacer frente a lo que llamó la “sistemática humillación de todo lo que fuera débil o sensible” y el “prestigio que tenía la fuerza” en su pueblo, y en todas partes. Y si es cierto que en La traición de Rita Hayworth lleva adelante un rescate de la voz materna, también se ha dicho que repone lo que Néstor Perlongher llamó “lengua de mujer”: un “entretejido de lugares comunes /, que deja sentir, como al trasluz, / la fina agudeza de la vocecilla impertinente, / dejando dicho lo que no decir". Mucho de lo que a los personajes les quedó por decir, o por llorar en el caso de Mita, se entreteje en ese fluir del stream of consciousness. Como explica Hopenhayn, eso sucede “sobre todo porque el monólogo interior, supuestamente, no se dirige a nadie. No se trata de un discurrir inconsciente, de asociación libre, sino que es un pensamiento montado sobre la percepción, donde se combinan tiempos, sensaciones, ideas, recuerdos. Es consciente, veloz, revelador y al mismo tiempo, confuso. No es un recurso fácil, aunque parece que el lenguaje surgiera a borbotones, merece una lengua particular, con un ritmo medio rumiante”.

“El fluir de la consciencia”: viernes 22 a las 19. Informes e inscripción a: [email protected]