Ayer y sobre todo anoche fue inocultable, e indisimulable, el desconcierto gubernamental generalizado que instaló en todo el país la provocación de la Sra. Patricia Bullrich, celebrando y saludando uno por uno a los policías que se cuadraron ante ella, solemnes y marciales, en Villa Gesell, en un sitio público.
Fue un fiestón que hizo las delicias de la oposición feroz que padece la Argentina. Y oposición que una vez más, a la hora en que se escribe esta nota, ya ha de estar borrachísima de tanto brindar con champán del bueno o vino berreta.
Claro que el escándalo provocado no fue solamente mérito de la exministra de Seguridad de Macri –sin dudas la más audaz, atrevida y maliciosa opositora del gobierno– sino también de la involuntaria y desafortunada no-respuesta de quienes debieron proceder con serena y profunda firmeza y no supieron hacerlo.
Así, las llamas del incendio simbólico fueron producto tanto de la perversa provocación como de la incapacidad de respuesta eficaz, coherente y veloz.
El desconcierto generalizado ante la simple pero fenomenal movida –que de ninguna manera parece haber sido casual– copó ayer todo el escenario. Y entonces fue la falta de respuesta adecuada, seria, urgente y demarcatoria de una política coherente por parte del gobierno, lo que verdaderamente alarmó a todos y todas quienes sostenemos al gobierno, tanto el nacional como el bonaerense. Que, hay que decirlo, no supieron resolver el dilema policial una vez más, y ése es el sonido de alarma para la democracia.
A la hora en que se escriben estas líneas, la cuestión no ha terminado. Al contrario, crece. Y piensa este columnista que está bueno que así sea, porque la cuestión es tan grave que no puede terminar sino con la separación de todos los policías que hicieron esa venia envenenada.
El sainete resultante en Villa Gesell continuó hasta ya entrada la noche y la demora obedeció a una imperfecta conducción política que no detuvo al desgastado Sr. Berni diciendo en la tele que los policías no cometieron falta, mientras la respetada ministra Teresa García publicaba en tuiter que había desplazado a los policías que saludaron a Bullrich pero borrando casi al toque lo escrito; y así el silencio de las máximas autoridades los desgataba a su pesar. Y todo mientras una consecuente conjetura maligna circulaba en las redes: que tanto Alberto como Axel no quieren que haya lío. Cuando el lío estaba instalado.
Lo cierto es que cualquiera haya sido la verdad, la sociedad entera se sintió desconcertada porque el escándalo creció y todavía dejará consecuencias. Y todo azuzado por el sistema multimediático que controla a la Justicia y pervierte al periodismo convirtiéndolo en un vulgar servicio de propaganda y chantaje.
Las consecuencias de este grosero episodio se verán a corto o mediano plazo, sobre todo si no se toman medidas drásticas con urgencia, sin eufemismos ni perdones idiotas. En democracia no se puede negociar con quienes se sublevan. Y menos cuando se tiene detrás una historia como la nuestra.
De lo contrario, mañana los uniformados le van a hacer la venia a cualquier milico que se lance a cambiar la cerradura de la Casa Rosada.
No es tiempo de "no menear los problemas", como ha de ser el consejo de más de un asesor chirolita. Y sería estúpido aconsejar que no se agiten las aguas cuando las aguas ya vienen turbias y el gorilaje se dedica precisamente a enturbiarlas más.
A la hora en que se cierra esta no hay nada confirmado sobre sanciones y desmentidos, pero sí persiste el caos fenomenal provocado adrede por Bullrich y su banda. Es gravísimo lo que sucede y la tensión crece precisamente porque lo acontecido es gravísimo y no puede terminar sino con la separación de esa patota de policías y con una severa denuncia penal contra esa dirigente opositora.
El alarmado final de
esta nota no puede ser otro que este recordatorio: ojo que si ayer nomás rodearon
la Quinta de Olivos, y hoy le hacen la venia a Patricia Bullrich, mañana pueden
dar un golpe de estado.