“Tenemos que inspirarnos en los chicos, en su honestidad, en su amor, en su alegría, en su capacidad de soñar”. Mauricio Macri tiró la frase el 6 de marzo en Volcán, Jujuy, durante la inauguración oficial del ciclo lectivo de este año que compartió con su “querido Gerardo” Morales, el hombre que gracias a la detención arbitraria y vengativa de Milagro Sala consiguió que los organismos internacionales que velan por los derechos humanos volvieran a poner sus ojos en la Argentina. Pero las clases no empezaron ese día: los docentes, a quienes Macri tildó de oportunistas, concretaron el primer paro nacional del año y marcharon desde el Congreso hasta el Ministerio de Educación. La página web de la Casa Rosada preserva para la Historia ese discurso, que se recordará por las fabulosas morisquetas de uno de los chicos que lo escuchaba y también por la referencia que hizo el Presidente a Mahatma Gandhi.
Ya el agudo Luis Majul había intuido que Macri tendría, en su mandato, “algo” de Nelson Mandela. Un mes atrás el Presidente dijo en Volcán que Gandhi fue un líder que había influido mucho en su vida, aunque lo ocurrido el domingo pasado en Plaza del Congreso, cuando la Policía Federal reprimió con gas pimienta a los docentes que estaban armando una Escuela Pública Itinerante para continuar con la protesta, lleva más bien a pensar en la influencia inspiradora que sobre Macri ejercería el ideario de Baby Etchecopar y/o la épica de La Noche de Los Bastones Largos de la Revolución Argentina. La estigmatización y persecución de adversarios políticos, la grosera concentración de recursos en los sectores más poderosos de la economía y el ajuste para el 75 por ciento de la población, el endeudamiento externo multimillonario, la asimetría del poder mediático y el alineamiento con los Estados Unidos han llevado a asemejar al gobierno de la Alianza Cambiemos con rasgos medulares de diversas dictaduras y, también, a una conclusión: este modelo no cierra sin represión.
El ataque a los maestros fue antecedido por otros dos hitos: el reviente del comedor popular Cartoneritos, en Lanús, y la represión de Gendarmería en Panamericana y 197 durante el paro general de la CGT. Un crescendo que dejó en evidencia la inversión en pertrechos para las fuerzas de seguridad, conjugable con las compras de armamentos ya encaminadas con Estados Unidos, y el estudio del uso de nuevas tecnologías contra las manifestaciones. Mientras, Macri sigue mandando la fruta de la honestidad y de un diálogo que, en los hechos, al no convocar a paritarias nacionales, implica incumplir la Ley Nacional de Financiamiento Educativo, con el consecuente deterioro de los salarios docentes.
Esta semana circuló una foto en blanco y negro de Macri, en un baño, ante una adiestradora de discurso y gestualidad: se lo veía como encarando, en marcha. Un simulacro, una actuación: ya en sus apariciones de hace dos décadas, cuando andaba en tren de ser presidente de Boca, eran muy nítidas las indicaciones que recibía para parecer popular, campechano. En algún momento, durante la campaña presidencial, le indicaron que dijera que no reprivatizaría las empresas del Estado: así lo dijo. Ahora toca endurecerse con los docentes: “Violan las normas y encima hacen paro: esta es la Argentina que no queremos”, dijo ante un grupo de emprendedores, tras la noche del gas pimienta para los maestros. En Volcán, un mes atrás, decía: “De donde más aprenden los chicos es de nuestras acciones, no de lo que les decimos”. UCEP, a los palos en el Borda, diez kilómetros de subte por año, unir a los argentinos, pobreza cero. Un minuto después, junto al sonriente y “querido Gerardo”, agregaba: “Decir la verdad es el compromiso que yo asumí con cada uno de ustedes, es reconocerlos, es respetarlos, es demostrarles realmente mi amor y mi cariño por cada uno de ustedes, cumpliéndoles con el valor de la palabra”.
Es la palabra de Mahatma Macri. O algo así.