Describir con adjetivos a un escritor siempre trae el peligro de caer en el lugar común, pero llamarlo “provocador” ya es una pura redundancia. La corrección política es un veneno para la potencia intrínseca de la literatura, una de cuyas armas es complejizar lo que la moral simplifica para expandir los límites de lo que nos es dado imaginar y pensar sobre nuestro tiempo. Es quizá esa voluntad de explorar los maniqueísmos del juicio social lo que inspira al novelista francés Alexandre Postel a reescribir en el horizonte del presente los desafíos existencialistas -y bastante de la prosa- , de El extranjero, de Camus. Profesor de literatura en la Universidad de París, educado entre la cultura francesa de su padre y la inglesa de su madre, Postel tuvo un sonoro debut con Un hombre al margen, por la que recibió en 2013 el Premio Goncourt a primeras novelas. Muchas de las cuestiones que planteaba en aquel relato se retoman en La ascendencia, su segunda obra, que acaba de ser publicada en español.

En Un hombre al margen, Damien North, profesor de filosofía de una universidad de provincia, es acusado de haber descargado en su computadora grandes cantidades de pornografía infantil. Con más de un enemigo resentido dispuesto a aprovechar la situación entre sus colegas y alumnos, North queda atrapado en la red de la máquina judicial que apura la condena del crimen. La prosa austera y precisa de Postel juega con la ambigüedad y siembra dudas, una estrategia para acercar al lector al enfoque de los jueces,  que pierden de vista la trama policial de la investigación para centrarse en su personalidad antisocial y excéntrica. Viudo y célibe desde la muerte de la esposa, su única relación sentimental, de personalidad retraída y poco dado a inmiscuirse en las relaciones sociales de la vida académica, su falta de adaptación se transforma en la razón de peso para ser señalado como un adicto a la pornografía infantil, un crimen que, se le dice, no le va en saga al abuso de menores porque es su causa implícita.

Es la imagen pública que North no sabe construir lo que garantiza su condena, una falta mayor en tiempos en que la apariencia creada en las redes sociales se convierte en una necesidad esencial.  “Desconfío de las relaciones sociales y su evolución actual. Tenemos que ser sociales, comunicarnos, contestar nuestro teléfono y nuestros correos electrónicos, tener una vida activa en las redes informáticas. Parece grosero y altamente sospechoso ‘vivir en secreto’, precisamente lo que Epicuro aconsejó a sus discípulos. Ambas novelas cuestionan los efectos de la tecnología moderna en ese sentido”, señala Postel.

La apuesta de La ascendencia es mayor. Invirtiendo el género del célebre “Hoy ha muerto mamá,” de Camus, los “golpes breves que llaman a la puerta de la desgracia” comienzan cuando el protagonista, un anodino vendedor de teléfonos celulares, se entera de que su padre ha muerto. La relación gélida que tenía con aquel hace del viaje a su pueblo natal para encargarse del asunto un trámite engorroso, una molestia que se convierte en tragedia cuando descubre la herencia que lo espera.  Al bajar al sótano en penumbras de la casa paterna, el personaje se encuentra con una jaula que mantiene en cautiverio a una adolescente. Aquí comienza el desafío al lector: contra toda probabilidad, el personaje no actúa. Desconfía de que la policía vaya a creerle que no es cómplice de su padre; intenta liberar él mismo a la chica, pero no encuentra las llaves de la jaula. El agotamiento lo obnubila, se entumece con alcohol y psicofármacos, se distrae con detalles y con los recuerdos de su padre muerto, se abandona incluso a jugueteos becketianos con el teléfono, que agregan su dosis de humor negro a la historia. Un influjo indeterminado parece inducir la inmovilidad, como si al abrir la puerta del sótano la casa entera se hubiese transformado en un espejo en el que el personaje se ve reflejado en su padre y admite en secreto su herencia.   

