Quinta vez a Estados Unidos, y una por año (hace once) a Europa… números que dan una idea acabada de la cantidad de millas que lleva recorridas Cecilia Zabala con sus músicas. Será por eso, tal vez, que los primeros fríos con lluvia de Buenos Aires no la inmutan. Está apenas abrigada, y no hace un solo comentario sobre el insoportable combo climático. Habla de sus cosas. De sus viajes. De los house-concert, por caso, que acaba de protagonizar en ciertos lares de una gira que la paseó por New York, Philadelphia, Baltimore, Manchester, San Antonio, Austin, Wichita y New Orleans, entre otras ciudades. “Son recitales que se arman en casas grandes, para treinta, cuarenta personas, en los que cada uno lleva comida y bebida. Se cena, y a las siete de la tarde se comienza a tocar. Siempre es todo tempranito allá… a las once, a lo sumo, estás durmiendo”, comienza a revelar la cantautora, recién llegada del norte y pronta a ensamblar su último disco (El color del silencio) con el homenaje a Violeta Parra (Violeta, 2013), hoy a las 21 en el Teatro Monteviejo (Lavalle 3177). “Y encima nos agarró el invierno… nieve a full, tormentas y estalagtitas de hielo en las casas”, retoma, climática, como para entender su ninguneo al otoño porteño.
–¿Podría detenerse en los house-concerts? ¿Qué características tienen, además de lo que contó?
–Es muy bueno conocer a la gente antes del concierto, también. Entablás una relación previa, tocás para gente que está feliz y con el estómago lleno, y muchas veces incluso no hace falta sonido. Es una experiencia interesante tener a la gente tan cerca… se transforma en algo muy íntimo, muy disfrutable.
Que Zabala, guitarrista, compositora y cantante, caiga parada en cualquier lugar del globo es cosa de cruces. De eclecticismos musicales disímiles que incorporan folklores de acá, con tango, bossa, canción y jazz, géneros que se cuelan en los ocho discos que lleva publicados a la fecha. “Lo que más me gusta de estar en el camino” –vuelve ella– “es que, como tenés que estar resolviendo cosas urgentes y cotidianas, no te queda otra que estar en el eje de lo que sos y querés. Me encanta estar todo el tiempo en modo viaje porque, además, ayuda a encontrarte más con tu identidad cultural. Descubrís espacios que no esperabas ni a nivel creativo, ni a nivel personal”, dice ella, anclando en otro efecto de sus viajes. En especial el último, que compartió con Phillipe Baden Powell (el pianista con quien grabó el disco Fronteras), y con músicos locales. “En realidad, son las mismas músicas que toco con los grupos de acá, pero a su vez diferentes, porque allá todo suena más a jazz”, se ríe. “No se respeta tanto la canción como acá, donde las improvisaciones son más chicas. Se permiten más libertades en este sentido”, sostiene Zabala, que aprovechó el viaje para ultimar detalles de un disco que grabó en Manchester con un pianista y un saxofonista de allí, y tocar sola, a guitarra y voz.
–¿Canciones suyas o de Violeta?
–Mías, porque la verdad es que tocar Violeta Parra al público de allá es lo mismo que hacer una zamba del Cuchi o una canción mía. Entonces preferí aprovechar para tocar mi último disco, y reservarme para el recital de acá temas como “El gavilán”, “Volver a los 17”, “Qué he sacado con quererte”, o una versión nueva de “Gracias a la vida”.
–¿Le cuenta “al mundo” lo que está pasando en la Argentina y en Latinoamérica?
–Por supuesto. Es más, caí a Estados Unidos tres días antes de la asunción de Trump y el bardo en los aeropuertos… tuvimos suerte con eso, porque siempre la entrada a ese país es muy difícil, muy estresante, y siempre tenés que entrar pensando en “bueno, soy argentina, cualquier cosa me vuelvo a mí país” porque si te ven desesperada es peor. Volviendo a la pregunta, es muy importante contar lo que pasa acá, pero con mucho cuidado, porque la gente está informada por los poderosos y sus medios de comunicación. Por suerte, hacer arte es una manera de resistir, de mostrar una postura, por más que no estés haciendo canciones “de protesta”. Y esto lo sostengo en todas partes.
El concierto en el Monteviejo (que incluirá una puesta especial basada en videos, efectos sonoros en off, vestuario al tono y mucho despliegue escénico) es en verdad un toco y me voy con su patria, porque, tras los treinta y dos conciertos que viene de dar en diez ciudades de Estados Unidos, ahora se va a Europa, donde participará del Edenkoben Guitar Festival, en el sur de Alemania. “En los viajes nacen canciones, también. Me apareció una letra tras una secuencia que viví en un pueblito de New Hampshire, llamado Langdon. Allí vive una pareja (Peter y Linda) en una granja como del siglo XVIII, bien farm, y ella, además de trabajar en un hospital de enfermos mentales, es súper artista… tenían todas las paredes de la casa pintadas como cuadros, y yo dormía en la habitación de las hadas, que eran las hijas. Todo verde con árboles que llegaban hasta el techo”, describe la cantautora, en trance de memoria larga. “Linda, además, es grandota al lado de Peter, tiene caballos, también pinta situaciones cotidianas en un cuaderno, canta, toca los instrumentos típicos del folklore sureño, le da al ula-ula porque así entrena su corazón. Así, y haciendo yoga, y andando a caballo… todo esto me dio letra para hacer una canción sobre ella”, cuenta la música.
–Canción qué podría ir, seguramente, en su próximo disco. ¿Ya está pensando en él, el noveno?
–Está la intención de grabar uno en vivo, con el grupo que hice Presente infinito, con versiones nuevas de temas antiguos, y músicas nuevas. Acá podría entrar “Linda”, aunque la aparición de los temas va más allá de los discos… surgen en las esperas de los aeropuertos, y eso. También tengo ganas de hacer un disco con arreglos y versiones de temas de Catamarca y Tucumán, porque mi abuelo paterno era catamarqueño, mi abuela materna, tucumana, y el folklore de ambas provincias es súper rico.