Los papeles póstumos proliferan. Si las palabras de un escritor siguen apelando al presente -sea por razones artísticas, académicas o comerciales- sus obras nunca llegan a ser completas. El caso de Osvaldo Lamborghini es de todos modos particular: casi toda su obra es póstuma. Hacia el final de su vida, incluso, sólo escribió para el futuro.
Es fácil comprobarlo, porque en vida apenas publicó dos “novelas”: El fiord (1969) y Sebregondi retrocede (1973). Las comillas son necesarias porque se trata de libros escasos, inflados por prólogos y editados casi en el underground. Su obra visible se completó con Poemas, que editó Fogwill en 1980 y con un puñado de cuentos y poesías en revistas. En 1988, después de la muerte de Lamborghini, César Aira compiló en España un ya respetable volumen de “novelas y cuentos” que se convertiría, en la edición de Sudamericana, en dos tomos, más la saga de Tadeys, más un tomo de poemas reunidos (1969-1985) . También se publicaría Palacio de los Aplausos, un “drama público” escrito con Arturo Carrera; la en muchos sentidos extraordinaria biografía que le dedicó Ricardo Strafacce, repleta de cartas y textos perdidos; ¡Marc!, la historieta con dibujos de Gustavo Trigo, y, ahora, Una nueva aventura de Irene Adler.
“La nueva de Lamborghini” es un guión para cine escrito en 1974 en colaboración con el director Roberto “Dodi” Scheuer. Años difíciles para Osvaldo Lamborghini, como todos. Su impulso de publicación y sobre todo de escritura parecía empantanado, el alcoholismo lo volvía inmanejable aún para sus amigos más fieles, la situación política de Argentina hacía peligrosa la visibilidad que traen los excesos. Este guión imposible fue un acto de amistad que le regaló Scheuer.
Es difícil imaginar una película así en aquellos años. No es nada que se parezca a La hora de los hornos o Los hijos de Fierro, pero tampoco a un proyecto para Enrique Carreras. La acción ocurre en un país vagamente centroeuropeo, “B***”, reminiscente de la Bohemia escandalizada por la Irene Adler que enamoró en un cuento a Sherlock Holmes. Hay una intriga política con condes, lacayos (“Raigón y Sodomillo”), emperadores y fanáticos (“en tiempos como los que corren, los locos, los simples y los fanáticos van del bracete”). Aparecen varios atisbos de lo que escribiría años después Lamborghini: el “Teatro Proletario de Cámara” y los tadeys, esos humanoides sodomitas de pene minúsculo que ocuparán sus años finales, aquí bajo la forma de peces o anfibios, alimento para pobres.
Aunque es probablemente un aporte menor a la “obra” -y qué absurda empieza a sonar esa palabra sin sinónimos convincentes-, se trata de una lectura deliciosa, llena de gracia, con la elegancia en las frases típica de Lamborghini y esa lengua tan suya en que conviven los fastos de la novela del siglo XIX con inesperadas inflexiones criollas. A esa lengua se suma el oficio de guionista de Scheuer, que le aporta una legibilidad que entraría en las preocupaciones de Lamborghini sólo en su etapa final: en el poema “Tadeys”, que escribió ese mismo año como resultado de la experiencia, consigna “Y así no hay relato que progrese”, y es notable cómo son límites la literatura -este guión para cine, los guiones para historieta- los que le permiten salir en estos años de un tipo de escritura que no puede apartarse de la materialidad de cada palabra y parece condenada a principios e interrupciones.
Queda sólo notar una perplejidad. La edición incluye un bello prólogo en el que Luis Chitarroni nos cuenta que la curiosidad del editor impulsó a Scheuer a “compaginar” un manuscrito desordenado. No hay indicios en la edición que nos permitan saber en qué consistió esa compaginación, a la que debemos que esta bienvenida aventura no cargue con las frustraciones de lo inconcluso y lo fragmentario. Lo curioso es que en la biografía de Strafacce se citan dos fragmentos relativamente extensos del guión que no aparecen en esta versión. Esos fragmentos son parte de los papeles complementarios que acompañan la edición de Tadeys por Sudamericana. Nada sabemos de estas ausencias, salvo que las publicaciones póstumas nunca se terminan.