“En realidad, mi idea inicial fue escribir una serie de cuentos sobre un tipo particular de amor, lo que los trovadores medievales llamaron “amour de loin” -amor de lejos- en el que dos personajes están involucrados en una relación en la que el contacto es imposible. En este proceso, llegué a considerar la extraña relación que puede desarrollarse entre un secuestrador y su víctima. Entonces pensé que la historia sería más sorprendente y misteriosa si el personaje no fuese el secuestrador-lo que me parecía un déjà vu-, sino su hijo, que se encontrase con la víctima después de la muerte de su padre. No estoy interesado en las perversiones y los monstruos per se. No tenía ningún interés en explorar la mente de un secuestrador de niños. Pero la situación del hijo me atrajo mucho, porque es al mismo tiempo muy incómoda, casi absurda y, de una manera alegórica, la de mayor alcance universal: cómo resolvés tus herencias, hasta qué punto la responsabilidad de tus padres puede caer sobre tus hombros y cambiarte”.

La búsqueda narrativa que señala Postel le da a la novela una atmósfera inquietante y sórdida, en la que el avance absurdo de la trama deja lugar a una fascinación entre la incomodidad y el espanto. Aunque el gesto obvio es condenar al personaje, es inevitable caer en la atracción un tanto exasperante de las especulaciones sobre su propio comportamiento, seguir la secuencia en la que pasa de la inocencia a la inmovilidad, luego a la culpa, tras la que empiezan a aparecer gestos hacia la secuestrada que insinúan el surgimiento del deseo. Al sinsentido del comportamiento que se narra se le contrapone un sentido cada vez más intenso de lo que se sugiere.

Según Postel, generar esa fascinación es el medio que le permitió enfrentar al lector con el dilema de cómo juzgar a “un protagonista que no es enteramente culpable pero tampoco del todo inocente”. “También hay algo sobre él que es fláccido y lento, todo lo contrario de la virilidad tradicional, características que no se esperan del personaje principal de una novela, sobre todo si es un hombre. Algunas lectoras, en particular, me dijeron que estaban incómodas al respecto. El personaje no es responsable de la situación en la que se encuentra desde un punto de vista legal, pero guarda profundos sentimientos de culpa que le impiden desarrollar una respuesta adecuada.  Por el contrario, tiene la tendencia a aceptar la acusación que se le impone como un destino”.

El destino que menciona Postel se fragua en la novela a partir del secreto oculto tras  “la ascendencia” del título. La culpa indefinida que inmoviliza al personaje es un síntoma de la ceguera sobre lo que sus propios sentimientos le insinúan, y que anticipan junto con otras pistas la naturaleza de la tragedia familiar con la que se cierra la novela. El juego entre fatalidad despiadada y sentido oculto le da al relato un trasfondo de tragedia clásica, una de las tradiciones literarias que Postel elige explorar en sus novelas: “Siempre me fascinaron las tragedias griegas desde el punto de vista técnico, por su absoluta perfección. No hay nada tan satisfactorio como una buena tragedia, son intrincadas y simples, sorprendentes y obvias, emocionantes y oníricas. Incluso un chico de quince años que odia leer puede disfrutar de Edipo Rey o Antígona. Cuando empecé a escribir ficción pensé que sería la mejor guía a seguir. Pero, por supuesto, la tragedia también me atrae por otras razones: su amarga ironía  e incluso, a veces, las tonalidades cómicas, su total escepticismo. Camus, tratando de definir el espíritu de la tragedia, escribió: ‘Antigona tiene razón, pero Creonte no está equivocado’. Esta ambigüedad terrible es, creo yo, el núcleo de la obra de cualquier novelista”.

Aunque menciona entre sus autores preferidos a Georges Simenon, Philip Roth, y un reciente entusiasmo por Plata quemada de Ricardo Piglia, Postel, que publicó en 2016 su tercer libro, Les deuxpigeons, no oculta su interés privilegiado por la narrativa del existencialismo, una tradición literaria abandonada por los escritores franceses que le interesa rescatar: “Tiene algo de paradoja la situación actual de esas obras: tanto se ha dicho y escrito sobre el existencialismo que casi se ha convertido en parte de la mitología francesa junto con Luis XIV y el buen vino. Sin embargo, hoy en día pocos escritores realmente reclaman tal influencia, por lo menos en Francia. La novela evolucionó hacia otra cosa. No está de moda decir que estás influido por las obras de Camus o la filosofía moral de Sartre. Creo que hay mucho que aprender y admirar en sus libros”.

La ascendencia, Alexandre Postel, Nordica Libros, 145 páginas