El tango entabla con sus oyentes, sus bailarines, una relación íntima. Casi secreta. Cada quien sabe qué siente, qué le pasa por el cuerpo, cuando suena un bandoneón o una guitarra sincopada. Cada tanguero tiene su cantor o su orquesta predilecta. La del director de cine Juan Villegas es la de Aníbal Troilo con Raúl Berón ante el micrófono. ¿Por qué? Eso es lo que Villegas se propuso indagar en Una estética del pudor (IndieLibros, edición digital), donde por un lado explora su vínculo sentimental y familiar con el género, y por otro propone un modo de acercarse a la música ciudadana, con un ojo puesto en la expresividad de los cantores y el otro en la pertinencia de los lugares comunes: ni el tango era “cosa de viejos” ni “te espera”, plantea.
-¿Cuál es su relación actual con el tango?
-Es el género musical que más escucho. Spotify me redescubrió una forma de investigar y tener acceso, poder hacer mis propias selecciones en un género que no se caracteriza por los discos, sino por los temas. Pero también en la radio de la Ciudad sigo algunos programas porque tienen una buena curaduría. Y este año, aprendí muchísimo de lo que hizo Héctor Larrea con Norberto Chab en Radio Nacional pasando sólo tangos de Gardel, poniéndolos en contexto y explicándonos. El tango me sigue enseñando cosas sobre el mundo. Tengo mi propia idea del tango, no es que me gusta como una generalidad. De eso habla también el libro, de encontrar aquello que me representa, con lo que siento identificación estética y emocional. Ahí viene lo del pudor, que hace que la idea aparezca con más fuerza y complejidad.
-¿Por qué eligió a Berón?
-Por un lado porque no es un cantor tan conocido, aunque muchos creemos que es uno de los más grandes. Más allá de una cuestión técnica, la tristeza dulce de su voz, que me genera una cosa muy particular, a veces me hace llorar con tangos que ya escuché muchas veces, o que les sigo descubriendo cosas. También representa no sólo una continuidad en esa idea del pudor al cantar el tango, sino una culminación. El período que tomo yo, con Troilo hasta el ‘55, es el fin de un período del tango cantado después del cual no se pudo ir más allá. Se llegó a un extremo en el modo de ejecutar el tango y cantarlo que ya no pudo tener una continuidad. Después hay cantores como Horacio Molina, que me gustan mucho, pero buscaron modos de resignificar el tango casi desde afuera, que me parece genial y lo admiro muchísimo, pero es otra cosa.
-¿Cuál es esa idea propia del tango?
-Me gustan mucho ciertos contrastes que tratan los mejores tangos. Una música con un ritmo muy marcado, casi monótono, matizado por las mejores melodías que rompen esa monotonía. Y las mejores letras, que tienden a un romanticismo leve, nunca subrayado, nunca dramatizado. En ese sentido es lo opuesto al bolero: que es música más suave y melódica, pero con letras más extremas en la demostración de las pasiones. A mí me gustan los tangos donde esas pasiones están más sugeridas que dichas.
-La idea de la estética del pudor no parece de la mano con la era de sobreexposición en redes sociales y medios masivos, ¿por qué la toma?
-Es posible que la idea del pudor esté fuera de la lógica de las redes sociales y los medios de comunicación. Pero la idea del pudor no es no decir las cosas, hay que tener coraje para decirlas. El pudor es una forma de decir las verdades, no de esconderlas.
-¿Cómo es eso?
-Siento que quien tiene que subrayar algo demasiado en un punto no cree demasiado lo que está diciendo. Esa es una de las paradojas del arte. Eso quería expresar con esto de que los sentimientos más potentes, las grandes pasiones, la mejor forma de transmitirlas para que uno las sienta con más profundiad, es precisamente cuando se las sugiere.
-¿Cómo llega esa idea del pudor?
-Me vinculo con la idea de estética del pudor ya desde una cuestión psicológica, una malformación psicológica. Cuestiones que uno no tiene superadas de su propia vida terminan provocando un efeco estético en lo que uno produce. Yo como director de cine creo que ejercí, no por algo forzado, sino porque me sale así, esa estética del pudor. De decir sin enfatizar. Creo que es una forma de ser generoso con el espectador y es algo que admiro en otros, en toda disciplina artística. No reniego de otras formas maás expansivas o expresivas, pero esta es con la que me siento afín por razones que en el libro trato de investigar.
-¿Cómo impactan el tango y esta estética en su cine?
-Siento que mi forma de encarar la mirada sobre los personajes y sus sentimientos, cómo se relacionan, está influida por mi gusto por el tango y esta tradición que yo reivindico. Hay un gusto por la melancolía dulce en mi forma de narrar y mirar en el cine. Esta idea del pudor, mantener una distancia, tratando de ser justo con lo mirado, sin subrayado en la observación, que sería un acercamiento muy grande en la cámara. Ni tampoco un alejamiento extremo, que sería otro artificio. Sino buscar una mirada que dé cuenta de la complejidad de las relaciones humanas y el mundo, y al mismo tiempo pueda dar lugar al espectador para que complete y reconstruya su mirada. Eso que yo quiero hacer en mi cine lo encuentro en el tango que más me gusta.